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A propósito de las heladas

martes, 05 de noviembre de 2013

Arturo Cifuentes
Director académico - CREM/ Facultad de Economía y Negocios - Universidad de Chile

La helada que afectó al centro del país en septiembre ya dejó de ser noticia. Probablemente, solo el sector agrícola la recuerda, ya que le provocó pérdidas por más de US$ 850 millones. Sin embargo, a raíz de esta “tragedia” surgen algunas preguntas obvias. Primero, si bien las heladas son difíciles de predecir, estas ocurren con cierta regularidad: cada veinte años más o menos. Si esta industria estira la mano cada vez que tiene pérdidas "inesperadas", ¿deberían pagar un impuesto "extra" cada vez que tengan un año "sorpresivamente" rentable? La respuesta no es fácil. Pero amerita al menos una discusión. Y segundo, ¿habrá otros sectores productivos que sean tan vulnerables frente a situaciones “inesperadas”?

Las recientes heladas provocaron grandes pérdidas al sector agrícola. Estas se concentraron en los productores de nectarines, duraznos, cerezas y ciruelos. Según estimaciones de la industria, entre el 30% y el 60% de las superficies plantadas con estos frutos estarían afectadas.

El gobierno respondió con varias medidas paliativas, algunas de tipo financiero (a través de Corfo y BancoEstado) y otras mas bien políticas (condonación de algunas cuotas de contribuciones en las regiones más afectadas). También se creó una mesa de trabajo con representantes de la Asociación de Bancos y Sociedad Nacional de Agricultura para explorar la flexibilización de préstamos y reprogramación de créditos.

"La última vez que vimos una helada tan fuerte como ésta fue en los años 90, esa incluso fue mas complicada," aseguró un dirigente gremial. "Si cae esta misma helada el 15 de octubre o después, estaríamos hablando de una catástrofe," agregó otro directivo agrícola.

Sin pretender minimizar la situación, es justo reconocer que lo descrito en los párrafos anteriores, resume bien la actitud de muchos chilenos frente a los riesgos: poca planificación; una esperanza más bien infantil en que "ojala que no pase"; y por último, esperar la ayuda del Estado. Pero es siempre mejor prevenir que curar. Y en este contexto, uno debería pensar en medidas mitigantes con miras a largo plazo, y un manejo de riesgo más racional. En este sentido, la iniciativa del seguro agrícola, iniciada a partir del año 2000 -y por influencia de Canadá-constituye un buen ejemplo. Pero no es suficiente.

Una asignatura pendiente, donde un apoyo del Estado sería importante, es el desarrollo de un mercado de derivados de clima. Es decir, instrumentos financieros cuya performance depende de una variable climática bien definida, que es fácil determinar en forma inequívoca, y que no está sujeta a manipulaciones. Por ejemplo, el número de días, durante un período específico de tiempo, en que la temperatura mínima está por debajo de un cierto límite fijado de antemano, en una estación de medición determinada también a priori. Este tipo de instrumentos constituye un complemento ideal a los seguros.

Desarrollar este mercado implica varios desafíos: (i) un cambio de mentalidad en cuanto a dejar de considerar a los instrumentos derivados como algo demoníaco (esto es, superar la tara post-Davilazo); (ii) desarrollar un marco regulatorio consistente con el punto anterior; (iii) facilitar y fomentar la participación de las compañías de seguros y fondos de pensiones en este tipo de instrumentos; (iiii) desarrollar bases de datos confiables, y establecer estaciones de medición en los lugares relevantes; y -por último- (v) asignar recursos de investigación al desarrollo de modelos meteorológicos. Todo esto, a la larga, sería mucho más rentable que tener que hacerle favores cada veinte años a un sector industrial que es capitalista cuando tiene utilidades y estatista cuando tiene pérdidas.

Más aún, las heladas de septiembre tienen lecciones importantes que van mas allá de la industria de la fruta: en general las catástrofes no se pueden predecir, pero sí sus efectos. Por lo tanto, cualquier industria responsable, debe tener una estrategia seria de manejo de riesgo. Y esta estrategia, no puede consistir en esperar ayuda del Gobierno cada vez que una situación adversa ocurre. Más todavía, si las situaciones adversas tienden a ocurrir con cierta periodicidad.

Y volviendo a la pregunta incómoda. Supongamos que uno acepta como legítimo que el Estado ayude a los agricultores cuando estos se ven afectados por "sorpresivas" heladas, pero que puedan conservar todas sus ganancias en los años de temperaturas favorables. ¿Qué argumento le podría dar uno a una familia, que a raíz de una enfermedad catastrófica del miembro que la sustenta, solicita no pagar las contribuciones o que le flexibilicen las deudas bancarias? La verdad, no se me ocurre qué responder.

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