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Jean Patou

El regreso de una leyenda

martes, 13 de noviembre de 2018

Por Juan Luis Salinas T.
Moda
El Mercurio

La firma que entre los años 20 y 30 compitió mano a mano con Chanel, anuncia su regreso al negocio de la moda. Ochenta años después de la muerte de su fundador, Jean Patou, y treinta después de que la marca presentara su última colección, el conglomerado de lujo LVMH compró sus derechos y contrató un nuevo creador para volver a las pasarelas.



A fines de enero de 1987, Christian Lacroix telefoneó a los editores de las principales publicaciones de moda. Quería comunicarles que iniciaría su propia marca. El anuncio fue sorpresivo: días antes había presentado la colección de Alta Costura que había diseñado para la casa de modas Jean Patou, entonces una de las más legendarias y poderosas casas de Francia. Según escribía The New York Times, en su edición del 3 de febrero de ese año, el desfile de Patou fue un éxito. Que Lacroix, con sus vestidos barrocos y voluminosos, había opacado al mismísimo Yves Saint Laurent.

Era su momento. Tenía que aprovecharlo. Después de cinco años en Jean Patou -donde llegó como sucesor de Jean Paul Gaultier-, Lacroix había aceptado la oferta del empresario Bernard Arnault, entonces director de Agache Financial Group (que manejaba la firma Christian Dior) para abrir su propio atelier.

Ese invierno parisino de 1987 supuso el punto final en la historia de la Casa Patou. Tras la salida de Lacroix, la maison dejó de hacer colecciones de moda. Atrás quedaron más de 70 años de historia de una marca creada por Alexandre Jean Patou, un costurero que en los años 20 y 30 vistió a las más elegantes de Europa y Estados Unidos, que se convirtió en perfumista y fue el primero en presentar una loción bronceadora. Un hombre que buscaba traspasar los límites de lo que en su época se entendía como costura tradicional: además de crear sofisticados y románticos trajes de noche, también, Patou era un innovador que experimentaba con la ropa deportiva.

Tres décadas después de que esta marca francesa quedara reducida a la historiografía de la moda, su nombre reapareció en los titulares tanto de las publicaciones financieras como de las revistas de moda. En septiembre de 2018, el conglomerado LVMH -curiosamente hoy comandado por Bernard Arnault, el mismo que reclutó a Lacroix y precipitó el cierre de la marca- compró una participación mayoritaria de la histórica firma francesa y comentó sus planes de lanzar nuevas colecciones. De hecho, anunció el nombre su director artístico: Guillaume Henry, ex responsable creativo de Nina Ricci.

El regreso de Patou a la escena de la costura francesa representa una estrategia comercial que en las últimas temporadas se ha convertido en una fuerte tendencia: la compra de las licencias y derechos de algunas marcas de moda con un pasado legendario -desaparecidas durante décadas del negocio-, para resucitarlas con aires de modernidad y vanguardia. Conocidas dentro de la industria de lujo como "Las bellas durmientes", estas etiquetas deberían ser una apuesta segura para los inversionistas: cuentan con un prestigio ya forjado y una historia sobre la que se puede fantasear. Pero el negocio de la moda es complejo y esta estrategia no necesariamente garantiza el éxito.

Balenciaga y Pierre Balmain fueron pioneros y hace más de una década regresaron exitosamente a la industria de lujo. El mismo camino que en las últimas temporadas parecen estar logrando las firmas de Elsa Schiaparelli, Paul Poiret y Carven (ver recuadros). Aunque existen casos que no han resultado del todo bien. Ahí están los continuos fracasos de Vionnet, que cerró a raíz de la Segunda Guerra Mundial, y que en 2008 fue comprada por el veterano de la moda italiana Matteo Marzotto, quien luego la vendió a la millonaria de Kazajistán Goga Ashkenazi. Ambos inversionistas no han logrado su cometido. Únicamente han gastado grandes sumas en colecciones que han tenido nula respuesta de las clientas y de la crítica especializada.

En este listado de "Bellas durmientes" hay otras marcas míticas a la espera de reaparecer como Worth (considerado el primer diseñador de alta costura), Mainbocher (la casa que firmó el vestido de novia de Wallis Simpson) o Herbert Levine (el zapatero de la época dorada de Hollywood).

Los inicios

A fines de los años 20, Jean Patou competía con Coco Chanel por ganarse el gusto de las mujeres que buscaban modernizar y al mismo tiempo modernizar su vestuario sin perder la elegancia. Ambos costureros simplificaron las siluetas de sus vestidos y desterraron el corsé de campo creativo. Los dos, paralelamente, también buscaron inspiración en los florecientes movimientos artísticos y experimentaron con tejidos hasta entonces insólitos como el jersey. Ambos apostaron sofisticación en tonos neutros: mientras Chanel vestía a sus clientas con trajecitos negros, Patou descubría que el beige podía resignificar la sofisticación.

¿Por qué Chanel pasó a la historia y el nombre de Patou terminó desvanecido en el recuerdo? La respuesta es simple: Chanel vivió hasta los 87 años y manejó hasta el final de sus días la marca que creó, Jean Patou murió repentinamente a los 46, cuando su carrera recién estaba consolidándose.

Jean Patou nació en Normandía, Francia, el 19 de agosto de 1880. Su padre era un curtidor que suministraba de cuero a grandes almacenes y artesanos de lujo parisinos. Durante un tiempo trabajó en el negocio de su padre, pero no fue hasta que entró como aprendiz al taller de su tío, quien era peletero, que definió su interés por la moda.

A los 20 años abrió en París una pequeña tienda de peletería que no prosperó y dos años después insistió con un pequeño salón que bautizó como Maison Parry, y que estaba ubicado en la rue Rond-Point, en los Campos Elíseos. Quizás por su falta de conocimientos en costura y su formación más industrial, sus primeros diseños eran muy simples en comparación con los que ofrecían otros creadores de la época como Paul Poiret o Edward Molyneux. Precisamente fue esta falta de exceso y pretensión la que llamó la atención la atención de una gran tienda de departamentos neoyorquina que en 1913 compró toda su colección, presagiando la popularidad que una década después tendría en los Estados Unidos.

Gracias a ese éxito comercial el diseñador se traslada a un elegante edificio del siglo XVIII en el número 7 de la rue Saint-Florentin, cerca de la Plaza de la Concordia, para abrir una casa de modas que bautizaría con su nombre y donde quería presentar su primera gran colección de alta costura el 2 de agosto de 1914. El estreno de sus diseños jamás ocurrió. Una semana antes comenzó la Primera Guerra Mundial y Patou fue llamado a integrar el ejército francés y sirvió como capitán en el regimiento francés Zouave en Tesalónica, Grecia. Durante este viaje el diseñador conoció gran parte de los bordados populares, las paletas de colores vibrantes y con cuentas del vestido tradicional griego, detalles que luego integraría en las primeras colecciones que desarrollaría tras la reapertura de su atelier en 1919.

El diseñador comprendió, que tras la Gran Guerra, la costura debía adaptarse a los nuevos tiempos. Que más que ofrecer siluetas espectaculares y vestidos fantásticos pero complicados de llevar, era necesario satisfacer las necesidades de una nueva generación de mujeres más juveniles y liberadas. Así de convirtió una de las piedras angulares para el desarrollo del estilo de las liberales garçonnes . Sus vestidos de líneas geométricas, en telas más ligeras, los suéteres que con bloques de color estilo cubista y su acercamiento a las inspiraciones deportivas lograron abrirle un espacio en la costura francesa.

Fue Raymond Barbas, uno de los accionistas de su firma y marido de su hermana, quien había sido campeón de tenis, quien acercó al diseñador al mundo del deporte. Así instaló en la planta baja de su atelier un "coin des sports": un espacio donde ofrecía faldas, vestidos y camisas especialmente desarrollados para la práctica deportiva. Esta propuesta fue consagrada por su colaboración con la campeona de tenis francesa Suzanne Lenglen, para quien creó una línea de faldas y vestidos plisados de seda blanca, cuyo ruedo apenas llegaba a la rodilla. Los complementos eran chalecos abotonados de radiante blanco, blusas de algodón sin mangas y un cinto elástico de color naranja que la tenista se ciñó en la frente. Con este uniforme Lenglen disputó el campeonato de Wimbledon en 1920, en el que venció a la británica Dorothea, quien ya cargaba con siete triunfos en este torneo.

El estilo de Suzanne Lenglen rápidamente se convirtió en moda y cruzó las fronteras cuando ella lo lució durante su primer partido en Estados Unidos, en 1926.

Ya en 1922 Patou había introducido su línea de ropa deportiva entre compradoras que querían lucir relajadas y no practicaban ningún tipo de ejercicio. Ese mismo año introdujo su monograma JP en sus prendas. Y en 1924 abrió tiendas de trajes de baño en los balnearios de Deauville y Biarritz.

El desafío

Patou no escondía que su trabajo estaba influenciado por las pinturas cubistas de Picasso y otras corrientes artísticas, pero aclaraba enfático que no se sentía un artista y que ningún costurero tenía que serlo. Según el libro "Jean Patou: A Fashionable Life" de la periodista Emmanuelle Polle, el diseñador solía decir: "Lo que se necesita es gusto, sentido de armonía y evitar la excentricidad".

Según el libro de Polle, el diseñador era un showman instintivo, un hombre que siempre se aseguró de encarnar sus propios valores de marca. El principal: la elegancia. Siempre lucía impecable: decía que para ser realmente pulcro un hombre debería tener 80 trajes. Esa pulcritud desentonaba con un estilo de vida de alto octanaje: era figura habitual en las columnas de chismes por su afición al juego, por su imagen de playboy que se dividía entre citas con damas de la aristocracia y aspirantes a actriz y por sus recorridos por París al volante de su automóvil deportivo descapotable, siempre a alta velocidad.

Pero Jean Patou conocía sus limitaciones: jamás dibujó bosquejo alguno de sus diseños y declaraba que las tijeras en sus manos eran un arma peligrosa. Su sistema de trabajo era más cercano al de un director de orquesta: entregaba a los jefes de costura de su taller textiles, fragmentos de bordados, fotografías y recortes, para que ellos le presentaran prototipos que luego el iba perfeccionando hasta quedar satisfecho con el resultado. Pese a que el proceso parece complejo, en la década de los 20, cuando su carrera estaba en pleno apogeo, su atelier llegó a producir trescientos modelos por temporada, que luego se replicaban. Un volumen enorme, porque se trataba de modelos de alta costura, y la Cámara Sindical de la Alta Costura parisina especifica que una colección de alta costura debe incluir un mínimo de solo cincuenta creaciones por temporada.

En un movimiento revolucionario, Patou viajó a los Estados Unidos y seleccionó a seis modelos estadounidenses para que lucieran sus piezas en París. La idea fue criticada por la prensa francesa y se rumoreaba que Chanel estaba furiosa porque había pensado en la idea primero, pero terminó por consolidar el ingenio comercial del diseñador.

Patou también fue un adelantado en el negocio de la perfumería. Pese a que Paul Poiret había sido el primer modisto en presentar una fragancia con su nombre, Patou amplió la vida de sus perfumes al extender su aroma en polvos, jabones y otros productos cosméticos. Primero Patou creó tres fragancias"Amour-amour" (luego apareció un perfume de Cacharel con ese mismo nombre), "Que sais-je?" y "Adieu", dedicadas respectivamente a las rubias, las morenas y las pelirrojas. Luego, con la ayuda del perfumista Henri Alméras, se propuso desarrollar "el perfume más caro del mundo": Joy, que requiere 10.600 flores de jazmín y 28 docenas de rosas de Grasse por cada 30 ml. Más que búsqueda de sofisticación fue un gesto iconoclasta del diseñador para burlarse de la falta de compradores que enfrentaba la casa en plena crisis de entreguerras, cuando ni los clientes más ricos podían permitirse grandes lujos. "Elige los mejores elementos, olvídate de que ya no pueden comprar", fueron las instrucciones de Patou a Alméras, la nariz más importante de Francia.

El final

Los desfiles de moda de Patou eran reconocidos por el dramatismo de puestas en escena y las presuntuosas fiestas que ofrecía al finalizar la presentación. Pero después del desfile de su colección para la primavera-verano de 1936, el comentario fue otro: la prensa, lejos de alabarlo, comentó que los diseños eran absolutamente comerciales.

Esa fue la última colección que Jean Patou pudo dirigir y firmar bajo sus códigos estéticos, meses más tarde murió inesperadamente en su habitación del Hotel George V de París. El certificado de defunción asegura que tuvo una embolia, y sus diarios personales revelan que en las semanas anteriores había tenido varias visitas con distintos médicos.

A cargo de su casa de modas quedó su hermana Madeleine y su cuñado, Raymond Barbas, quienes mantuvieron el nombre y siguieron produciendo sus líneas de moda vestimenta y perfumes. Aunque entre los distintos directores creativos que se hicieron cargo de las colecciones de la marca hubo varios diseñadores que hoy son considerados leyendas -Marc Bohan (1954-56), Karl Lagerfeld (1960-63), Jean Paul Gaultier (1971-73) y Christian Lacroix (1981-87)-, ninguno de ellos estuvo demasiado tiempo en la marca y solo la utilizaron como plataforma para promover sus carreras individuales.

Después de la despedida de Lacroix, los inversionistas que manejaban la marca prefirieron cerrar su taller de costura y concentrarse solo en su línea de perfumes, cuya licencia fue adquirida por un conglomerado de belleza.

Hoy LVMH no solo se prepara para revivir su colección de modas, según los expertos también quieren aprovechar su enorme colección de perfumes. Pese a que los ejecutivos del conglomerado aseguran que el reciente lanzamiento de la nueva fragancia de Dior, que también se llama Joy, como el emblemático perfume de Patou, es solo una simple coincidencia. Debe serlo. La fórmula del nuevo Joy de Dior es bastante más sensata y económica que la que creó Patou, la que presentaba como "el perfume más caro de mundo".

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