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Segunda Guerra Mundial Un resplandor silencioso:

"Hiroshima", el libro que le puso rostro a la tragedia atómica

domingo, 02 de agosto de 2015

Economía y Negocios
Artes y Letras
El Mercurio

Se sabían los números, pero el mundo se enteró de lo que era vivir ese horror solo cuando el periodista y escritor estadounidense John Hersey publicó su crónica sobre los efectos de la primera bomba atómica en seis víctimas. A setenta años del fin del conflicto, el libro se reedita en castellano.



De elegir adjetivos, se podría decir: terrible, espantosa, devastadora, monstruosa, pavorosa, horrorosa, aterradora. Y, sin embargo, el escritor y periodista estadounidense John Hersey (1914-1993) describió mejor ese algo sin palabras que fue la primera bomba atómica, lanzada en Hiroshima: "Un resplandor silencioso". Nada más. Así tituló el primer capítulo de su crónica "Hiroshima", un texto que sitúa a seis sobrevivientes en sus cotidianidades antes, durante y después de que irrumpe esa luz.

El texto -publicado en 1946 primero como artículo en The New Yorker, luego como libro por la editorial Alfred A. Knopf- vuelve a imprimirse en castellano por Debate, y llega la próxima semana a Chile, con ocasión del septuagésimo aniversario del estallido que dio inicio a la era atómica.

La obliteración de una ciudad

El libro comienza así: "Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en el que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para leer el Asashi de Osaka en el porche de su hospital privado (...); la señora Hatsuyo Nakamura, viuda de un sastre, estaba de pie junto a la ventana de su cocina observando a un vecino derribar su casa porque obstruía el carril cortafuego; el padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán de la Compañía de Jesús, estaba recostado (...), leyendo una revista jesuita (...); el doctor Terufumi Sasaki, un joven miembro del personal quirúrgico del moderno hospital de la Cruz Roja, caminaba por uno de los corredores del hospital (...), y el reverendo Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia Metodista de Hiroshima, (...) se preparaba para descargar una carretilla llena de cosas que había evacuado por miedo al bombardeo de los B-29 que, según suponían todos, pronto sufriría Hiroshima".

Hasta entonces, entre las grandes ciudades japonesas, solo Hiroshima y Kioto no habían sido visitadas por los bombarderos B-29 estadounidenses, los B- san o señor B. Por eso todos los habitantes de la ciudad los esperaban. Por eso se construían refugios y sonaban todas las noches las alarmas. Sin embargo, los aviones no llegaban y los ciudadanos se inquietaban, pues "corría el rumor de que los norteamericanos reservaban algo especial para la ciudad".

Poco más de un año después, el 31 de agosto de 1946, quienes abrieron las páginas de The New Yorker se encontraron con el siguiente mensaje: "A NUESTROS LECTORES. Esta semana The New Yorker dedica todo su espacio editorial a un artículo sobre la obliteración casi total de una ciudad por una bomba atómica, y sobre lo que le sucedió a la gente de esa ciudad. Lo hacemos así en la convicción de que pocos de nosotros hemos comprendido, aún, todo el increíble poder destructivo de esta arma, y de que cada uno debiera tomarse el tiempo para considerar las terribles implicancias de su uso. Los editores".

El artículo original cubre desde las horas previas a la detonación hasta un año después. (Luego se sumó un quinto capítulo -«Las secuelas del desastre», publicado en 1985- en el que Hersey relata qué fue de la vida de los seis sobrevivientes). En treinta y un mil palabras, o sesenta y ocho páginas, los lectores acompañaron a los seis protagonistas. Fue la primera y última vez que la revista le dedicó todas sus páginas a un tema. Fue, también, un éxito total.

La edición se agotó en horas, la revista -con precio de tapa de quince centavos- se revendía por quince o veinte dólares. Se pidieron reimpresiones. Se dijo que Albert Einstein ordenó, sin éxito, cientos de copias para distribuirlas. Muchos diarios solicitaron publicarla en serie, Hersey lo permitió a condición de que esos medios contribuyeran con la Cruz Roja en vez de pagarle a él. El artículo fue leído completo, durante cuatro horas y media, por actores (aunque no dramatizado) en la radio pública estadounidense (lo mismo hizo la BBC y las televisoras públicas de Canadá y Australia). Dos meses después apareció en libro y desde entonces se han vendido alrededor de tres millones y medio de copias en veintitrés idiomas. (En Japón el libro recién pudo publicarse en 1949, pues fue prohibido por el gobierno de ocupación.)

En 1999 "Hiroshima" fue elegida, por un comité que convocó la Universidad de Nueva York, la mejor obra periodística del siglo en Estados Unidos. Por sobre textos de Tom Wolfe, Norman Mailer, Gay Talese y Huntert S. Thompson, y clásicos como "Eichmann en Jerusalén" de Hannah Arendt y "A sangre fría" de Truman Capote, o las fotografías de Robert Capa del Día D, y los reportes de Ernest Hemingway sobre la Guerra Civil Española.

Como querían los editores, el artículo despertó la conciencia sobre lo que significó la bomba. Suele citarse, como ejemplo, la reacción de uno de los científicos del Proyecto Manhattan (que desarrolló la bomba), quien dijo que luego de leer la crónica lloró -por culpa y vergüenza- al recordar cómo había celebrado el lanzamiento de la bomba.

Directo y seco

A pesar de sus reticencias hacia el Nuevo Periodismo, Hersey es sindicado como precursor del género. Cuando se leen juicios sobre el estilo de "Hiroshima", se repiten calificativos como "simple", "plano" o "seco". Ejemplo de lo cual puede ser la siguiente escena: "De nuevo era una mañana caliente. El padre Kleinsorge fue a buscar agua para los heridos en una botella y una tetera que había tomado prestadas. (...) Había muchos muertos en los jardines. Cerca de un hermoso puente de medialuna encontró a una mujer desnuda que parecía estar quemada de la cabeza a los pies, y todo su cuerpo estaba colorado. (...) Cuando hubo dado agua a los heridos, hizo un segundo viaje. Esta vez encontró a la mujer del puente muerta. Regresando con el agua se perdió en un desvío alrededor de un tronco caído, y al buscar el camino entre los árboles escuchó una voz que venía desde los arbustos y le preguntaba: «¿Tiene algo de beber?». (...) Cuando entró en los arbustos se dio cuenta de que había unos veinte hombres, todos en el mismo estado de pesadilla: sus caras completamente quemadas, las cuencas de sus ojos huecas, y el fluido de los ojos derretidos resbalando por sus mejillas".

En una entrevista con The Paris Review, cuarenta años después de publicar el artículo, Hersey explica que el tono fue deliberado, "pues pensé que si el horror podía ser presentado lo más directo posible, permitiría que el lector se identificara con los personajes de manera directa". Eso -ocultar la mediación que implica el periodismo- es solo una de las técnicas de la ficción a las que recurre. El otro "truco", explica, el principal de hecho, es presentar a los protagonistas desde su punto de vista. También recurre al suspenso (como en el inicio del libro) y al estiramiento del tiempo: los primeros capítulos abarcan apenas una horas antes y después del estallido de la bomba, y luego la historia se abre hacia un tiempo más largo y acompasado "que se despliega hacia un largo y terrible futuro".

El extranjero

John Hersey aprendió chino antes que inglés. Nació en Tianjin, China, en 1914, donde estaban radicados sus padres, los misioneros protestantes Roscoe y Grace Baird Hersey. En 1925, cuando Hersey tenía once años, la familia regresó a Estados Unidos y se instaló en Nueva York. "Toda mi vida me he considerado un extranjero. Nací como extranjero", dice en la entrevista a Paris Review. Mi "principal interés ha sido el mundo en su conjunto, y mi lugar ha sido el de una persona situada en un entorno mayor que aquel que definen las fronteras nacionales".

Se formó en Harvard y Cambridge. Tras graduarse postuló a la revista Time, pero fue rechazado. Volvió a intentarlo y en 1937, ahora sí, lo contrataron luego de que presentara un ensayo en el que hablaba de "cuán podrida" estaba la publicación. Se convirtió en corresponsal de guerra de esa revista y de Life.

En 1946, antes de un viaje para reportear en Asia, Hersey almorzó con William Shawn, el número dos de The New Yorker, detrás de Harold Ross. Hablaron sobre posibles historias. Una de ellas sobre Hiroshima. Ya en Asia, a Hersey le regalaron la novela "El puente de San Luis" ( The Bridge of San Luis ) de Thornton Wilder. De ella tomó la estructura para la pieza sobre Hiroshima. "El libro trata sobre cinco personas que murieron cuando se cayó un puente colgante sobre un cañón en Perú, y sobre lo que habían hecho para llegar a ese momento que los reunió. Me pareció una posible manera para lidiar con la muy compleja historia de Hiroshima: tomar a un número de personas -media docena, como hice finalmente- cuyos caminos se cruzan y llegan a este momento de desastre compartido".

Llegó a Japón a buscar a personas que calzaran con ese patrón. Fue donde unos sacerdotes alemanes sobre los que había leído. Unos de ellos, Kleinsorge, hablaba inglés. A través de él conoció al pastor protestante Tanimoto. Y ellos dos le presentaron al resto de la gente: "Debí hablar con cuarenta o cincuenta personas, intentando hallar a los que funcionaran para lo que quería hacer".

Investigó durante tres semanas. Regresó a Estados Unidos a fines de junio y escribió durante un mes el artículo. Hersey cuenta que pasaron diez horas diarias durante veinte días corrigiendo el texto con Ross y Shawn.

Tal vez lo que más perturba al leer "Hiroshima", más incluso que las descripciones de los efectos sobre los cuerpos, es el desconcierto que campea entre la población y, en particular, entre los protagonistas. La mayoría de ellos piensa que cayó una bomba sobre el lugar que se encontraban y solo al ver la devastación de la ciudad e inexplicables situaciones -gente quemada incluso antes de que empezaran los incendios, una maleta de papel maché intacta al lado de un escritorio hecho astillas, la oscuridad en plena mañana, fuertes vientos, una lluvia con gotas demasiado grandes, mareos, vómitos, caída del pelo, láminas de rayos X sin utilizar que se habían velado- se dan cuenta de que algo mayor había sucedido.

Una ignorancia que queda graficada en la siguiente escena: luego del resplandor silencioso y del derrumbe de su casa, la señora Nakamura rescató a su hija menor de los escombros, y esta le preguntó: "¿Por qué se ha hecho de noche tan temprano? ¿Por qué se ha caído nuestra casa? ¿Qué ha pasado?".

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