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En Beijing priorizaron. Puestos a escoger entre mantener un crecimiento vivo o enarbolar la bandera de un tipo de cambio rígido, la respuesta la dieron el martes: el tipo de cambio puede comenzar a fluctuar. Fue de ese modo que los jerarcas del Partido Comunista (PCCh), la organización totalitaria que gobierna el Estado chino, intentan resolver lo que por años se ha conocido como uno de los mayores "trilemas" (dilema con tres aristas) de la economía actual. La decisión en la cúpula marca, además, hacia dónde se inclinará la balanza de poder. Aunque no existe información transparente acerca de las resoluciones de los jerarcas comunistas, especialistas en China como Cheng Li, del Instituto Brookings, sostienen que hay dos posturas bien diferenciadas. Una, liderada por Presidente Xi Jinping, pone al crecimiento económico y la integración global por sobre cualquier consideración. La otra, flameada por el Premier Li Keqiang, desea la depuración administrativa y disminuir la ascendente desigualdad en la sociedad china. Ambas coinciden en una lucha férrea contra la corrupción. Viejos líderes, como Jiang Zemin, no estarían conformes con reestructuraciones en cargos militares y administrativos impulsados por Xi y Li, lo que ha generado tensiones en Beijing. Con la flexibilización cambiaria de esta semana, Xi y Li no solo han conseguido armonizar sus prioridades, sino que están por fin dándole una salida a la encrucijada donde tenían metida a su economía. De paso, Xi está exhibiendo el peso de su autoridad política ante las presuntas presiones de líderes ya retirados. La señal del Presidente, por lo tanto, es tanto económica como política, y sus objetivos están tanto en el extranjero como en el gobierno chino. El modelo teórico del economista Robert Mundell (premio Nobel 1999) muestra que una economía no puede compatibilizar, al mismo tiempo, tres características fundamentales: tipo de cambio fijo, habilidad para determinar sus tasas de interés con independencia del mundo, y apertura de capitales. Solamente dos de esas características, en cualquier combinación, podrían funcionar bien en forma simultánea, pero jamás las tres. Se le llamó la "trinidad imposible" y está en la base del "trilema" que enfrenta China. Para Yu Yongding, ex presidente de la Sociedad China de Economía Mundial y ex miembro del Comité de Política Monetaria del Banco Popular de China, el país batalla desde hace años con el "trilema". Esto, porque cuenta con autonomía de su política monetaria, su mercado de capitales está cada vez más abierto, y, por cierto, su tipo de cambio estaba intervenido. Soportar el "trilema" le estaba costando caro a China, ha comentado Yu, por la política de "esterilizar" la verdadera valoración del yuan. Para financiar sus masivas intervenciones, Beijing utilizó los cuantiosos ahorros de sus superávits de cuenta de capital y comercial acumulados en las últimas décadas de expansión a velocidad de vértigo. "Los costos de la esterilización son muy elevados. Para empezar, al mantener un tipo de cambio real infravalorado, China ha caído en la llamada 'trampa del dólar', con lo que ha contribuido a aumentar la importancia internacional del dólar a expensas de la propia China", ha comentado Yu. El plan de Xi Tras el liderazgo de Deng Xiaoping (1978-1992) y las presidencias de Jiang Zemin (1993-2003) and Hu Jintao (2003-2013), todos quienes dejaron tras de sí una estela de expansión económica récord, Xi Jinping inauguró su administración en 2013 con la presión de mantener el dinamismo sin caer en el sobrecalentamiento. Apostó a que la única manera de llevar a China un paso adelante era por medio de la modernización de sus instituciones y la globalización de su enorme sector financiero. Con el popular Premier Li Keqiang preocupado por los efectos que la desaceleración podría generar en el empleo, la dupla y el Consejo de Estado del Politburó, en vez de chocar, han acordado el mismo camino para salir del problema. El primer diagnóstico compartido fue que la economía debía basar su siguiente fase de expansión en la demanda interna. Aunque la máquina del Estado ha hecho su parte con el gasto en infraestructura, señales de burbujas inmobiliarias impusieron las primeras restricciones. Tras el anuncio de que el mercado sería un actor principal en el desarrollo chino, emitido en el 18° Comité Central del PCCh en noviembre de 2013, los jerarcas chinos jalaron la palanca de la apertura financiera. La bolsa se abrió -aunque mínimamente- a la inversión foránea, lo mismo que participaciones bancarias. Estas reformas iniciales permitieron a los capitales extranjeros comenzaron a fluir con más fuerza. Aunque los agentes internacionales esperaban más reformas financieras, estas no llegaron. La explicación, comentan, estaba justamente en el "trilema": flujos de capital abiertos eran incompatibles con un tipo de cambio fijo (la autonomía de la política monetaria no se toca). Al flexibilizar el yuan, Xi podrá impulsar una reforma financiera de mayor alcance mientras, en el corto plazo, los beneficios de un empuje en las exportaciones aliviarán las presiones sobre el empleo, que es la mayor preocupación de Li. Desde el punto de vista externo, sin embargo, Beijing tendrá que lidiar con otros fantasmas. Desde una anunciada guerra de divisas, sobre todo de otras economías asiáticas que no desean perder competitividad, hasta la resistencia del gobierno estadounidense al control cambiario que aplica China a su moneda. Autoridad
Beijing todavía tiene que lidiar con otros fantasmas, como la resistencia de EE.UU. a su control cambiario.
Las últimas medidas se interpretan como una ratificación del poder del Presidente Xi.