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La costosa paternidad del siglo XXI

martes, 08 de enero de 2019

Por Claire Cain Miller, The New York Times. Ilustración: Francisco Javier Olea.
Reportaje
El Mercurio

Por primera vez, no hay seguridad de que los hijos vayan a tener al menos el mismo nivel de comodidades que sus padres. Esto ha hecho que la crianza sea cada vez más cara y consuma más tiempo. Pero ¿esto les dará a los niños las herramientas que realmente necesitan?



Ser padres en Estados Unidos es cada vez más exigente. En un par generaciones, los padres han aumentado la cantidad de tiempo, atención y dinero que destinan a la crianza. Las madres que trabajan pasan tanto tiempo al cuidado de sus hijos como lo hacían las que permanecían en casa en la década de 1970. Y el dinero que los padres gastan en los hijos, que solía llegar a un máximo en la enseñanza media, es ahora más alta cuando tienen menos de 6 años y más de 18.

Renée Sentilles matriculó a su hijo Isaac en clases extraprogramáticas cuando era muy pequeño. Incluso ahora que tiene 12 años, rara vez lo tiene fuera de su vista. "Leí todos los libros de cuidado infantil", dice Sentilles, profesora en Cleveland Heights, Ohio. "Lo puse en clases de piano a los 5 años. Lo llevaba a prácticas de fútbol a los 4. Intentamos atletismo; hicimos todos los cursos de natación, artes marciales. Lo hice todo. Por supuesto que lo hice".

Si bien este tipo de crianza intensiva ha sido la norma para los padres de clase media-alta desde los 90, hoy en todas las clases sociales se considera que esa es la mejor forma de criar a los hijos.

Cientistas sociales señalan que este modelo tiene una motivación poderosa. Por primera vez, es tan probable como no tan probable que los niños estadounidenses sean menos prósperos que sus padres. Estos hacen todo lo que esté a su alcance para que los niños puedan llegar a una situación más acomodada o al menos mantengan aquella con la que nacieron.

Cada vez más padres quieren criar de esta forma, pero los más ricos tienen más posibilidades de hacerlo. "A medida que aumenta la brecha entre ricos y pobres, el costo de intensificar la crianza crece", acota Philip Cohen, sociólogo de la Universidad de Maryland, quien estudia las familias y la desigualdad.

"La crianza intensiva busca que las madres con una situación económica buena puedan tener la seguridad de que sus hijos mantendrán su posición ventajosa en la sociedad", agrega Jessica Calarco, socióloga de la Universidad de Indiana y autora de un libro sobre oportunidades de la clase media.

Stacey Jones crió a sus hijos en un barrio de clase trabajadora en Stone Mountain, Georgia. Ella y otros padres hicieron grandes esfuerzos para darles a sus hijos oportunidades, con opciones asequibles: ligas deportivas municipales en lugar de equipos de clubes, y bandas escolares en vez de clases particulares.

El verbo "ser padre" se utilizó ampliamente en la década de 1970, cuando proliferaron libros sobre paternidad. Los 80 trajeron la crianza helicóptero, que buscaba mantener a los niños a salvo de un daño físico. Cientistas sociales como Sharon Hays y Ammette Lareau hablaron por primera vez de la crianza intensiva en los años 90 y 2000. Los niños empezaron a ser considerados vulnerables y definidos por sus primeras experiencias, idea que fue reforzada por la investigación en desarrollo infantil. El resultado fue un estilo de crianza "guiada por un experto, emocionalmente absorbente, de trabajo intenso y económicamente cara", escribió Hays en su libro de 1998, "The cultural contradictions of motherhood".

El tiempo que los padres pasan con sus hijos no ha cambiado mucho, pero las horas que se destinan a actividades como llevarlos a clases es lo que más ha aumentado. Hoy, las madres pasan casi cinco horas a la semana en eso, en comparación con la hora 45 minutos de 1975, y les preocupa que no sea suficiente.

La madre de Sentilles, Claire Tassin, describe una forma diferente de crianza, en los 70. "Mi labor no era entretener a mis hijos", dice, "sino amarlos y disciplinarlos". De sus nietos, opina: "Tienen una vida más rica que la que tuve yo, pero ha sido dirigida. No estoy diciendo que eso no funcione. Ellos son increíbles. Pero yo me sentía libre. Jugaba afuera todo el día".

Los símbolos de la crianza intensiva son en gran medida referentes de la cultura estadounidense blanca, de clase media-alta. Esto parte en el útero, cuando a las madres se les pide que eviten el café para no dañar a la guagua. Luego: amamantar exclusivamente; torta de cumpleaños sin azúcar; rociar las manos de los niños con desinfectante; fiestas de cumpleaños perfectas, al estilo de Pinterest.

La American Academy of Pediatrics promueve la idea de que los padres monitoreen constantemente a los hijos, incluso cuando la ciencia no da una respuesta clara sobre qué es mejor. Al mismo tiempo, ha habido poco aumento en la ayuda para los padres que trabajan y hay menos redes informales, porque más madres salen a trabajar.

La paternidad no es tan intervencionista en otros países. En Tokio, los niños empiezan a andar en metro solos en su primer año de básica, y en París, pasan las tardes en áreas de juego, sin compañía. La crianza intensiva se ha vuelto popular en Inglaterra y Australia, pero tiene raíces claramente estadounidenses, lo que refleja una visión de la crianza infantil como una labor individual, no social. Se trata de "salir del trance por esfuerzo propio", explica Caitlyn Collins, socióloga de la Universidad de Washington. "Esto distrae de las preguntas reales, como ¿por qué no tenemos un lugar seguro al que puedan ir los niños cuando terminan el colegio, antes de que los padres vuelvan?".

Patrick Ishizuka estudió a un grupo de 3.642 padres. Sin considerar su educación, ingresos o raza, aseguraron que las alternativas más intervencionistas y caras eran mejores. Por ejemplo, que a los niños que se aburrían después de la escuela se los debería inscribir en actividades extracurriculares. "La crianza intensiva ha llegado a ser el modelo cultural dominante", observa Ishizuka, becario de posdoctorado que estudia el género y la desigualdad en Cornell.

Los estadounidenses están teniendo menos hijos; tienen más tiempo y dinero para cada uno. Pero las brechas entre los padres de distintos ingresos no fueron siempre tan grandes. A medida que fue siendo cada vez más necesario un título universitario para ganar un sueldo de clase media y que las admisiones se volvían más competitivas, los padres empezaron a destinar más tiempo a los hijos, según estudios de Valerie Ramey y Garey Ramey, economistas de la Universidad de California, en San Diego.

Los padres ricos tienen más, pero la proporción del ingreso que gastan los de menos recursos en sus hijos también ha aumentado, según encontró Danny Schneider, sociólogo de la Universidad de California, en Berkeley, en un estudio que se dio a conocer en mayo. "Los padres de nivel socioeconómico más bajo no han podido mantener el ritmo", precisa.

Los expertos están de acuerdo en que invertir en los hijos es positivo. A medida que los padres de ingresos bajos han aumentado el tiempo que pasan enseñando y leyéndoles a sus hijos, la brecha de aptitud entre alumnos de kindergarten de familias ricas y pobres se ha reducido. Con el aumento de la supervisión de los padres, la mayoría de delitos graves contra los niños ha disminuido en forma significativa.

Sin embargo, tampoco está claro cuánto del éxito que tienen los niños es determinado por la crianza, señala Liana Sayer, socióloga de la Universidad de Maryland. "No creo que estos estudios hayan podido responder si a estos niños les irá bien cuando sean adultos, simplemente debido a los recursos".

Los padres sienten estrés, agotamiento y culpa ante las exigencias que implica criar de esta forma. Algunas madres hacen una pausa en sus carreras u optan por no tener hijos. Otras, como Sentilles, viven en un estado de ansiedad. Ella no quiere estar todo el tiempo encima, asegura. Pero al tratar de supervisar la tarea escolar, limitar el tiempo frente a una pantalla y atender las necesidades de Isaac, siente que no tiene alternativa.

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