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José Miguel Piquer Universidad de Chile

La encrucijada de la educación superior

miércoles, 12 de agosto de 2015

Economía y Negocios
Economía y Negocios
El Mercurio




Por alguna razón evolutiva, los seres humanos soportamos mal la complejidad y la incerteza, tratando siempre de atar todos los cabos y de simplificar

al máximo nuestras decisiones. Desde los más aterrizados y crédulos hasta los más teóricos y escépticos, cuando se trata de tener una cábala o una costumbre que trae buena suerte, todos caemos en el juego de nuestro cerebro. Por ejemplo, yo, que soy un ateo extremista y escéptico hasta la médula, y que odio el fútbol, estoy convencido que si miro un partido de la selección chilena, en ese mismo instante empiezan a perder. Para la final de la copa américa sólo atisbé desde un rincón la pantalla de TV, y para los penales me fui a esconder, no pude resistir la presión de sentir que, por mi culpa, íbamos a perder...

Creo que es parte de esa misma simplificación la que lleva a creer, a casi todo el mundo, que el problema de la educación superior en Chile es fácil de resolver. Como el gobierno no está impulsando esa solución, que es tan obvia que todos la conocen, entonces hay intereses creados que obligan al gobierno a proponer pésimas ideas, así como a todos aquellos que proponen cosas distintas a esa propuesta. Leyendo la discusión de los últimos días, se nota esa tendencia a simplificar, a creer que todo es obvio y fácil.

Es muy fácil simplificar la discusión en términos de la eficiencia, del lucro y de la cobertura. La enorme mayoría de los artículos publicados simplifican a niveles absurdos el problema.

Todos estamos de acuerdo en que Chile ha logrado aumentar enormemente la cobertura del sistema de educación superior y todo ese aumento ha sido en base a la creación de nuevas universidades. La matrícula total de las universidades tradicionales se ha mantenido prácticamente constante en 30 años.

Sin embargo, el sistema de educación superior chileno enfrenta una crisis que se arrastra por años y que ningún gobierno se ha animado a enfrentar. Los impresionantes logros en aumento de cobertura que ha tenido el sistema se ven opacados por la baja calidad que se les ofrece a esos estudiantes a precios exhorbitantes. La verdadera separación entre las universidades no es entre Estatales y Privadas. Es entre "buenas" y "malas".

El problema es que en Chile hay tres o cuatro universidades "buenas", tres o cuatro universidades "razonables" y unas sesenta "malas". Cuando digo "buenas", estoy diciendo nada más que son universidades "de verdad", sin ninguna exigencia extraordinaria de calidad. Cuando digo "malas", estoy diciendo que esas instituciones debieran ser Institutos Profesionales, y cumplen un rol, pero no son universidades, y el país cometió un error garrafal cuando les permitió llamarse universidad.

El hecho que las universidades sean Estatales o Privadas, Tradicionales o Nuevas, no es el problema de fondo. Esa discusión nos aleja del verdadero problema que amenaza el futuro desarrollo de Chile: la calidad de nuestro sistema de educación superior es mala en promedio y no hemos logrado aumentar la oferta de cupos en las pocas universidades "buenas" que existen en el sistema.

Hoy tenemos un enorme número de jóvenes estudiando carreras inútiles y sin destino en universidades malas, endeudándose por 20 años por un título sin valor. Esos muchachos y sus padres están siendo estafados por el país, que les ha prometido que un título universitario garantiza un futuro exitoso pero que no ha sido capaz de garantizar la calidad del sistema, con lo cual rompe su promesa.

En un país en que el 75% de los estudiantes son primera generación en acceder a la educación superior, no podemos suponer que ellos o sus padres sabían discriminar por calidad en un mundo dominado por la publicidad y un valor infinito de la palabra Universidad. Todos ellos suponen que si una institución se llama Universidad debe ser seria y debe entregar una formación valiosa. Es un crimen que el país haya permitido la existencia de universidades imaginarias que simplemente lucran de las ansias de desarrollo de los ciudadanos de Chile.

Más que el consejo de rectores, o el AFI, o el aporte fiscal directo, me parece que lo que debiera revisar en profundidad el ministerio de educación es el sistema de acreditación de las universidades chilenas, transformándolo en un sistema de evaluación de la calidad serio y sólido, que permitiera dar señales claras a los padres y a los estudiantes sobre la calidad del lugar donde van a estudiar. Y, muy particularmente, impedir que se llame Universidad a una institución que no se lo merece.

Sin embargo, hay que reconocer lo complejo que es esto: le prometimos a todos esos jóvenes de Chile que podían ser universitarios, que no importaba su puntaje en la prueba de admisión, que siempre podían tener un título universitario, aunque fuera de la última universidad de la lista, esa cuyo nombre nadie conoce. Es como crear un Centro de Alto Rendimiento deportivo para obesos y convencerlos que van a ser todos medallistas olímpicos.

Frente a una reforma de la Educación Superior en Chile, lo primero que debemos hacer es reconocer que el sistema actual fracasó, que el aumento de cobertura es un espejismo que genera más frustraciones y deudas que promoción social.

El concentrarse en la gratuidad antes que en la calidad sólo ayuda a generar menos deuda, pero mantiene la frustración intacta. Y, peor aún, si se implementa mal puede generar grandes daños a las pocas buenas universidades que hoy reciben un fuerte financiamiento vía aranceles y que probablemente va a terminar disminuyendo cuando sea el Estado el que lo pague.

El problema, hoy, es tremendamente complejo. Tenemos casi todas las combinaciones posibles de tipos de universidades: buenas y malas, laicas y religiosas, políticas e independientes, estatales y privadas, docentes y de investigación, con y sin fines de lucro. Decidir a cuales ayudar como Estado y a cuales no, es muy difícil. Un ejemplo son los estudiantes vulnerables: la mayoría asiste a las peores universidades del sistema. ¿Debemos ayudarlos a seguir estudiando ahí?

Por otro lado, para un país que requiere desarrollar la innovación tecnológica como palanca del desarrollo futuro, la educación superior es clave y debe modernizarse, ampliarse e incentivarse. Las universidades son un motor para el desarrollo de la innovación.

Si fuéramos serios, habría que reconocer que más de la mitad de los estudiantes "universitarios" de hoy en realidad están recibiendo una formación de Instituto Profesional, lo cual sería muy bueno, si se hubiese dicho así desde el comienzo. Esas "universidades" habría que transformarlas en Institutos Profesionales y algunas pocas, simplemente cerrarlas. Pero, ¿qué hacemos con los miles de estudiantes que creen que son universitarios? ¿qué hacemos con los miles que están pagando por años una educación que no les sirvió?

Creo que no me gustaría nada ser Ministro de Educación en este momento. No hay soluciones fáciles. Y todas son dolorosas.

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