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Edmundo Edwards

El explorador de la Polinesia

domingo, 02 de diciembre de 2018

Por Sebastián Montalva Wainer, desde Rapa Nui
Reportaje
El Mercurio

Radicado hace cinco décadas en Rapa Nui y viajero infatigable, Edmundo Edwards es uno de los hombres que mejor conoce la Polinesia. Miembro del legendario Explorers Club, ha estudiado cientos de sitios históricos en estas islas, y hoy se desvive por un proyecto que combina astronomía y la cosmovisión local: el primer planetario de Rapa Nui. Esto es lo que sabe, y lo que no, de la isla que nunca dejó.



E n Rapa Nui, Edmundo Edwards es un koro . Es decir, es uno de los antiguos. Un hombre mayor, sabio, que ha visto con sus propios ojos el devenir de la isla y que, de una u otra forma, también ha sido protagonista de su historia. Aunque nació en el continente y por sus venas no corre sangre nativa ni el linaje de los clanes originarios, Edmundo Edwards es prácticamente un isleño más. Vive desde los años 60 en la isla, se casó tres veces -su esposa actual es rapanuí- y es padre de diez hijos, cinco de los cuales son rapanuí que él mismo adoptó.

Hoy tiene 74 años, el pelo y la barba canosos y, aunque no siempre los deja ver, tiene unos tatuajes con símbolos polinésicos en el pecho que se asoman a veces entre los botones de su camisa. El koro Edmundo Edwards es arqueólogo autodidacta, explorador, guía y aventurero de esos a la antigua, de los que ya casi no quedan. Pero sobre todo es un gran contador de historias. Un tipo que, cuando enciende un cigarro y se larga, es capaz de relatar los más extraordinarios sucesos, llenos de anécdotas y personajes que perfectamente podrían servir para un guión de película hollywoodense.

"Creo que mi interés por la arqueología partió como a los 10 años", dice Edwards una cálida noche de noviembre, sentado en el patio de su casa en Hanga Roa, donde vive con su esposa, Mara Riroroko, y dos de sus hijas. "Una vez fui con mi padre a acampar a Huentelauquén, en el norte, y sobre una duna vi algo que brillaba. Me acerqué: eran dos puntas de lanza perfectamente talladas, de unos 15 centímetros, y había un esqueleto enterrado que sostenía una en cada mano. Asombrados, llevamos las piezas al Museo de La Serena y el director de entonces, Carlos Iribarren, me regaló un libro sobre la cultura molle. Cuando lo leí no salía nada parecido a lo que yo había encontrado. Eso me llevó a interesarme cada vez más en el tema".

Décadas más tarde, y con decenas de expediciones en el cuerpo -principalmente en Polinesia y Oceanía-, Edmundo Edwards sigue intentando encontrar respuestas a los grandes misterios de estas culturas antiguas. Pero en rigor, hoy su trabajo no tiene que ver tanto con la prospección de nuevos sitios arqueológicos, sino más bien con la cosmovisión del pueblo rapanuí, un elemento apenas estudiado, pero sobre el cual Edmundo sabe mucho.

"En 1985, Malcolm Clark -un gringo que trabajaba en la NASA- vino a Rapa Nui para ayudarme a registrar petroglifos. Estábamos en la costa norte y él me preguntó dónde vivían los 'astrónomos' rapanuí. Yo le dije: 'En unas torres de piedra que se llaman tupas '. En ese entonces, yo no sabía mucho de astronomía de Rapa Nui, así que fuimos a ver otras tupas y él me dijo: 'Fíjate: esta es una línea norte-sur, que es el eje sobre el cual gira el cielo'. Medimos la orientación de esas tupas y vimos que marcaban el punto por donde salía y se ponía la Luna, las Pléyades y algunas constelaciones. Que eso estuviese orientado por casualidad, me dijo, era imposible. Entonces seguí investigando. Fui a Tahiti, a Raivavae y otras islas de la Polinesia, y medí la orientación de los altares allá. Todos coincidían en lo mismo".

Esas investigaciones, registradas en parte en su libro Cuando el universo era una isla. Arqueología y Etnografía de Isla de Pascua , una autoedición que publicó en 2010 junto a su hija Alexandra, han sido la base para el proyecto que lo mueve actualmente: el Rapa Nui Planetarium, cuyo objetivo es "ilustrar y enseñar la cosmovisión rapanuí y su rol en la mitología local", sobre todo con énfasis educativo ( RapaNuiPlanetarium.com ).

Para eso, Edmundo y su equipo consiguieron fondos y construyeron un pequeño pero moderno planetario en el patio de su casa en Hanga Roa, capaz de recrear el mismo cielo estrellado de la isla y hacerlo coincidir con la orientación de tupas y altares. El próximo paso es producir una película que cuente toda esta historia y se proyecte en el domo, la que esperan esté lista a mediados del próximo año.

"No sabemos mucho de Pascua, porque casi todo es tradición oral. El canto de la creación está trunco: solo tiene 48 líneas, mientras que el de Hawái, por ejemplo, tiene cinco mil", dice Edwards. "Hay información de toda Polinesia y sobre cómo se habría originado la Tierra. Si bien hay diferencias, en Pascua yo creo que funcionaba de forma parecida. Toda esa historia queremos contar en esa película".

La primera vez que Edmundo Edwards puso sus pies en Rapa Nui fue en 1957. Por entonces, sus padres se habían separado, sus hermanos eran mayores y él se había convertido en algo así como el acompañante en las actividades sociales de su padre, el destacado escultor y coleccionista Arturo Edwards de Ferrari.

Edmundo Edwards había sido viajero desde niño: siempre salía a acampar con su padre y, de hecho, un año antes de ir a Rapa Nui, había estado en San Pedro de Atacama invitado por el padre Gustavo Le Paige, que había llegado en 1952 a Chile. En San Pedro, Edwards ratificó su pasión por la arqueología, que se había despertado en Huentelauquén, al encontrar junto a Le Paige una serie de artefactos en un sitio preincaico. "Eran jarros y coronas de oro; como 47 figuras en total. El hallazgo fue noticia nacional", recuerda Edwards. "Las piezas quedaron en la casa parroquial, pero después nunca más las volví a ver. Desapareció todo. Hoy debe haber 50 casas arriba de ese sitio".

A Rapa Nui llegó a bordo del Presidente Pinto, un antiguo barco de la Armada que viajaba una vez al año a la isla. Por entonces, dice Edwards, había 580 habitantes en Pascua y ellos, por cierto, eran los únicos turistas. Los isleños los recibieron con langostas, pescados y todo tipo de artesanías, mientras los visitantes compartieron cinco cajas de ron que habían traído de Santiago.

"Mi padre les repartió ron en piñas y a las cinco de la tarde estaban todos cocidos; nunca antes habían tomado alcohol", recuerda. "Acampamos en el único lugar plano de Hanga Roa -donde hoy está la cancha de fútbol- y nos movimos en un jeep y también en carreta, guiados por rapanuís. Fuimos a Anakena, a Rano Raraku, a Orongo, a todos lados. En total estuvimos 16 días".

La experiencia creó un vínculo profundo con la isla y sus habitantes, que solo fue creciendo con el tiempo. Unos meses después de volver al continente, Edmundo y su padre comenzaron a recibir telegramas de los isleños en los que, además de saludarlos y mandarles buenos deseos, les pedían que por favor les enviaran algunos artículos como anzuelos, plomos para pescar, cuchillos, géneros, botones, ollas y, si era posible, una máquina de coser. "Mi padre entonces consiguió 30 máquinas con el gerente general de Singer, que era su amigo, y las envió en barco a la isla. Al mes el barco regresó a Valparaíso y nos dijeron que los isleños nos habían mandado algunos regalos. Fuimos a buscarlos pensando que eran pocas cosas. ¡Pero eran 30 vacunos y 20 corderos congelados, más no sé cuántos sacos de camote, piñas y plátanos! Tuvimos que contratar cinco camiones para llevarnos todo a Santiago. Lo guardamos un día en el frigorífico del Club de La Unión y luego los regalamos a distintas instituciones y a quienes se los quisieran llevar".

Pero los "envíos" desde Pascua no fueron solo materiales. Tiempo después, alguien tocó la puerta de su departamento en el centro de Santiago. Cuando abrieron, vieron a dos isleños, Melchor y Raimundo Huki, que habían venido mandados por sus padres. "Nos dijeron: 'les mandamos a nuestros hijos a Santiago para que aprendan sus costumbres, y si no lo hacen, a palos no más'", cuenta Edwards. "En la maleta, ellos solo traían cuarenta hojas de tabaco. Nada más. Luego llegó Margarita Tepano, y después unos (miembros de la familia) Tuki. Al final terminamos con siete isleños alojándolos en la casa. Se quedaron varios años en Santiago".

Interesado cada vez más por la arqueología , Edmundo Edwards quiso estudiar formalmente esta carrera, que en Chile por entonces no existía como tal, con ese nombre. En esa misma época, a fines de los años 50, el arqueólogo estadounidense William Malloy vino a nuestro país para dictar unos cursos en la Universidad de Chile y él trató de asistir. Por diversas razones, finalmente eso no resultó, pero Edwards dice que igual terminó conociendo a Malloy en Rapa Nui, durante un nuevo viaje que hizo a la isla en 1959, y que trabajó como voluntario en la excavación y restauración del ahu Akivi, uno de los más importantes de la isla. Con el tiempo, Malloy se convertiría en uno de los más renombrados investigadores de Rapa Nui, y Edmundo seguiría ampliando sus conocimientos de la isla, sobre todo en el registro de petroglifos.

Lo que vino de ahí en adelante en la vida de Edmundo Edwards daría para otro libro. Al volver a Santiago, trabajó en el Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Chile, como asistente de la doctora Ximena Bunster; luego partió a México, donde escribió sobre temas científicos para una revista médica; al morir su padre heredó una colección de cerámica china que su abuelo había comprado luego del saqueo del Palacio Imperial en Beijing, piezas que tras varios intentos logró vender a un coleccionista en Estados Unidos por 50 mil dólares. Ese dinero le permitió regresar definitivamente a Rapa Nui, donde fundó Hangaroa Press, una agencia de noticias. Para eso se inscribió en el colegio de periodistas de Valparaíso y se convirtió en corresponsal de varios medios chilenos y extranjeros.

"Noticias no faltaban, porque además del interés que despierta la isla por su arqueología, muchas cosas estaban sucediendo", dice Edwards. "La situación en Rapa Nui dejaba mucho que desear y los continentales discriminaban a los isleños, a quienes trataban de ignorantes y tontos. Teníamos a un gobernador alcohólico que se creía el rey, una base norteamericana ilegal que observaba vía satélite las explosiones atómicas francesas en los atolones; la construcción de la pista aérea había generado riñas gigantescas, que a veces terminaban con los continentales amenazando con cuchillo a los rapanuí. Yo era odiado por los jefes de servicio, por mis denuncias sobre cómo se manejaban las cosas en la isla, pero al mismo tiempo crecía mi amistad con los isleños. Sentía que luchábamos juntos por un futuro mejor. Ha sido una lucha dura y larga, pero recién ahora se ha avanzado en ese camino".

En 1976 llegaron a la isla los arqueólogos chilenos Claudio Cristino y Patricia Vargas a restaurar la aldea ceremonial de Orongo. Con el tiempo, ellos harían uno de los mayores levantamientos arqueológicos de Rapa Nui, con el registro de más de veinte mil estructuras, tarea en la cual fueron apoyados por Edmundo Edwards. Juntos fundaron, en 1977, el Centro de Estudios de Isla de Pascua y Oceanía, perteneciente a la Universidad de Chile, que funciona hasta hoy.

Pero Edmundo Edwards no se dedicó solo a investigar Rapa Nui. A fines de los ochenta trabajó varios años para el gobierno de Tahiti, a nombre del cual registró alrededor de 1.200 sitios en el valle de Papenoo, que iban a ser inundados por la construcción de una central hidroeléctrica y de los que apenas se tenía conocimiento. Más tarde, hizo un trabajo parecido en Raivavae, en Huahine, en Hiva Ova y en otras islas de Polinesia y Melanesia.

"Siempre me ha gustado la prospección arqueológica", dice Edwards. "Ir a un valle, no conocer nada del lugar y después de tres meses tener 500 sitios registrados, con todos los mapas y descripciones. Eso lo hice en 35 valles de la Polinesia Francesa, y en islas como Raivavae, que registré por completo. Si quisiera hacer lo mismo en todas las otras islas tendría que pasarme la vida en cada lugar".

Su extenso trabajo en Rapa Nui, Polinesia y Oceanía le valió a Edmundo Edwards el ingreso al prestigioso Explorers Club, un organismo creado en 1904 en Nueva York que agrupa a destacados científicos y exploradores del mundo. Junto a Claudio Cristino, Edmundo es el único chileno que ha integrado este club, en cuyas filas han figurado ilustres nombres como Roald Amundsen, Neil Armstrong, Edmund Hillary o Thor Heyerdahl, entre otros.

Portando la bandera de ese club, Edmundo ha hecho diversas expediciones por la región. Una de ellas en 2008, cuando fue, junto a un grupo de exploradores (entre ellos, la recientemente fallecida antropóloga estadounidense Nancy Sullivan), a la parte alta del río Karawari, en Papúa Nueva Guinea, uno de los lugares más desconocidos y salvajes del planeta. Allí, acampando en medio de la selva tropical, entre serpientes y baratas gigantes, pudo registrar más de seis mil muestras de pinturas rupestres elaboradas por los meakambut, que es considerada una de las últimas tribus cazadoras-recolectoras que aún viven en cavernas.

Este y otros trabajos le valieron, en 2011, el prestigioso premio Lowell Thomas, que el Explorers Club entrega a aquellos científicos y aventureros que han hecho una destacada contribución para dilucidar "los grandes misterios del mundo". Y luego, en 2016, recibió otro importante galardón: la Citación al Mérito, por sus notables aportes a la exploración humana.

De todo lo que ha visto e investigado en Polinesia, Edmundo dice que nada es tan particular como Rapa Nui. "Si bien en otros lugares hay estatuas que representan figuras humanas, no hay nada parecido a un moái. En Raivavae, por ejemplo, hay figuras de tres a cuatro metros de altura, pero la mayoría son hembras. Y en cuanto a altares, lo único parecido que vi a Vinapú (el ahu más particular de Rapa Nui, debido a sus piedras simétricamente encajadas, como las de Machu Picchu) fue en Hiva Ova, una de las islas Marquesas, donde hay un altar con piedras perfectamente esculpidas, y en Huahine. Claro que allí eran bloques de coral fósil, que es más fácil de tallar. En cambio Vinapú es basalto, que es muy duro".

Quizá por eso, entre tantos ires y venires, nunca dejó definitivamente Rapa Nui, isla de la que dice estar optimista respecto de su presente. Ve con buenos ojos, por ejemplo, el trabajo que ha hecho la Comunidad Indígena Ma'u Henua, que hace un año se encargó de la administración del parque nacional, generando ingresos que ahora, en vez de irse a Santiago se quedan en la isla. "Ma'u Henua se ha llevado un montón de críticas por el manejo del dinero (que está entrando a la isla), pero todo lo que han presentado está claro y yo no tengo ninguna prueba en su contra tampoco. Ellos son el mayor empleador de la isla, ya que tienen alrededor de 250 personas trabajando para el parque; han estado financiando programas de investigación y restauración. Solo diría que sus arqueólogos son cabros jóvenes rapanuí, que todavía no tienen mucha experiencia, aunque ya la van a tener".

¿Queda más por investigar en Rapa Nui? Edmundo Edwards no tiene dudas. "Hay para investigar 100 años más", dice. "En sitios como el volcán Poike te cuentan sobre la guerra entre los orejas largas y los orejas cortas, pero tú excavas eso y no encuentras ni un carbón. Las historias de la tradición oral no corresponden con la realidad. El último estudio grande se hizo hacia los años 90, pero después no se continuó, y esto depende básicamente de financiamiento y de interés".

Por eso, el koro Edmundo Edwards no tiene dudas: "La isla todavía es un misterio".

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