Dólar Obs: $ 981,71 | -0,07% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.072,05
IPC: 0,60%


Esa experiencia de 1969

miércoles, 23 de enero de 2019

Gonzalo Rojas
Editorial
El Mercurio




Mi generación escolar vivió el experimento que algunos llaman Machuca, durante 1969 y 1970, mientras cursábamos los dos últimos años de media en el Saint George's College.

Por eso, hoy no necesitamos ni el cine de ficción ni las elucubraciones de ideólogos o legisladores: nos basta la experiencia de 50 años atrás (seguramente, habrá quienes por eso mismo la descalificarán, en vez de mirarla con interés).

Convivimos quienes habíamos llegado a Pedro de Valdivia 1423 en primera preparatoria con quienes lo hicieron en segundo, tercero o cuarto medio. Convivimos casi sin problemas en la vieja sede de Providencia y después, en La Pirámide, desde mediados de 1970 (yo sí tuve muchos problemas, porque nunca pude ganarle ni en 1.000 planos, ni en 1.500 con obstáculos, al gran Lucho Gómez, incorporado al colegio con una beca). Sí, eran "los becados": así se denominaba respetuosamente a quienes poco a poco se fueron integrando a nuestro espíritu, a nuestro estilo y a nuestras tradiciones y proyectos.

Compartimos clases, patios, actividades y tiempos libres. Para algunos de nosotros, esa normal convivencia tuvo lugar en esos momentos únicos de vitalidad humana que eran los entrenamientos y competencias de atletismo, en años en que el Saint George lo ganaba todo.

¿En qué pueden ayudar esos recuerdos para la discusión actual sobre el proyecto de ley anunciado por las izquierdas?

En primer lugar, para tener presente que la iniciativa fue del propio colegio. Así como hubo otros establecimientos -competidores nuestros en deportes- que becaron a los mejores atletas de colegios sin muchas posibilidades de ser campeones, el Saint George optó por un plan de becas a alumnos pobres (éramos más sinceros con la terminología). Y esa libertad para desarrollar el proyecto es algo que jamás podrá ser suplido por la obligatoriedad de una eventual norma legal. La vitalidad con que una comunidad educativa se despliega en una iniciativa propia no se compara con su reacción negativa ante una imposición. Convencida de la bondad de su idea y del modo de llevarla a la práctica, una institución se une en torno a esos objetivos y puede lograr éxitos notables (ya la integración de esos años quizás lo fue). Obligada a desarrollar un plan externo de ingeniería social, esa misma comunidad va a entrar en crisis de identidad y en crisis de proyectos. Pero, ya lo sabemos, a los socialismos las identidades y los proyectos específicos les parecen siempre, y por definición, discriminaciones arbitrarias.

La segunda consideración interesante es que el plan se llevó adelante muy de a poco, con pequeños grupos de alumnos becados. Eso hizo posible una dedicación personalizada, un conocimiento de cada uno, un seguimiento de personas, no de procesos (en parte he visto esa misma política cuidadosa en la admisión universitaria, aunque tiende a abandonarse, con el ingreso de grandes números y los consiguientes peores resultados). Los porcentajes de obligatoriedad anunciados en el proyecto de ley ciertamente contradicen tanto el sentido común como la experiencia en la materia.

Finalmente, no puede olvidarse que, al poco andar del proyecto de becas, hubo en el Saint George otras señales que ensuciaron el proceso. Fue el mismo año 1969 cuando explotó la crisis de infiltración marxista en sus aulas (esa que gráficamente se expresó en la hoz y el martillo por encima de la cruz). ¿Hubo correlación directa entre el plan de becas y la intención de algunos sacerdotes y profesores de sumar al colegio al proceso socialista del momento? Quizás; no lo tengo claro.

No al menos tan claro como el evidente propósito socializante que mueve al proyecto de las izquierdas actuales.

La vitalidad con que una comunidad educativa se despliega en una iniciativa propia, no se compara con su reacción negativa ante una imposición.

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia