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La tasa de fertilidad es de 1,7 en el país:

La baja natalidad, la gran debilidad que China no logra revertir

lunes, 20 de agosto de 2018

Adrián Foncillas La Nación de Argentina/GDA
Internacional
El Mercurio

BEIJING La nueva concepción de la familia y la inflación frenan hoy la demografía de forma natural.



Una estampilla puede orientar entre los arcanos de la política china. Aquella acuñada en 2016 para saludar al Año del Mono que mostraba a una familia con dos monitos anticipó la jubilación de la política del hijo único, vigente durante casi 40 años. La presentada la semana pasada sobre el próximo Año del Cerdo, con tres lechones, sugiere otro cambio. Es una poética venganza: el gobierno se esfuerza por que los chinos tengan los hijos que les prohibieron en el pasado y estos tienen ahora planes diferentes, lo que genera una debilidad que inquieta al régimen.

La política de hijo único perfiló desde 1979 el desarrollo económico y social del país más poblado del mundo. El mayor experimento demográfico de la historia fue aprobado dos décadas después de que China sufriera la peor hambruna de la historia moderna (entre 10 y 40 millones de muertos) y tras muchos cálculos que incluían población y toneladas de granos.

La ley cumplió sus objetivos: ahorró 400 millones de nacimientos a China y a todo el mundo, un desahogo en un contexto global de escasez. El país aún padece una relación crítica entre población y aspectos como tierra cultivable o reservas acuíferas, así que no es difícil imaginar el colapso con otros 400 millones de chinos (unos 75 millones más que la población actual de Estados Unidos). La reducción de la pobreza mundial en las últimas décadas se concentra en China y habría sido imposible sin esa política.

La ley frenó la demografía (la fertilidad rozaba los seis niños por familia a principios de los 70), espoleó la economía y mejoró las condiciones de vida de la mayoría. La política de hijo único desborda esos simplistas juicios sobre los abortos y esterilizaciones forzosas de los primeros años. Tras la coerción, bastó con la persuasión. Ayudó esa concepción confuciana que prioriza el bien de la comunidad sobre los derechos individuales.

Pero los efectos colaterales son tan numerosos como inquietantes. China es el primer país envejecido aún en vías de desarrollo. Hoy cuenta con un 15% de población por encima de los 65 años y será del 25% en 2040, el doble que en la India. Supondrá una presión inasumible para el sistema previsional. La mano de obra abundante y barata que empujó la locomotora china se reducirá en 170 millones durante las próximas tres décadas, según estimaciones del FMI. Y Beijing teme la conflictividad social de 40 millones de solteros que no podrán casarse porque el país sufre el mayor desequilibrio de géneros del mundo (hay casi 34 millones más de hombres que de mujeres). Son los indicios de una bomba de tiempo.

El entusiasmo de las parejas tras el fin de la política de hijo único ha sido tibio. En 2016, hubo 18,5 millones de nacimientos, un salto de dos millones respecto del año anterior, pero en 2017 bajaron a 17,2 millones. La tasa de fertilidad (número de hijos de una mujer) sigue en 1,7, cuando es necesario que sea 2,1 para que la población se mantenga a largo plazo.

Nueva concepción

"No hay solución rápida para solventar la baja fertilidad, ni en China ni en otro país. Vecinos como Japón o Corea del Sur han afrontado esos retos durante mucho tiempo y sus políticas aún no han dado resultados significativos", señaló Yong Cai, profesor de Sociología de la Universidad de Carolina del Norte y estudioso de la demografía china. "Tendrá que confiar en que su gente tome sus propias decisiones reproductivas mientras les facilita un entorno atractivo, incluyendo la igualdad social y de géneros", añadió.

La nueva concepción de la familia y la inflación frenan hoy la demografía de forma natural. Los valores tradicionales han sido barridos por la apertura y los jóvenes urbanos chinos esgrimen las mismas razones que los occidentales para rechazar las familias numerosas: jornadas laborales extenuantes, disfrute de cierta comodidad, carestía de la vida.

Se añade la extrema competitividad china: los padres envían a sus hijos a las mejores escuelas, pagan un sinfín de actividades para que triunfen y entienden preferible concentrar todos los recursos antes que dividirlos. La fertilidad en Shanghái cayó a 0,7 y los esfuerzos desesperados de las autoridades por levantarla han fracasado.

Li no se plantea darle un hermano a Su, de ocho años. Trabaja casi diez horas diarias en la recepción de un restaurante de lujo del centro de Beijing. Destina la mitad de su salario de 7.000 yuanes (unos US$ 1.000) a ropa, libros de texto, juguetes y clases de ajedrez de su hijo. En el alquiler se le va la otra mitad. Su marido, capataz de la construcción, está a menudo fuera de la capital, así que Li encadena viajes del restaurante al colegio. Si se complica la jornada en el restaurante tiene que cuidar a Su a través de videollamadas y pedir al restaurante del barrio que le suban la cena. "No tengo tiempo ni para un hijo, el segundo es una quimera. Solo lo pensaría si el gobierno nos diera una ayuda suficiente para contratar a una niñera", comentó.

Solo una agresiva política económica con desgravaciones fiscales provocará cambios sustanciales, sostienen algunos expertos. Por ahora, el régimen usa métodos más pedestres. Un editorial del Diario del Pueblo alertaba de los efectos de la baja fertilidad en la economía y la sociedad en un editorial titulado "Los nacimientos son una cuestión familiar y también nacional". Esas apelaciones al patriotismo para procrear suenan raras cuando aún se encuentra en paredes de todo el país aquel viejo lema de "es preferible el colapso de una familia que el de un país".

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