Al menos tres héroes de la aeronavegación cuenta Chile en su temprano historial de proezas de altura. El primero fue el mecánico de origen francés César Copetta -apoyado por su hermano Félix-, quien realizó el vuelo pionero en el espacio aéreo nacional, el 21 de agosto de 1910, en la Chacra Valparaíso (hoy la Villa Frei de Ñuñoa). Claro que "espacio aéreo" es mucho decir: el avión se elevó apenas a seis metros de altura y se desplazó por 220 metros. Los otros vuelos emblemáticos sí cuentan con dimensiones mayores. Está el primer cruce de la cordillera, realizado por Dagoberto Godoy a 6.300 metros de altura, en diciembre de 1918; y tres meses más tarde el vuelo del temerario teniente Armando Cortínez, quien sustrajo un Bristol Type 20 de la base aérea El Bosque para doblar la hazaña de su antecesor: fue a Mendoza y regresó a Santiago. Réplicas exactas de aviones como el Voisin Celular de los hermanos Copetta o el monoplano Bristol M1C de Godoy se exhiben hoy en el Museo Nacional Aeronáutico y del Espacio, creado en 1944, y que desde 1992 opera con amplias instalaciones en avenida Pedro Aguirre Cerda 5000, en lo que fue el antiguo Aeropuerto de Los Cerrillos. Unas 130 mil personas lo visitan gratuitamente cada año para admirar los 92 ejemplares que se exponen allí, antiguos aviones comerciales con motores a hélice, naves de combate, y piezas patrimoniales fabricadas en madera y tela. El museo, que depende de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC), tiene además una muestra permanente, que recorre la historia de la aeronavegación, hasta rematar en una vitrina que representa el taller de los hermanos Wright, responsables del primer vuelo de la historia, en 1903. Pero no es la única acción que tiene lugar allí. Un hangar especial, retirado del edificio principal, es el taller donde trabajan los restauradores del museo, verdaderos artistas en el anonimato. A cargo del ingeniero aeronáutico Mario Magliocchetti, 17 personas rescatan aviones de distintas épocas y especialidades. "Todos los que están aquí son mecánicos de aeronaves, algunos jubilados con 30 o 40 años de experiencia, y otros jóvenes mecánicos, que están convirtiéndose en restauradores. Fabrican piezas de un avión tal como eran en su origen", cuenta Magliocchetti. "Hay especialistas en carpintería, estructuristas de metal, motoristas, pintores. Hay aviones que replicamos desde cero, como el que usaron los Copetta en 1910, y en algunas restauraciones tardamos tres años o más. Hoy estamos restaurando un PA-18", señala Ricardo Gutiérrez Alfaro, director del museo. Esa pieza es una de las 14 que están en proceso o que esperan hora-hombre en la Sección Restauración y Mantenimiento para sumarse a la exhibición permanente del museo. Es un avión que data de 1956 y que ha sido muy popular en todo el mundo. Su restauración comenzó en octubre pasado y terminará a comienzos de julio. Cristóbal Ferias, por ejemplo, realiza el trabajo de entelado. "El fuselaje y las alas del avión están recubiertos en tela resistente al sol. Hay apenas unos cinco enteladores de aviones en Chile. A mí me enseñó don Hugo Guzmán (considerado un maestro en este arte, fallecido a comienzos de año)", dice Ferias. "Nosotros vamos buscando aviones por aquí y por allá, preguntando en clubes aéreos, a particulares o militares. No tenemos límite de época para que un avión pueda estar en nuestro museo", señala Gutiérrez. "Así como el Voisin de los Copetta es una pieza de la historia, un avión que hoy dejó de volar, también será patrimonio dentro de cien años", cierra.