Dólar Obs: $ 950,77 | -0,31% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.232,24
IPC: 0,40%


Cocavíes

domingo, 20 de enero de 2019

Por Ruperto de Nola
Comer y viajar
El Mercurio




L a asociación entre comer y viajar es insondable. Nuestros tatarabuelos, in illo tempore , comían arrancando (de neanderthales, de mamuts, de lo que fuere). Comimos una vez, en un festival ancestral de Bolivia, algo que nos pareció perfecta cocina de huída: chuño cocido, choclo cocido, charqui de camélido, habas cocidas en sus vainas, rocotos secos. Todo frío. Listo para meterse en una faltriquera. Si no hubiera sido por ciertos deliciosos manjares que logramos tragar con aquellas alturas, hubiéramos quedado con mala idea de la cocina boliviana. Y nuestros tatarabuelos más cercanos no concebían subirse a nada que tuviera ruedas sin llevar provisión de huevos duros, trutros fiambres de pollo, pan amasado, dulces chilenos. 


Ni tampoco a nada con alas sin haberse enterado del menú: Air France conserva hasta hoy un público cautivo con sus comidas por las cuales -y lo dicen con orgullo- "no se cobra". Porque ha de saber Usía que hoy cobran hasta casi el vaso de agua que pide el pobre viandante para calmar sus terrores aéreos. Causados, a menudo, por los menuses de otras compañías. Mencionaremos aquí sólo el de una que ya no existe, Panagra, casi la única que circulaba por América hace unos 70 años, cuando los aviones eran de hélice y volaban capeando nubes, como quien salta olas en la playa. Ah, el menú aquel: incluía una entrada en que, sobre una hoja de lechuga sin aliño, habían puesto medio durazno al jugo, boca abajo, con zurungo de ricota encima; por cierto, incluía también sopa, que había que tomar mientras el avión avanzaba como montaña rusa para evitar "vacíos" que dejaban el líquido 20 cm más arriba del tazón. Como lo que ocurría en el coche comedor de FFEE (léase "Ferrocarriles del Estado", por si es Ud. reciente): los mozos se lucían sirviendo chorros de café que,


 milagrosamente, caían justo dentro de las tazas, mientras el convoy avanzaba de bandazo en bandazo. Y no crea, Madame, que estas peripecias ocurrían sólo en la prosa cotidiana: si lee las historias de Mr. Pickwick , relatadas por Dickens, advertirá que Pickwick y su club de amigos viven en constantes y disparatados viajes, durante los cuales se va, naturalmente, comiendo en posadas y merenderos, aunque también en casa de algunas nuevas amistades de camino. En una ocasión, Mr. Pickwick almuerza ensalada de langosta donde cierta reputada poetisa local, autora de una célebre Oda a una rana expirante . El lugar estaba cerca de Bury St. Edmunds, bonito pueblo de Suffolk, cerca de la antigua "Dane Law" de los vikingos, de cuya playa de Maldon proviene la famosa sal y ciertas delicadísimas ostras. Lo que nos lleva finalmente a la receta.

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia