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Francisco Orrego Vicuña en su última entrevista:

" Se ha abandonado la política de Estado en relaciones internacionales"

domingo, 07 de octubre de 2018

Soledad Vial A. y Matías Bakit
Reportajes
El Mercurio

Pocas semanas antes de morir, cuando ya el corazón le había dado varios avisos, aceptó recorrer con "El Mercurio" sus 77 años de misiones estratégicas y recuerdos. El compromiso fue que estas reflexiones vieran la luz cuando ya no estuviera. Entre ellas dijo que "hay una política de retroexcavadora en lo internacional" y que Chile no debería retirarse del pacto de Bogotá.



"Hay que tomarlo con cautela". El último esfuerzo en medio de los días difíciles que su salud le había impuesto desde hacía algunos meses, Francisco Orrego Vicuña lo dedicó a La Haya. Esas fueron sus palabras, la madrugada del martes, cuando supo que ese mismo día la Corte Internacional de Justicia (CIJ) había desechado en todos sus puntos la demanda boliviana contra Chile. En esa ventana de conciencia, el jurista, diplomático y ex juez ad hoc chileno tuvo su última alegría.

"Cautela" era una palabra significativa para Orrego. Del conflicto en el Beagle le quedó grabado que "la expresión innecesaria de triunfalismo" con que Chile se tomó el veredicto favorable de la reina de Inglaterra -primera instancia en aquel litigio- fue la que encendió la mecha en Argentina, puso a ambos vecinos al borde la guerra en 1978 y culminó con la mediación papal de Juan Pablo II.

Así como el rol que Francisco Orrego jugó en ese recordado equipo jurídico fue clave en su brillante carrera jurídica internacional, la culminación años después fue representando a Chile como juez ad hoc en La Haya.

El de las relaciones internacionales le era un mundo familiar desde muy chico, y le permitió seguir a personajes como Perón, Franco y Nasser; tratar con Margaret Thatcher, el Papa Juan Pablo II y sus cardenales Casaroli y Samoré. El chileno fue uno más en el Palacio de La Paz, donde tantas veces había dado clases en su Instituto de Derecho Internacional -que presidió y al que pertenecen todos los jueces de la CIJ-; amigo de las secretarias de su imponente biblioteca, de las "guardianas" del tesoro de Nüremberg -las grabaciones del decisivo juicio que alberga el palacio- y de los "colegas" juristas y jueces que viven en la capital holandesa.

La lista de sus títulos y premios es eterna: destaca como precursor en dos campos clave para Chile: el derecho del mar y el derecho antártico, también presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales y Premio Nacional de Ciencias Sociales. El más reciente honor se llama "Punta Orrego", el nombre que el Estado de Chile le puso a un peñón que sirve para orientar la navegación en el Canal del Beagle, en reconocimiento a su entrega por la patria.

Reacio a dejar por escrito su testimonio -"es una lata la gente que escribe memorias", dijo en una oportunidad, "una pedantería-, pocas semanas antes de partir, cuando ya el corazón le había dado varios avisos, aceptó recorrer con "El Mercurio" sus 77 años de misiones estratégicas. El compromiso fue que estas reflexiones vieran la luz cuando ya no estuviera.

Fue una larga tarde de conversación en su departamento de Vitacura. El "Cato", como le decían sus amigos y nietos, nos recibió sencillo, cercano, apoyado en el bastón que lo acompañaba hacía unos meses. Muy cerca, como siempre en su vida, estaba Soledad Bauzá, su compañera por 59 años -50 de matrimonio y 9 de pololeo-, que se retiró discretamente al comenzar la entrevista.

Por su relato pausado pasaron desde sus juveniles días como hijo de diplomático, su querido hermano Claudio, los momentos más tensos con Argentina, los claroscuros de su relación con Pinochet y, en lo más reciente, su rol clave en la defensa chilena en La Haya. Sin olvidarse nunca del diplomático que era, Orrego Vicuña midió sus palabras, reveló episodios desconocidos y nos confió otros reservados, que en su memoria guardamos.

Perón, Franco, la "rebelión de Claudio y su aterrizaje en el derecho internacional"

Como hijo de diplomático, a los dos años comenzó a recorrer el mundo. Primero fue Buenos Aires, siguió Madrid, y El Cairo, donde le tomó el gusto a las aventuras y a los desiertos.

De esa vida diplomática junto a sus padres, Fernando Orrego y Raquel Vicuña, sus recuerdos más vivos esa tarde fueron para los "gobiernos de los dictadores", como nos dijo. Se refería a los comienzos de Perón en Argentina, a la España de Franco y al golpe que llevó al poder a Nasser en Egipto.

-¿Y le gustó esa vida cambiante? Los hijos de diplomáticos se quejan, a veces, del desarraigo.

-Miren, sí y no; fue entretenida en el sentido de que uno hace un montón de amigos, pero muy complicado, porque uno va encontrando problemas, gente nueva y cosas inesperadas.

Inesperada fue la primera huelga estudiantil que le tocó vivir. Fue en el liceo Ramiro de Maetzu de España y "para variar, la organizó un chileno", dice divertido. Era su hermano Claudio, dos años mayor que él, el dirigente DC que falleció muy joven, que estaba en contra de tener que "desfilar todas las mañanas frente a la bandera, girar la cabeza y gritar '¡Viva Franco!', '¡Arriba España!', recuerda Orrego. No quiso hacerlo y causó una revolución en el colegio". Finalmente el director aceptó que los alumnos extranjeros desfilaran, pero sin girar la cabeza ni gritar.

-La muerte le llegó muy joven a su hermano, ¿lo sintió?

-Mucho. Fue difícil, éramos hermanos y amigos, compañeros".

-¿Y tuvieron peleas políticas? Claudio era dirigente DC, y usted, de derecha.

-Sí, muchas, teníamos diferencias políticas y diferencias económicas, de todo tipo. Claudio era muy abierto, liberal y muy simpático, tenía sus seguidores, fue tan abierto que me presentó en más de una oportunidad a Eduardo Frei Montalva (años más tarde mantendría personalmente informado al expresidente de la mediación papal). Junto con eso, también había gente que no quería estar ni remotamente cerca de lo que era un movimiento de derecha y se produjeron distancias involuntarias".

No oculta su admiración, "Claudio tenía un liderazgo que lo habría llevado, sin duda, a la Presidencia".

Jurista internacional: "Un mundo muy difícil"

Volvió a Chile a los 14 años y al Colegio Saint George's, pero su futuro ya estaba echado; el mundo le había dejado una huella profunda. Pero no quiso la diplomacia, sino el mundo del derecho internacional.

Como estudiante de Derecho en la U. de Chile, conoció "a mucha gente valiosa", como al expresidente Lagos, quien entonces dirigía al grupo universitario radical. Siempre hubo mutuas simpatías, luego como Presidente le encargaría importantes temas internacionales.

Orrego estaba en la juventud liberal. En la facultad de Pío Nono se acercó a ese grupo, como su papá. "Mi padre era muy abierto" -recalca- y eso permitió que en la familia convivieran Claudio y su otro hermano, Fernando, "bastante conservador", agrega. "Pero la política no me provocó". Años más tarde, en el gobierno de Alessandri, como encargado de las relaciones con el Congreso, iniciaría su larga amistad con los senadores Francisco Bulnes y Pedro Ibáñez Ojeda. Otro fue el canciller y radical Carlos Martínez Sotomayor, "fuimos realmente muy amigos".

De sus profesores, a los que más recordará esta tarde son al historiador Jaime Eyzaguirre y al diputado Jacobo Schaulsohn, su profesor de derecho civil. Ernesto Barros Jarpa y Julio Escudero Guzmán le marcaron el camino en el derecho internacional, este último en el derecho antártico, una de las pasiones y mayores éxitos profesionales de Francisco Orrego.

Más tarde, Orrego crearía el Instituto de Estudios Internacionales y volvería a Derecho como profesor. "Por el éxito que hubo en materia de derecho internacional, arbitrajes, solución de controversias, me llamaron. Hice clases ocasionales, pero siempre fue una catástrofe, porque la facultad es un desastre, no hay más que ver los diarios", señala, aludiendo a la prolongada toma que vivió este año.

-¿Por qué le gustó el derecho del mar, que era una disciplina muy incipiente?

-Me dediqué muchos años al derecho del mar, al Tratado Antártico, porque son muy importantes para Chile y había poca gente dedicada; en el antártico prácticamente cero. Oscar Pinochet de la Barra estuvo también muy activo en esto. Muy recientemente la Armada me hizo un gran honor", dice y se para.

Caminando lentamente con su bastón, llega a una mesa donde está una medalla que el comandante en jefe de la Armada le había entregado hacía un par de meses, en una comida con el Estado Mayor y su hijo Francisco, por sus distintos servicios al país.

-¿Y qué recuerda de la primera Convención del Mar, decisiva en definir lo antártico y lo marítimo, lo que permitió desarrollar el derecho del mar?

-Me acuerdo de todo, completamente. Fui jefe de la delegación chilena que fue muy activa; por vocación estuve involucrado de comienzo a fin, no se podía dejar abandonada. Hay gente que ayudó mucho en la Armada, las autoridades navales que ayudaron al régimen antártico.

De paso comenta, cuando le preguntamos por los juristas internacionales, que es un mundo de pocos actores y muy competitivo. "Un mundo muy difícil, de mucho celo, figuración, especialmente en lo del mar, en lo de la Antártica".

También encontró "celo, aunque bastante más tranquilo", en los arbitrajes internacionales donde recaló al final. Reconocido entre los más influyentes en el mundo por el estudio londinense Allen&Overy, Orrego actuó en más de cien.

La mediación papal

Pertenecer al equipo de juristas chilenos durante la mediación papal marcó un capítulo decisivo en su carrera internacional. A los 36 años, Orrego se integró al equipo que dirigía el abogado Julio Philippi -cerebro de la defensa chilena que antes había trabajado con los gobiernos de Alessandri y Frei Montalva- e integraban Ernesto Videla, Enrique Bernstein, Santiago Benadava, Helmut Brünner y Patricio Pozo, cuando Argentina declaró unilateralmente nulo el Laudo del Canal Beagle, y siguió hasta el sello del acuerdo que logró Juan Pablo II.

"Era un equipo muy interesante con un elemento común muy notorio", comenta con entusiasmo, "gente muy calificada, de mucha capacidad y de un honor extraordinario, con una dedicación total, sin ambages", dice.

Philippi lo llamó en 1978, "cuando la cosa ya estaba complicadísima", recuerda. De todos, el fallecido general Ernesto Videla fue su amigo más íntimo. "Demostró ser un gran diplomático, un gran jurista y un gran político. Una mente brillante, un estratega, un diplomático notable, nadie diría que era un militar sin experiencia en el tema".

-Se los menciona como un dream team , que Chile no ha vuelto a tener en sus casos internacionales, ¿qué cree que los hizo tan especial?

-Había una gran coherencia y un compromiso con las dificultades del caso, que ayudaron muchísimo a todo tipo de eventos.

-Y al entonces canciller Hernán Cubillos, ¿cómo lo recuerda?

-Sin serlo, fue un gran diplomático también. Fue capaz de manejar algo tan complicado.

-¿Cómo recuerda a la contraparte argentina?

-El trato con ellos fue cordial. Pasa como en tantas cosas, que uno comienza con una gran enemistad, continúa por un cierto grado de relación y finalmente termina en un cierto grado, curioso, de amistad. El general Etcheverry Boneo, del equipo argentino, siempre tuvo presente el objetivo superior de preservar la paz.

En este punto se detiene en las figuras religiosas que jugaron un rol clave en las negociaciones: Juan Pablo II y su secretario de Estado, el cardenal Agostino Casaroli. Al segundo lo ve como "el diplomático más notable del siglo XX" y del Papa reconoce su "personalidad magnética, simpática y con gran sentido del humor. Tuvo una enorme influencia en mi renovado acercamiento a la fe". Años después lo volvería a ver durante su visita a Chile, en un breve encuentro reservado en la Universidad Católica que arregló el Cardenal Fresno -el padre del "Acuerdo nacional"- "en agradecimiento por mi colaboración en la búsqueda de ideas para orientar la transición política", contó Orrego en una entrevista.

-¿Qué cree que evitó la guerra con Argentina?, ¿siente que cumplieron la misión?

-Sin duda. La guerra estuvo en la puerta del horno, el peligro fue real y parecía inevitable. Argentina parecía decidida, estaba dispuesta a cualquier disparate. La inminencia de una guerra se vivió por muchos años y hubo un conjunto de hechos y personas, un equipo que ayudó a evitarla.

-¿Cree que hoy no se le toma el peso a esa crisis?, ¿qué no se les ha reconocido?

-No, no se toma, a mi modo de ver. El país no está consciente de todo lo que ocurrió.

-Y usted en lo personal, ¿se ha sentido reconocido?

-No, para qué les voy a decir otra cosa.

-¿Qué momento es el que recuerda como el más difícil en las negociaciones con Argentina?

-Sin duda, fue el momento en 1978. En Chile la gente se ha olvidado, pero casi hubo una guerra. El último libro de Guillermo Parvex grafica muy bien la situación. En lo personal, el único episodio que en realidad me causó gran angustia fue una amenaza de rapto de nuestra hija menor, recién nacida.

Su relación con Pinochet

-¿Cómo fue su relación con Pinochet?

-Ante todo, Pinochet fue un hombre prudente, siempre optó por lo razonable completamente, abierto cuando se le proponían ideas positivas. Siempre entendió, acertó, y lo más importante es que siempre estuvo al pie del cañón. En ciertos temas era una persona impositiva, pero al mismo tiempo tomaba las decisiones y las tomaba bien, en ese sentido. En materia diplomática y de relaciones internacionales, tuvimos una relación que tuvo aspectos muy positivos, en otros fue más difícil.

-¿Se refiere a lo político, a los derechos humanos?, ¿le complicó representarlo después como embajador? Algunos no lo entendieron.

-Sí, fue complicado, en lo político sobre todo, pero los ingleses, que son abiertos, entendieron que no había alternativa y tuvieron naturalmente que ayudar.

Orrego llegó con 42 años a la embajada en Londres, propuesto por el saliente Miguel Schweitzer, que asumía como canciller. Le habían ofrecido antes esa embajada, igual que Buenos Aires, París y Ginebra. Entonces "lo agradecí pero me excusé, no me sentía cómodo". Pero en el 83 fue distinto. Aceptó después de conversarlo con Sergio Onofre Jarpa, entonces ministro del Interior; el cardenal Fresno y con su amigo y excanciller Carlos Martínez Sotomayor. "Todos ellos fueron de la opinión que debía aceptar, pues había, por una parte, una necesidad nacional en las postrimerías de la mediación papal y, por otra, era una manera de estimular la transición a la democracia. Recibí críticas de parte de quienes no conocían las razones de esa decisión ni me correspondía explicárselas, como también palabras muy encomiásticas de otros altos dirigentes políticos, entre ellos Radomiro Tomic", recordó años después.

Con la revista Societas fue más específico: "La situación que me incomodaba era la relativa a violaciones de derechos humanos por algunos personeros del régimen, de ninguna manera generalizable a todos sus colaboradores. Había, sin embargo, una diferencia fundamental con otros sectores que invocaban esas violaciones, pues para muchos los derechos humanos eran una bandera de lucha que servía de pretexto para causarle erosión y desprestigio al gobierno como estrategia para sustituirle en el poder, a la vez que para obtener financiamiento político de fuentes extranjeras. Para muchos otros, en cambio, entre quienes me contaba, la defensa de los derechos humanos no tenía intencionalidad política alguna, se debía simplemente a que creíamos en esos derechos por corresponder a un sentimiento moral muy profundo".

Cuando pudo ser juez en La Haya

-¿Debiera tener Chile un equipo permanente que le diera continuidad a la defensa de sus intereses internacionales?

-Sería importantísimo tener algo así, tener una política de relaciones internacionales que sea de Estado. Hasta ahora todo es improvisado.

-Usted tuvo mucha presencia en la academia, en tribunales internacionales y ahora se ven pocos chilenos en ese mundo.

-Hay una política de retroexcavadora en lo internacional. Hubo gente y políticos que llevaron las cosas a tal punto que no solo se ha olvidado lo que se ha hecho antes, sino que se ha abandonado la política de Estado en relaciones internacionales. Se habla y se dice mucho que "es una política de Estado", a mi juicio, no lo es.

-Habiendo tenido tantos roces, ¿cómo debiera plantearse Chile respecto de sus relaciones vecinales?

-Debiera plantearse, primero, en un sentido de relación permanente, sin aceptar situaciones inaceptables. Soy bien crítico, hay que llevar a cabo una política de búsqueda de soluciones, porque entre los países hay grandes dificultades permanentes, de todo tipo, que en algún momento podrían explotar.

-¿Cómo fue su experiencia en la Corte Internacional de Justicia?, ¿qué tan importante es contar con un juez chileno en La Haya?

-Conocía a muchos de los jueces en actividades o encuentros académicos o tareas profesionales. Cuando me incorporé a la Corte, lo hice a un ambiente que me era muy familiar, lo que ayudó a desarrollar una relación. Para Chile sería importante tener un juez, porque definitivamente influye en difundir la política correcta. Lo vi factible, hubo cuatro jueces que se me acercaron a plantearme la idea de que yo continuara, de que fuera juez.

-¿Y le interesó?, ¿tuvo posibilidades reales de ser juez de la CIJ?

-Sí, es la verdad. Incluso Ricardo Lagos ha sido de la idea que yo debiera haberme presentado como juez de la Corte, no me lo dijo personalmente, pero supe que lo dijo. No me correspondía promoverlo, es el interés nacional el que tendría que haberse manifestado. Tuve posibilidades, pero no muchas".

-¿Por temas políticos?

-Sí, las cosas se fueron complicando, y se impidió que eso se concretara.

Algunos años antes, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, también surgió la posibilidad de llegar como juez a La Haya. A Orrego se lo planteó de manera casual el entonces ministro del Interior, Raúl Troncoso, y luego él mismo lo hizo con el Presidente, "quien igualmente lo consideró de alta prioridad. Dio las instrucciones pertinentes a la Cancillería, pero los intereses de nuestra diplomacia no parecían ser coincidentes y la campaña fue floja. Se perdió una oportunidad que habría evitado muchos problemas posteriores a nuestro país", dijo el exembajador.

-¿Cree que han cambiado el derecho internacional y la Corte Internacional de Justicia?, ¿eran más sólidos antes que ahora?

-Son diferentes. En su gran mayoría, los jueces son muy profesionales y tienen importantes experiencias previas; la variedad de sistemas jurídicos representados en la Corte permite una muy útil diversidad de enfoques. La mayoría de los jueces son de primera, pero también es cierto que hay otros de segunda, tercera y cuarta calidad.

-¿Cómo mide la calidad?

"Se mide en la posibilidad de que son capaces de actuar en el plano que les corresponde y no hacer otras jugarretas".

"La mayoría de los jueces son de primera, pero..."

Hasta ahí ahondó, muy diplomático en la CIJ, una reserva que prometió como juez y que guardó hasta el final. En sus recuerdos de los meses que pasó en la capital holandesa con motivo del juicio de Perú contra Chile, un capítulo es la independencia que los jueces deben guardar. "Tuve mucha relación con los jueces de la Corte y los de muchos otros tribunales que tienen su sede en esa ciudad, con amigos académicos y diplomáticos acreditados, con excepción de los de Chile o el Perú, con quienes tuve encuentros en recepciones y actos públicos, pero nunca visité sus residencias. Mi gran apoyo en esta necesaria compañía fue la de Soledad, mi señora, quien hizo grandes sacrificios para acompañarme en todo momento a La Haya".

-¿Qué haría con el Pacto de Bogotá? A propósito de las sucesivas demandas que Chile ha enfrentado en estos años, en Chile han crecido los partidarios de abandonarlo.

-Aunque sé que me voy a comprar algunas peleas, no soy partidario de retirarse; creo que causaría problemas y Chile no ganaría retirándose. Chile puede tener puntos válidos, pero otros muy débiles. Es mejor estar adentro que afuera, es mejor permanecer en el Pacto de Bogotá.

"Al cardenal Agostino Casaroli lo veía "como "el diplomático más notable del siglo XX".

"La guerra (con Argentina) estuvo en la puerta del horno; el peligro fue real y parecía inevitable".

"Hay una política de retroexcavadora en lo internacional. Hubo gente y políticos que llevaron las cosas a tal punto que no solo se ha olvidado lo que se ha hecho antes, sino que se ha abandonado la política de Estado en relaciones internacionales".

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