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Ilustradora española:

Ana Juan "Los ilustradores no vamos a cambiar el mundo, pero al menos vamos a intentarlo"

martes, 11 de diciembre de 2018

Por Juan Luis Salinas T.
Entrevista
El Mercurio

Es la autora de la portada de The New Yorker más comentada y viralizada del año. Esta valenciana, radicada en Madrid es una las ilustradoras más respetadas del mundo: crea las cubiertas de escritores contemporáneos y grandes clásicos, realiza exposiciones de vanguardia y acaba de presentar un libro que rescata las mujeres fundamentales en la lucha por los derechos de las españolas.



C erca de las seis de la tarde del viernes 28 septiembre, la ilustradora española Ana Juan descubrió más de diez llamadas perdidas en su teléfono celular. Venía llegando desde su taller a su casa, cuando revisó su bolso y se encontró con el mensaje de Françoise Mouly, la editora de arte de The New Yorker, quien necesitaba conversar con ella. Ana Juan, quien colabora con la publicación desde 1995 y ha firmado más de veinte de sus portadas, devolvió el llamado de inmediato. Los editores de The New Yorker querían dedicar su cubierta a la noticia que acaparaba la atención de todo Estados Unidos: la declaración de la profesora de Silicon Valley, Christine Blasey Ford, quien el día anterior había comparecido ante el Comité Judicial del Senado para relatar que en 1982 fue asaltada sexualmente por el juez Brett Kavanaugh, quien había sido designado por Donald Trump como candidato a la Corte Suprema.

La petición de The New Yorker era urgente. Estaban cerrando la edición que circularía la semana siguiente y no habían encontrado ninguna ilustración que los convenciera. Entonces Françoise Mouly recordó un dibujo que Ana Juan le había enviado el año pasado para una portada sobre el movimiento #MeToo. Entonces, la ilustradora española mandó cuatro bocetos. Ninguno fue seleccionado. Pero esa mañana de viernes neoyorquino, la directora pensó que uno de aquellos bocetos de Ana era el adecuado para el tema: el rostro de una mujer delineado en riguroso blanco y negro como una mano roja a modo de boca. Era lo que buscaban: una imagen directa y sutil, pero que al mismo tiempo, reflejara a las mujeres que eran silenciadas.

Ana Juan recuerda desde su casa en pleno centro de Madrid que Françoise Mouly quería que reenviara de inmediato el dibujo en alta resolución.

-Yo en mi casa y el boceto estaba en mi taller. Tampoco tenía a mano el archivo donde estaba digitalizado. Le dije que podía hacerlo de nuevo. Le pedí 30 minutos. Aceptó, pero me dejó claro que cada minuto significaba retraso en la imprenta y eso costaba una fortuna. Entonces con lápiz, color acrílico y cera, lo hice de inmediato.

La imagen no solo fue la portada número 25 de Ana Juan para The New Yorker, también se transformó en un fenómeno viral: fue compartida por millones de personas en las redes sociales. En esa misma edición de la revista aparecía la ilustradora explicaba lo que intentó representar: "Una voz para las mujeres que no la tienen".

-¿Quedó conforme con ese boceto o hubiera preferido enviar el original que estaba en su taller?

-Si tengo que ser franca, me gustó más este que armé contra el tiempo. Quizás fue por la emoción y por lo que significaba en ese momento.

Ana habla rápido, su voz es profunda, de vez en cuando ríe, pero la mayor parte del tiempo es de opiniones fuertes.

-Para mí, la denuncia de Christine Blasey fue muy importante. Yo seguía el caso, sin pensar que encargarían una ilustración que lo representara. Ella, creo, representa a muchas mujeres que no se atreven a denunciar y se sienten reflejada en ella.

-¿Qué responsabilidad social le da a su trabajo como ilustradora?

-Somos testigos de un tiempo y tenemos un compromiso con la sociedad en la que vivimos. No solo tenemos la misión de hacer soñar, también la de hacer llorar, la de denunciar, la de incordiar. Utilicemos nuestra profesión como espada y como escudo, para defendernos y atacar. Los ilustradores no vamos a cambiar el mundo, pero, al menos, vamos a intentarlo.

***

Termina la tarde de un jueves en Madrid. Ana Juan ya está en su casa, en una calle cercana a la Puerta del Sol. Desde la mañana estuvo en su taller, que está ubicado en las cercanías del Palacio Real, un espacio muy luminoso y lleno de mesas con sus materiales de trabajo que comparte con su pareja, el dibujante y creador de cómics alemán Matz Mainka. Ahí estuvo prácticamente a solas y en silencio, mientras desarrollaba alguno de los múltiples compromisos que abarrotan su agenda. Al final de la jornada se dio tiempo para trabajar en los bocetos de un proyecto personal que, dice, la persigue desde hace mucho tiempo: ilustrar "Alicia en el país de las maravillas".

-Es una cosa muy personal que pronto saldrá a la luz. Por ahora me estoy divirtiendo con ello.

El dibujo, dice, siempre fue su camino. Nació y creció en Valencia en una familia conformada por tres hermanas, un padre pastelero y una madre que la impulsó a desarrollar su vocación creativa. Se licenció en Bellas Artes en 1981 por la antigua Escuela superior de Bellas Artes de Valencia.

-Realmente, el mundo del Arte no me acababa de entusiasmar, me gustaba dibujar, lo hacía desde niña. Lo mío el amor por el dibujo y por los libros.

Recién egresada, con apenas 20 años, dejó la casa familiar y se cambió a Madrid, donde entonces empezaba despuntar La Movida y la escena creativa corría rápido. Al poco tiempo empezó a colaborar con publicaciones emblemáticas de esa época como Madriz y La Luna, además de conseguir espacio en los periódicos El País y El Mundo. Su relación con el mundo del periodismo, reconoce, le dio el entrenamiento para pensar y desarrollar sus ideas con rapidez.

-¿Cómo llegó a publicar en The New Yorker?

-Fue en la época que asumió como editora Tina Brown, y llegó como editora de arte para las portadas Françoise Mouly, quien quería gente nueva para formar un equipo. En esa época ella visitó Barcelona y alguien le mostró un libro de ilustraciones mías. Ella me contactó. Intenté hacer una portada con ella, no funcionó. Dos años después volvimos a intentarlo, pero fue un proceso largo. En general siempre es así. La gente piensa que todo el tiempo estoy enviando bocetos y simplemente The New Yorker los acepta, pero es mucho más duro. Tú puedes enviar bocetos y otra cosa es que se conviertan en portada, pueden pasar años de tu vida. Si esa portada funciona, tienes derecho a otra. Las reglas del juego son así. Las aceptas o las rechazas. Pero tampoco me paso la vida pensando en The New Yorker, tengo otras inquietudes que repercuten mucho menos públicamente, pero personalmente lo necesito más.

Entre las 25 portadas que Ana Juan ha creado para The New Yorker hay algunas emblemáticas. Como la del décimo aniversario del 11 de septiembre neoyorquino (con el reflejo de las ausentes Torres Gemelas sobre el río) o la que hizo tras los atentados en París y la muerte del equipo de Charlie Hebdo (entonces dibujó la torre Eiffel con forma de lápiz).

-Es que eso fue un shock. También me pidieron la portada en pocas horas y lo que salió fue eso. Un pequeño vómito de rabia y dolor.

-Es innegable que disfruta su trabajo, incluso cuando debe ilustrar situaciones complejas.

-No hay más remedio, la vida es corta, se sufre mucho. No es que uno se ponga frente a un papel y sale lo que le gusta, el proceso es más tormentoso.

***

El trabajo de Ana Juan, quien en 2010 recibió el Premio Nacional de Ilustración en España y tiene tres medallas de plata y dos de oro en la categoría ilustración de la Society of Newspaper Desing, es múltiple. Desarrolla proyectos para numerosas publicaciones periodísticas internacionales, cubiertas para libros (ha ilustrado a clásicos como Henry James y a escritores best seller como Stephen King) y otros tantos títulos propios.

-¿Cómo es hacer la ilustración de una obra literaria?

-Lo importante ahí es encontrar el punto de vista, que no es el personal, y al mismo tiempo que no desvirtúe el mensaje, el misterio, lo que el autor de ese texto ha querido dar. Puedo darle mil lecturas a un texto con mis ilustraciones, pero lo que no puedo hacer es contarle al lector mi punto de vista, que por supuesto que lo tengo.

-El año pasado ilustró un trabajo para Stephen King.

-Era el cuento del Hombre del traje negro, yo no podía contar si el niño había visto al diablo o no, eso es una fantasía suya. Había que dejarlo en el aire y de nuevo dejar que el lector sea el que llegue a la conclusión que quiera o seguir con la duda. No quise hacerlo, tuve que controlarme, porque está muy bien descrito en el texto y entonces ¿por qué hacer yo una interpretación de ese momento? Y cuando le enviaron las imágenes y el texto maquetado con las ilustraciones, fue Stephen King el que hizo la pregunta de por qué no está ese momento. Yo le expliqué mis razones y nos dio sus bendiciones para seguir adelante.

Hace unas semanas se presentó en España "Pelea como una chica", un ensayo escrito por la periodista Sandra Sabatés que rescata el legado de una treintena de mujeres referentes del feminismo español del último siglo y medio. Ana Juan realizó las ilustraciones de cada una de estas pioneras.

-Para mí, este es un libro muy importante. Un libro para recordar a las mujeres que abrieron camino para todas nosotras. Consiguieron cosas que van desde el derecho a voto hasta lograr ser reconocidas en espacios que antes les eran negados. Incluso hay muchas de ellas que durante largo tiempo no fueron reconocidas, como las de la generación del 27.

-En este proyecto, que más histórico, tuvo que utilizar un trazo más realista y dejar de lado las libertades más creativas que tiene para las portadas de The New Yorker.

-Digamos es un trabajo donde yo no soy la autora, yo soy la ilustradora, y están pidiendo retratos de todas las mujeres y en todas he intentado no hacer un retrato psicológico, sino que simplemente hablar con el color, con sus miradas, con el encuadre... porque para lo otro ya está el texto: su historia como científica, pintora, escritora, por eso yo he intentado buscar algo más con el dibujo, con la mirada... Ha sido un encargo difícil, porque de muchas de ellas ni siquiera hay fotografías.

-¿Cómo lo solucionó?

-Con un poco de la imaginación. De otras hay pequeñas fotos o retratos y con eso tienes que hacer una especie de conjunto, de sacar la esencia ¿no? Lees un poco sobre ellas y bueno, nadie me va a decir que no se parecen (risas).

Ana Juan también realiza afiches para muestras revolucionarias y cada cierto tiempo se involucra en muestras de arte: por estos días inauguró la exhibición "Dibujando desde el otro lado", que la artista desarrolló en conjunto con un equipo de trabajo interdisciplinario formado por investigadores de la Facultad de Bellas Artes y la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática de la Universitat Politècnica de Valencia. La muestra reúne 29 ilustraciones y 35 bocetos de Ana Juan que desvelan su proceso de creación y se "conectan" con el público más acostumbrado al lenguaje audiovisual a través de un viaje interactivo. Así se puede contemplar la obra y, con el celular, ver un video en el que se explica el proceso creativo.

-¿Y qué cosas le satisfacen profesionalmente y emocionalmente de su trabajo?

-Todo. Me gusta mucho cuando empiezo un proyecto, ese momento cuando uno es libre, el planificar, el soñar, el darle mil vueltas; eso no tiene precio. Me gusta el proceso de encontrar tu punto de vista, exactamente ese camino por dónde tú vas a contar las cosas y que significa buscar la información, la documentación; todo eso es muy bonito. Ese momento es mágico porque puede pasar todo, pero la realidad es bajarlo a tierra y realizarlo.

-¿Cómo definiría el estilo de su trabajo?

-Siempre he pensado que mi estilo no es más que superar mis propias carencias, esas que uno tiene y no puede llegar a resolver. La verdad es que encontrar la voz propia es lo más difícil, porque a todos generalmente nos da mucho miedo enfrentarnos a nosotros mismos y decir: "esta soy yo", ese es el momento complejo. Si se consigue superar y aceptar lo que uno es, ahí es donde se puede expresar lo que no se quiere y con honestidad.

-Habla de dibujar como si se tratara hablar, de conversar más que de trazar.

-Es que eso es comunicación, con un dibujo uno puede expresarse. Generalmente dibujar es poder hablar el idioma de todos los humanos... Hay un momento en el que faltan o sobran las palabras y ahí está el dibujo. Uno puede poner todas las normas que uno quiera en su trabajo, en su dibujo y ver más allá de las cosas. Volver a la forma más sencilla, más directa y emocional. El dibujo es una línea que une el corazón con la mano.

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