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Tareas pendientes en innovación

martes, 28 de abril de 2015

Carlos A. Osorio
PhD. Director del Master de Innovación, Universidad Adolfo Ibáñez.


Cada vez escuchamos más de innovación en Chile. Startup Chile nos ha dado fama mundial, cada vez hay más giras a Silicon Valley, Boston, y otros focos de innovación mundial, y premiamos a las empresas.

El 2006 se creó el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad. Sin embargo, entre ese año y 2015, el lugar de Chile en el ranking mundial de competitividad bajó del 27 al 33. De los doce pilares de este ranking, nuestra peor nota es en innovación: bajamos del lugar 41 al 48 en el mismo período. Otros países lo han estado haciendo mejor y nos han dejado atrás. Las preguntas son ¿Por qué?, ¿Por qué nos debiera importar? y ¿Qué podemos hacer? Si la clase política no comienza a ejecutar políticas de largo plazo, las grandes empresas a mirar la innovación como inversión en vez de como gasto, y seguimos mirando el tema como sexy más que necesario vamos a ir de mal en peor, y sufrir los efectos de la disrupción. Las salitreras son un recuerdo de hace casi 100 años de lo que podría llegar a pasar.

¿Qué está sucediendo?

Uno de los problemas con políticas de innovación es que diseñan en el corto plazo, pero su impacto se observa en años. Esa fue una de las razones para crear, el año 2006, el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC), ahora llamado Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo (CNID). Desde entonces, sin embargo, nuestro lugar en el pilar de innovación del ranking mundial de competitividad ha bajado del lugar 41 al 48.

Una razón es nuestro nivel de inversión en I+D. Según datos de la tercera encuesta sobre gasto en I+D, Chile gasta un 0,35% del PIB en I+D, versus un 2,4% promedio OECD y un 0.84% de promedio de Latino América y el Caribe. De esto, un 33% corresponde a gasto empresarial, y un 77% a gasto del Estado.

Una característica de la innovación, es que su efecto en la economía se genera mediante acción empresarial. El rol del estado está limitado a crear condiciones, estimular e investigar en intereses especiales como, por ejemplo, defensa y salud. Sin embargo, sin inversión y decisión de privados, la ciencia básica y nuevos desarrollos no se convierten en nuevos productos, y su efecto no llega a la economía y la vida de las personas. Pero, de acuerdo a la octava Encuesta de Innovación, la tasa de innovación en Chile es de un 27%, siendo las grandes empresas las que tienen una mayor participación con un 41%, y las pymes promediando un 28,4%. Lo que es bastante inferior al casi 80% y 50%, respectivamente, para países OCDE.

Más allá de estos números, significado también importa porque el 44% de las empresas que realizan innovación lo hacen por medio de compra de bienes de capital: maquinaria, equipos y software. De las empresas que realizaron innovación, sólo un 48% conoce los programas públicos que financian innovación, y sólo un 29% de ellas las utiliza.

En resumen, el sector privado no está tomando la innovación con la seriedad que necesita. ¿Qué le parecería que menos del 41% de las grandes empresas tuviera y menos del 29% de las pymes una función de finanzas o marketing profesional? No sólo sería absurdo, sino que nuestras empresas no serían lo que son, y Chile tampoco. Igual de absurdo es lo que está pasando con innovación, y es por esto que estamos en riesgo.

Otra de las razones de esta baja es que en Chile no somos muy buenos para dar continuidad a políticas comenzadas por gobiernos anteriores, por lo que se tiende a descontinuar políticas antes de ver resultados. Por ejemplo, parte importante de las recomendaciones generadas en el CNIC durante el período 2006-2010, fueron desestimadas el 2010-2014.

Un viaje reciente a San Francisco, sorprende gratamente ver el interés que despertamos por Startup Chile, y el trabajo que está realizando el Consejo Chile California. Sin embargo, también sorprende, no tan gratamente, que la imagen que se está formando del ejecutivo chileno que va en giras tecnológicas no es tan bueno: alguien que llega sin proyecto concreto, que no hace seguimiento de las conversaciones que comienza y aparentemente de turismo. De acuerdo a un ejecutivo de una gran empresa de Silicon Valley, “a la mayoría de chilenos que recibimos no vienen preparados, hacen preguntas obvias, y pareciera que les interesa más la foto que hacer negocios”. Tanto se está profundizado esta tendencia, que se han formado empresas que se dedican a ofrecer giras.

Se está generado una farandulización de la innovación, que la ha posicionado como sexy, y ha llevado a generar una falsa simplificación de procesos de innovación a niveles de lo absurdo. Esto ha llevado a un florecimiento de consultoras en el tema, lo que no sería raro salvo por una característica comparativa de Chile: desglosando el pilar de innovación, la calificación relativa más deficiente que tenemos es “Capacidad para Innovar”, en el lugar 76 de 144 países para 2015.

Hoy, cualquiera se dice innovador porque tiene post-its y “sharpies” en la oficina, o porque ha traído a Chile el modelo de la empresa X creada en Silicon Valley, u otro polo de innovación global. Sin embargo, la innovación es global, y no local. Comenzar en Chile algo que ya ha sido hecho en otro país no es innovación sino transferencia de tecnología.

Ser capaces de sobrellevar las dificultades y rigor necesarios para focalizar la creatividad de equipos a través de procesos de innovación, invertir y dar real espacio para la experimentación y el aprendizaje mediante falla, y mostrar resultados a nivel mundial… Eso es otra historia, y sólo pocos pueden contarla en Chile. El Centro de Innovación Avanzada de Valparaíso, la Fundación Ciencias para la Vida, Scopix Solutions, Crystal Lagoons, o Sirve son algunos de estos casos, pero son excepciones, y no son suficientes para revertir la situación de competitividad de un país.

¿Por qué debiera preocuparnos?

Esto debiera preocuparnos porque la única manera de protegerse de una disrupción es generándola. Mientras una innovación radical se mide en qué tan novedosa es respecto a conceptos pre-existentes, la innovación “disruptiva” tiene que ver con el efecto que tiene en mercados establecidos. Una innovación genera disrupción cuando cambia la estructura de un mercado, dejando obsoleta la oferta de las empresas establecidas. El ejemplo más conocido en Chile lo sufrimos hace casi 100 años cuando apareció el salitre sintético.

De acuerdo a diversos estudios, el cambio tecnológico está haciendo desaparecer empresas más rápido que nunca. La edad promedio de las empresas del S&P 500 ha bajado de cerca de 70 años, a mediados de la década de los 30, a no más de 15 años, en 2015. De acuerdo a esta tendencia, más de la mitad de las firmas del S&P 500 del 2025 aún no han nacido, y muchas que vemos hoy desaparecerán de esta lista. La única que se ha mantenido en el S&P desde la creación de este índice ha sido General Electric, que vive de la innovación: 70% de sus ingresos proviene de ofertas de valor con menos de 5 años.

La innovación no importa porque sea sexy, está de moda, por cuantos viajes realicemos, o porque nos digan que es importante. Importa porque la vida y competitividad de nuestro país depende de ello. Lo peor es que ya hay evidencia de cómo lentamente otros países están avanzando más rápido y mejor que nosotros. Si seguimos igual, en un futuro cercano estaremos acabados.

¿Qué hacer?

Ya no se sustenta que nuestro país invierta tan poco en I+D. Quizás el 2,4% del PIB de promedio de la OCDE sea demasiado en estos momentos, pero al menos deberíamos doblarlo en el mediano plazo, destinando parte importante en generación de capacidades de innovación.

La innovación es una actividad de algo riesgo y alto retorno, en que acciones hoy tienen futuro en el mediano y largo plazo. En promedio, un proyecto de innovación exitoso toma 24 meses en comenzar a mostrar resultados. Para obtener este retorno las empresas deben hacer tres cosas básicas: aprender a innovar, invertir, y entender que los proyectos de innovación tienen una dinámica y ritmos distintos.

A nivel país, debemos entender que, en términos metafóricos, la innovación se parece mucho a una ultramaratón: requiere estar preparados, aguantar e invertir en resultados futuros e, independiente de quien venga en el futuro, respetar las decisiones pasadas porque se ha realizado una apuesta como país. Pero para correr ultramaratones, se necesita antes correr pequeñas carreras.

Ya es tiempo que, independiente quien gobierne Chile en el futuro, se deje trabajar al CNID y CORFO. No podemos estar cambiando cada 4 años nuestras políticas de largo plazo.

Un tema relacionado es fortalecer la inversión en generación de capacidades de innovación tanto en pequeñas como en la gran empresa, pero de la mano con exigir resultados de esta inversión. Hace décadas pasó el tiempo donde la innovación resultaba sólo de creatividad e intuición. Hoy sabemos que es más una ciencia que arte, que la intuición es importante al comenzar, pero no para terminar, y que así como hay buenas prácticas, también hay malas prácticas en innovación que son muy comunes.

Viajar es bueno e importante, pero si quiere sacarle provecho a un viaje a Silicon Valley u otro lugar, hágalo cuando tenga proyecto en la mano donde necesiten colaboración o socios, o cuando necesiten aprender temas específicos y de relevancia para su empresa. Empresas muy distintas no necesitan conocer lo mismo.

Para esto, CORFO y Consejo Chile California están trabajando con SRI para apoyar a chilenos con potencial de escalamiento global. Si lo que buscan es aprender, hagan su tarea antes: escojan ustedes empresas que sean relevantes para sus necesidades. Armar una agenda ajustada a las necesidades de su empresa puede tomar entre 3 y 5 meses de investigación, contactar empresas y obtener fechas, y realizar arreglos logísticos.

El Consejo Chile California es una iniciativa de la Cancillería chilena que busca estrechar lazos entre el estado de California, y se ha transformado en un punto de encuentro de la diáspora chilena en Silicon Valley. Han dado forma a un ecosistema dinámico y sofisticado que incluye emprendedores, estudiantes de doctorados, postdoctorados, ingenieros y diseñadores, quienes desde sus perspectivas colaboran y conversan compartiendo conocimientos y experiencias sobre innovación.

Estos diálogos internacionales y multidisciplinarios permiten generar nuevas relaciones, dar forma a dinámicas inéditas, a nuevas formas de enfrentar los problemas que pueden conducir a diversificar la matriz productiva del país, a incorporar nuevas tecnologías y capital humano avanzado.

Esta diáspora, que se desarrolla en Silicon Valley, está presente en el desarrollo del país mediante relaciones de colaboración que sobrepasan las fronteras territoriales y las distancias. Porque cuando las redes existen y están activas, la presencia de los nacionales que viven en centros de desarrollo tecnológico son un insumo fundamental para abrir horizontes, conocer el estado del arte, y aventurarse en emprendimientos que puedan tener impacto global. Sin embargo, para obtener frutos se necesita hacer que las redes trabajen, no sólo saber que existen.

Tenemos una tarea no menor, porque todos en todos los países se está corriendo esta carrera, y la competencia está cada vez más fuerte. La innovación no tiene mucho sentido sin solucionar problemas globales que generen impacto económico de escala. La mayor tarea pendiente en este momento la tienen las empresas, porque sin una acción más decisiva y seria en innovación a nivel más masivo, la efectividad de las políticas públicas seguirá siendo limitada.

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