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Confrontando la realidad en materia de crecimiento

martes, 02 de octubre de 2018

Jorge Marshall Economista y Ph. D. Harvard
El_Mercurio


Chile vive una situación compleja que requiere atención y un análisis cuidado. La economía se expandió un 5,3% en el segundo trimestre, el Banco Central elevó el crecimiento esperado para 2018, y el mercado espera una inminente alza en la tasa de política monetaria. Pero al mismo tiempo, la confianza empresarial y de los consumidores, así como las perspectivas de mediano plazo, están frenadas. En este cuadro llama la atención el contraste entre la cautela de los analistas independientes y el optimismo -algo forzado- de las autoridades económicas.

Algunos se han aventurado en señalar que esta anomalía podría explicarse por la incertidumbre internacional, que se origina en el aumento de la tasa de interés de EE.UU., las amenazas de una guerra comercial, la desaceleración en China y las vulnerabilidades financieras en algunos mercados emergentes.

Sin embargo, la desorientación que nos afecta no es un fenómeno reciente. Estuvo presente durante toda la administración pasada y probablemente su origen es aún más remoto. Se trata de la disociación que existe hace tiempo entre el rumbo de las políticas públicas y la realidad concreta de nuestro crecimiento. Por esta razón, el optimismo que transmiten las autoridades se parece más a una mera ilusión que a la confianza que genera una conducción sólida, consistentemente arraigada en un diagnóstico afianzado y compartido.

En este contexto, debemos evaluar con realismo si efectivamente contamos con las capacidades necesarias para alcanzar el desarrollo. Es claro que aquellas que nos sirvieron para crecer en las décadas pasadas deben ser complementadas ahora con otras que son más relevantes de cara al futuro. Es evidente que, para recuperar el pragmatismo y reencauzar el crecimiento, se requiere confrontar la realidad en esta materia, lo que se puede resumir en cuatro observaciones.

Primero, el crecimiento tendencial de la economía chilena muestra una trayectoria decreciente desde mediados de los 90 hasta ahora, con oscilaciones causadas por los cambios del entorno externo y/o de las políticas internas, pero sin que se modifique su paulatina baja estructural. Esta disminución es más pronunciada de lo que corresponde al proceso de convergencia entre el ingreso de Chile y el de los países desarrollados.

A comienzos de la década de 2000 se encendieron las alarmas en el sector privado y en el Gobierno, lo que dio lugar a una exploración conjunta que terminó en la Agenda Procrecimiento de 2003. El superciclo que se inició el año siguiente nos llenó de un entusiasmo que escondió por diez años esta tendencia estructural, y que desde fines de 2013 se volvió a convertir en un hecho irrebatible.

Segundo, nuestro crecimiento desde fines de los 80 se ha apoyado más en ciertos activos que en otros. Este es el caso de los recursos naturales y el capital físico, que responden a las ventajas comparativas del país, en desmedro de lo que Robert Lucas (premio Nobel en 1995) denominó el "efecto externo del capital humano", que se origina en el valor de las interacciones e intercambios que ocurren entre los actores que participan en un mercado. Este activo relacional es fundamental en la innovación y en el cambio en la estructura productiva, un elemento que ahora nos hace falta.

Este desbalance permitió acelerar el crecimiento durante muchos años, cuando aprovechamos las oportunidades que aparecían en los mercados internacionales. Pero también mantuvo las vulnerabilidades de una excesiva dependencia del cobre y de una insuficiente diversificación productiva y exportadora, que ahora nos pasa la cuenta.

Tercero, la estrategia de fortalecer los fundamentos económicos, las confianzas y el clima de negocios funciona bien cuando las condiciones internacionales son favorables, como en la década dorada que termina con la crisis asiática, o en los años del superciclo, pero son insuficientes en el escenario actual. Si bien estas variables tienen un efecto en la inversión y en la productividad, existe sólida evidencia que muestra que se trata de condiciones más necesarias que suficientes para un crecimiento más alto.

Cuarto, para impulsar el crecimiento, es necesario crear nuevas capacidades, que responden a una "mentalidad" caracterizada por una clara intencionalidad del Gobierno, de las empresas y de las universidades para actuar conjuntamente, establecer una base de prioridades compartidas y facilitar la coordinación para el desarrollo de nuevas actividades productivas que puedan competir en los mercados globales.

Este trabajo conjunto está en la base del activo que produce el "efecto externo del capital humano", lo que es muy diferente a las políticas que se aplican "desde arriba" y que suponen que los gobiernos tienen los conocimientos necesarios para señalar el camino que deben seguir las empresas.

Mientras no reconozcamos estos hechos y los incorporemos al diseño de las políticas públicas, la conducción que intenta ejercer el Gobierno -actual y futuros- no tendrá un efecto sensible en las expectativas, o en las perspectivas de mediano plazo.

Las autoridades económicas reiteran el error de compararse con el pobre desempeño de la administración pasada, pero la ciudadanía ya resolvió esa controversia en la elección de diciembre pasado. A partir de entonces se mide el desempeño de la nueva administración por su promesa de liderar y reactivar el crecimiento con el umbral de desarrollo como único horizonte relevante.

LA DESORIENTACIÓN QUE NOS AFECTA NO ES UN FENÓMENO RECIENTE. ESTUVO PRESENTE DURANTE TODA LA ADMINISTRACIÓN PASADA Y, PROBABLEMENTE, SU ORIGEN ES AÚN MÁS REMOTO.

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