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Antiparos

LA PEQUEÑA GRAN ISLA GRIEGA

domingo, 23 de septiembre de 2018


Reportaje
El Mercurio

Los actores Tom Hanks y Rita Wilson, su esposa, son los vecinos más famosos de esta pequeña isla que es parte de las Cícladas, pero que todavía está lejos de la invasión turística de otras integrantes de este archipiélago del mar Egeo. Una periodista llega hasta este lugar y encuentra razones, más allá de su indisimulada devoción por Grecia y su gente, para entender por qué es difícil que Antiparos siga en su parcial anonimato. TEXTO Y FOTOS: Carolina Robino , DESDE GRECIA.



D e día parece la postal perfecta de una isla griega: casas blancas, ventanas y persianas azules; tupidas buganvilias que adornan las calles y los balcones; pulpos secándose al sol; mar turquesa, cristalino.

Podría ser Mikonos o Santorini, pero lo que la hace realmente la "postal perfecta" es que es mucho más pequeña y tranquila. También que es menos conocida y, por lo tanto, más sorprendente.

"Antiparos", me contestó rotundo Lefteris, un amigo fotógrafo griego, gran conocedor de su país, cuando le pregunté a qué isla llevar a alguien que viajaba a Grecia por primera vez. Para "iniciarse", me dijo primero, la mejor opción son las Cícladas, ese grupo de islas que está en el mar Egeo, en una especie de línea recta entre el puerto de El Pireo -cerca de Atenas- y Creta, y cuyos paisajes encarnan lo que el imaginario colectivo denomina lo "griego".

En temporada alta, las islas más famosas de las Cícladas se repletan, pero hay otras igualmente hermosas, y económicamente más accesibles, que no pueden ser un mejor sucedáneo: Amorgos, Folegandros, Milos, Tinos...

-Y Antiparos -insistió Lefteris-, sigue siendo una joya.

Hasta hace unos años, Antiparos era un paraíso al que hippies y amantes de la soledad escapaban como alternativa a los sitios de turismo masivo. Pero poco a poco fue dejando de ser un secreto y cada vez recibe más visitantes. Sus embajadores más conocidos actualmente son, quizás, el actor estadounidense Tom Hanks y su esposa de origen griego, Rita Wilson, quienes tienen una casa aquí y a la que swe sabe que vienen con regularidad.

Estando en el lugar, no es difícil entender por qué la eligieron como refugio.

La princesa cicládica tiene un poco más de 1.000 habitantes y mide apenas 45 kilómetros cuadrados, un tamaño perfecto para recorrerla de punta a cabo sin mayor apuro y, sobre todo, sin llegar a estresarse.

Desembarcamos en Antiparos un mediodía mi cuñada, mi sobrina de 18 años y yo, y la capital, que se llama igual que la isla, estaba vacía. Parecía el pueblo fantasma más bello del mundo.

Sabíamos que en junio y septiembre las temperaturas son más amables, pero en pleno verano el sol cae implacable. Era evidente entonces que a esta hora todos en este lugar debían estar durmiendo siesta. O metidos en el agua, cuya transparencia -uno lo sabe con certeza desde que se aproxima- es una verdadera fuente de felicidad.

Antiparos no tiene aeropuerto y los grandes ferries no la incluyen en sus itinerarios. Eso le aporta a su locación una lejanía que, aunque es más ficticia que real, la hace todavía más encantadora.

Para llegar hay que ir hasta la concurrida isla de Paros , donde se puede tomar un bote más pequeño, en una travesía que tarda media hora si se hace desde Parikia , o solo diez minutos desde la localidad de Pounta , una ventosa bahía ideal para los deportes de vela, como atestiguan las decenas de paracaídas y parapentes que colorean el cielo.

El barco que cruza desde aquí tiene capacidad para automóviles y funciona hasta las 2 de la mañana, lo que hace posible viajar muy fácilmente de una isla a otra. Por eso, hay quienes carretean en Paros y duermen en Antiparos. Y viceversa.

Kristina y Giannis, los dueños de la pensión que teníamos reservada, nos habían advertido que, como muchas casas del pueblo, la suya no tenía dirección. Así que ellos mismos resolvieron el asunto: nos recogieron en el puerto, nos explicaron qué ver y a dónde ir, y nos aconsejaron que pasáramos la tarde en el mar.

Un consejo de los más sensato.

Por lo general, cuando los griegos hablan de sus playas, no se refieren a la arena, ni mencionan la topografía. Tampoco les preocupa mucho si hay árboles o no; lo único que les importa realmente es el mar. Lo adoran y se bañan en él cada vez que pueden. Donde hay solo rocas ponen una escalera o se las arreglan usando cualquier saliente para inventarse unos trampolines, o se largan en barcas para buscar diminutas caletas.

Tener eso en mente es fundamental cuando uno pide a algún local que recomiende playas. Para evitar decepciones, es indispensable pedir también los detalles de cómo son.

Muchas de las de Antiparos son más rústicas y relajadas que las de las otras islas Cícladas más populares. Son además menos pretenciosas, pero también menos organizadas. Por eso no es mala idea andar con un quitasol a cuestas.

Las más accesibles están en el pueblo mismo o a unos pasos de él, y cumplen su propósito. A las otras, más hermosas y pintorescas, hay que ir en auto, moto, bicicleta o en el bus que sale y llega al puerto, y cuyo itinerario impreso está a la vista en varios puntos de la ciudad.

De las establecidas, nuestra preferida fue Soros , no solo por su arena suave, el azul intenso de sus aguas y el hecho de que, por ser una de las más extensas, estaba bastante vacía, sino porque tiene un bar restaurante que no por ondero deja de ser atractivo.

La tarde que pasamos ahí comimos como diosas. El pulpo con fava (unas lentejas amarillas pequeñitas, típicas de las Cícladas) y cebollas caramelizadas y los rollitos de berenjena no podían estar más ricos.

Hay que reconocer que las porciones eran pequeñas, y un poco caras, pero para disfrutar del lugar ni siquiera hacía falta comer. Tiene un gran espacio con enormes cojines puestos a la sombra, donde se puede leer, escuchar música o simplemente mirar el horizonte con un trago, un vino, una cerveza helada, un café, agua... Opciones no faltan. Además, el DJ de turno era fabuloso. Canción que ponía, canción que daban ganas de bailar. Desde los éxitos disco de los años 70, pasando por los hits griegos del momento, hasta llegar a Shakira y a Fonsi.

Sí, el español está de moda, incluso en medio del Egeo.

Hay playas más tranquilas, claro, como Feira , Vathis Bolos , Sostis , Faneromeni , Monastiria y Ta Plakakia , y también To Livadi en el vecino islote de Despotiko .

También hay un mítico camping muy cerca de la capital, que tiene su propia playa, muy alabada. Abrió en los años 70 y hasta hoy mantiene su fama de espectacular. Es barato, limpio, está en un sitio magnífico y se precia de contar con la que fue la primera área nudista de todas las Cícladas. Eso es todo un hito para algunos.

Cuando llega la noche, Antiparos vive una transformación. Las calles vacías se llenan con los locales y los todavía no demasiados turistas que salen a pasear, vivaces, bellos, bronceados, felices.

Antiparos, la capital de la isla, tiene una sola calle central, que va desde el puerto a la plaza principal, y que es donde se encuentran los restaurantes y cafés al aire libre, las tiendas de ropa, de joyas y de artesanía fina, además de los supermercados y las farmacias.

Así que aquí se viene y se come, se bebe, se vitrinea, se brinda, se ríe. Parece una bacanal, la escena final de una película en la que ya los problemas se han acabado.

El ambiente en Antiparos es alegre e informal, aunque tiene un aire chic . El pavimento está tan, pero tan limpio, que se podría caminar sin zapatos. La gente se saluda y se comparten buenos deseos. Y entre todos se teje una especie de complicidad: esa que une a un grupo de afortunados que ha dado con un lugar especial.

Quizá por eso son muchos los que vuelven una y otra vez.

En la taberna de Giannis , una de las más populares, una pareja de alemanes que acaba de llegar pregunta por alguien a quien suelen visitar. El camarero les cuenta que murió hace apenas una semana. El rostro se les llena con una sorpresa triste. Hablan un rato y muy pronto aparece Giannis, el dueño, con dos vasos de ouzo, la tradicional bebida de anís de estas tierras, muy similar al Pernod francés o el sambuca italiano.

Brindan por el muerto y todos nos miramos, solidarios.

Grecia es mar y comida, comida y mar, y gente acogedora y entrañable.

Aquí, regalar, regalonear al huésped es una costumbre. En muchos restaurantes, cuando los clientes han terminado de comer, la casa ofrece gratis un licor artesanal o algún postre muy dulce, preparado por lo general con miel, almíbar, frutos secos, sémola o crema bechamel. A veces es solo una generosa porción de fruta, pero se agradece infinitamente: la sandía parece un néctar divino después de un día de mucho sol y playa.

El principal valor de la gastronomía local no está tanto en la elaboración como en la frescura. Todo parece recién cosechado, producido: el olor de los tomates, de los pepinos, de las aceitunas y el queso feta de la ensalada griega; la textura cremosa de los zapallitos italianos, el cordero que se corta con el tenedor, los refrigeradores donde los pescados y mariscos se mantienen frescos, el medio litro de vino blanco, que se sirve en garrafa y es tan liviano que alegra, pero no emborracha.

La intensidad de los colores y aromas es tal que parece hecha a propósito para incitar a cometer el pecado capital de la gula.

Si tuviera que elegir un sitio para almorzar o cenar, solo uno, no tendría dudas: Captain Pipinos en Agios Giorgos, o San Jorge, una localidad costera en el sur de la isla. Es una taberna idílica a la orilla del mar, con comida deliciosa y gran atención. Elegir no es fácil, pero los pescados a la plancha y la sopa de pescado son imperdibles. A veces tienen erizos, sabrosos, pero tan pequeñitos que, comparados con los chilenos, parecen de juguete.

Justo al frente se ve Despotiko , una diminuta isla inhabitada donde excavaciones recientes descubrieron un santuario, posiblemente dedicado a Apolo, que muchos piensan ayudará a develar algunos de los misterios que aún subsisten en torno a la historia de esta parte del archipiélago. Pero ese es otro asunto.

De vuelta, y para irse de copas, el punto neurálgico son los bares de la animada plaza central . Cualquiera de ellos. En Smile , por ejemplo, probamos un Sunrise , una mezcla de ouzo, campari y jugo de pomelo que terminó convirtiéndose en nuestro cocktail preferido durante la estadía.

Para los fiesteros, la noche termina en la disco de culto La Luna , que abre a la 1 de la madrugada y cierra a las 7, cuando por tradición ponen My Baby Just Cares for Me , de Nina Simone, que es el tono que marca que es hora de ir a dormir. O a desayunar.

Temprano en la mañana, para evitar el calor, en Antiparos hay varios sitios que visitar.

El castillo veneciano que corona la ciudad es uno de ellos. Se construyó en 1444 para proteger a la isla de los ataques de piratas. Su entrada la marca una puerta gótica cercana a la plaza principal. En su interior aún hay casas habitadas y, aunque apenas quedan rastros de su pasado, es un paseo corto y muy fotogénico.

Fuera de la capital, la atracción principal es la caverna de Antiparos , que es una profunda formación de estalactitas y estalagmitas que fue utilizada como refugio en el Neolítico y como santuario para Artemisa, la diosa virgen de la caza. Hay quienes creen que además allí vivió el cíclope Polifemo, hijo de Poseidón, nombrado en La Odisea , y que la usaron los enemigos de Alejandro Magno como base para conspirar contra él.

La caverna fue redescubierta en 1673 por el marqués de Nointel, que era el embajador de Francia en Estambul. Llegó hasta aquí buscando un tesoro económico, pero al final terminó hallando uno arqueológico.

Para apreciar la grandeza de esta caverna hay que bajar -y después subir- 400 escalones. El esfuerzo sí que vale la pena. Es realmente impresionante.

Pero volvamos al mar. Como en la mayoría de las islas griegas, en Antiparos la mejor manera de conocer estas costas y sus aguas es navegándolas. Desde Agios Giorgos se puede cruzar hasta Despotiko y a las cuevas que la rodean, y si se tiene suerte es posible ver delfines.

Otras barcas hacen viajes diarios a distintas playas y caletas desde el puerto principal, y dos botes más grandes -el Alexandros y el del capitán Ben- que ofrecen recorridos por el día alrededor de la isla, con paradas en varios puntos paradisiacos.

Nosotras, y otras 57 personas, fuimos en el de Ben. Suena a un montón de gente, pero la verdad es que está muy bien organizado y es realmente divertido. Se va a enclaves de aguas increíbles, donde se puede nadar o hacer esnórquel, saltar desde el segundo piso o tirarse al mar por un tobogán.

En Despotiko ofrecen un aperitivo con pulpo, ensaladas, vino u ouzo, y luego en el barco siguen con un abundante y variado almuerzo que incluye souvlaki de cerdo, pollo o vegetariano, sardinas y hasta helados caseros servidos en diminutos barquillos.

¿Muy turístico? Puede ser, pero en este caso, y en este lugar, eso no le quita ningún valor.

Otra alternativa es el buceo. Hay un solo centro, el Blue Islands Divers , ubicado al final de la marina de Antiparos.

La isla es fantástica para hacer inmersiones en aguas abiertas, para explorar barcos hundidos o descender hasta algunas cavernas. Sus paisajes submarinos son inolvidables. Tanto que muchos se animan a aprender a bucear aquí.

Los días en que yo quise hacerlo, no había cupo. Al principio me tomé eso como una gran decepción. Luego, con cierta sabiduría griega, me di cuenta de que era en realidad la excusa perfecta para regresar.


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CÍCLADA. La isla tiene poco más de mil habitantes y mide apenas 45 kilómetros cuadrados.
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