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Mañana

domingo, 23 de diciembre de 2018

Joaquín García-Huidobro
Artes y Letras
El Mercurio




Mañana no consumiré ni una pizca de cocaína y me quedaré tranquilo en la casa.

No es mala idea; yo, por mi parte, le pediré perdón a mi señora y también me pondré en la buena con mi hermano grande, porque hace un par de años que no nos hablamos.

Yo haré algo distinto: iré a ver a una tía vieja, porque hace meses que estoy postergando esa visita, y siempre digo "mañana". Pero mañana esta vez va a ser efectivamente mañana. Además, daré algo que me duela un poco, porque este año no me ha ido nada de mal.

Mañana averiguaré cómo se llama mi vecino y lo saludaré por su nombre. Y si me encuentro con un carabinero, le daré las gracias por estar trabajando a esas horas, y también le diré que un grupo de corruptos no son suficientes para matar el aprecio que les tenemos. Lo mismo haré si veo a un cura, porque sé que lo están pasando muy mal.

Mañana le regalaré unas galletas a la señora que pasa todos los días por la vereda enfrente de mi casa, con su traje anaranjado, un basurero con ruedas y una escoba. Y también devolveré esos libros que me prestaron hace dos o tres años y que ya me los había aquerenciado.

Yo no tocaré la bocina ni me quejaré por el tráfico. En realidad, no me quejaré por nada.

Mañana miraré un mapa de Latinoamérica, y daré gracias por los políticos que tenemos. Me propondré ser más cuidadoso a la hora de criticarlos, no sea que, un día, ellos se aburran de nosotros y su lugar lo ocupen unos maleantes. Desde mañana mismo apoyaré a los profesores de mis hijos y no iré al colegio a exhibir actitudes de nuevo rico empoderado.

Mañana leeré en familia el capítulo 2 del evangelio de Lucas, y en una de esas me animo a seguir con la costumbre de leer un capítulo cada día del resto del año.

Mañana pagaré esa plata que debo y que siempre hago como si se me hubiese olvidado. Y de una vez por todas, me atreveré a tomar una hora por internet con ese psiquiatra que me dicen que es muy bueno; le plantearé que tengo una adicción que me avergüenza mucho, porque desde mañana dejaré de engañarme diciendo que la tengo totalmente controlada.

Mañana pontificaré menos y escucharé más a mis hijos. Instalaremos juntos ese Nacimiento que está en el entretecho de la casa, y que hace un par de años que no nos damos el tiempo para ponerlo en el living en estos días en que andamos tan apurados. Aprovecharé para poner de música de fondo esos villancicos que cantaba de niño y que los tengo tan olvidados.

Mañana recordaré a las familias de los desaparecidos y también a las de los presos de Punta Peuco.

Yo dejaré de odiar al juez Carroza, al menos por un día.

Me sentaré a pensar en serio mi relación con la Iglesia. Me preguntaré, bien a fondo, si unos curas corruptos son tan poderosos como para apartarme para siempre de ella. Pensaré en los cristianos perseguidos, en esos obreros egipcios que fueron degollados por Estado Islámico por no estar dispuestos a renegar de su fe, y me pondré colorado por lo mediocre que soy.

Le meteré conversa al cuidador de autos y multiplicaré mi propina por diez.

Daré gracias porque no estamos en guerra, y porque vivo en un país cuyo problema es la obesidad.

Yo agradeceré porque hay gente que me quiere. Me acordaré de esos profesores del colegio, a los que saqué canas verdes con mis ocurrencias y también del compañero al que molestábamos todos los recreos.

Haremos todo esto, nos gustaría hacerlo, intentaremos hacerlo, por una y simple razón: porque mañana al anochecer empieza la Navidad.

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