Dólar Obs: $ 982,38 | 0,07% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.072,05
IPC: 0,60%


A la cima del Pilatus a bordo de dragones

sábado, 18 de agosto de 2018

Carolina Gazitúa P.
Vidactual
El Mercurio

Por aire, colgando de modernas cabinas que planean como los míticos seres, o por tierra, arrastrados por el tren a cremallera más empinado del mundo, subir a este monte rodeado de leyendas en Suiza central es una experiencia memorable.



Subir al cerro donde según la leyenda está enterrado el cuerpo de Poncio Pilatos no sería la experiencia inolvidable que viven sus casi 800 mil visitantes al año si no se diera el trío de naturaleza, mito e ingeniería a niveles superlativos.

Primero, fue la naturaleza que puso lo suyo, partiendo por el Lucerna, un lago de forma complicada, con cuatro brazos de aguas azulinas que bañan los pies de hermosos acantilados y macizos en Suiza central, entre los que a simple vista destaca el imponente Pilatus y sus 2.132 metros sobre el nivel del mar. Desde tiempos inmemoriales, la montaña conmueve, se admira por su belleza, pero también se teme por sus repentinas y violentas tormentas, esa bruma misteriosa que en ocasiones cubre sus faldas y las extrañas sombras que se proyectan en las nubes que la rodean, fuente de leyendas, pero que hoy la ciencia explica por el fenómeno óptico llamado espectro de Brocken.

Nada de eso sabían los escaladores de hace casi un milenio, quienes, en vez de sus propias sombras desfiguradas, creyeron ver en aquel fenómeno al espíritu de Poncio Pilatos. Se nutrió así la leyenda que dio el nombre al monte, según la cual, luego de suicidarse en Roma, el cuerpo del prefecto de Judea habría sido lanzado lejos de la ciudad, causando enormes catástrofes naturales en cada lugar donde se le enterró. Finalmente, se le habría sepultado en un marasmo a los pies de este cerro, pero el turbulento espíritu tampoco se aquietaría en estas lejanas tierras. A él se le culpó de las tormentas implacables que lanzaban al ganado por precipicios e inundaban todo, hasta que, en plena Edad Media, un mago habría logrado calmarlo, a condición de que no se le molestara ni se le avistara en Viernes Santo, cuando el espíritu podría deambular a su antojo.

Mitos y leyendas sobre el cerro abundan y son recogidos en diversos textos, como el libro del suizo Martin Seewer "How Mount Pilatus came by its name", con bellas ilustraciones de la chilena Susana Uribe. Además de este mito, en él se relatan historias de los Wildmannli, unos amistosos duendes, y leyendas de dragones, que en muchos casos aparecen como seres menos malos de lo habitual, con poderes de sanación o al rescate de montañeros en desgracia.

Camino al cielo

Las aladas creaturas de los mitos servían a veces de medio de transporte de brujos y elfos. En el mundo real de hoy, en cambio, y a falta de dragones, es la precisa ingeniería e infraestructura ferroviaria suiza que se encarga de llevar a los paseantes a la cima de este bello monte desde donde se admira un paisaje sobrecogedor de praderas, lagos, precipicios y más de 70 cumbres alpinas.

Tan cautivante como la experiencia de cumbre es el camino a la misma. Aunque se puede subir a pie, la mayoría opta por dejarse llevar por los diferentes medios de transporte que, durante el verano, recorren agua, tierra y aire en el llamado "circuito dorado". En invierno, solo es posible por teleférico.

Ya sea por agua o por aire, el circuito se inicia en la ciudad de Lucerna. En el primer caso, se toma un barco que navega por el lago de igual nombre, rodeando la ladera sureste del monte. Una travesía pausada y bella, de casi hora y media hasta llegar al pueblo de Alpnachstad, donde se inicia el ascenso a bordo del tren a cremallera de mayor pendiente del mundo (llega a un máximo de 48%).

Con el logo en forma de dragón estampado a un costado, el carro asciende con su carga humana a paso seguro y suave. En 30 minutos, trepa 1.635 metros de desnivel hasta la cumbre, atravesando bosques, praderas y la mismísima roca, por túneles perforados hace 130 años, cuando el tren fue inaugurado en 1889. Se tapan los oídos, pero igual se escucha el toc-toc de los dientes de los engranajes enlazándose. Dada la dramática pendiente, el sonido tranquiliza; se agradece. La vista, en cambio, hipnotiza y la media hora vuela.

Arriba todo está dispuesto para gozar al máximo del sublime panorama. El espacio central es un amplio mirador situado en el collado que conecta dos de los tres puntos más altos del macizo, a los cuales se puede subir a pie en pocos minutos y tener una vista de 360 grados. No falta el lugareño que entona su corno alpino sobre esta gran terraza, que es también el punto de partida del "camino de los dragones", un rosario de cuevas talladas en la roca que rodea el lado norte del cerro; del "sendero de las flores", que en verano permite apreciar cada flor alpina debidamente caratulada; y del safari para observar los ágiles íbices saltando de roca en roca.

Dos hoteles y sendos restoranes ubicados a extremos opuestos del mirador se conectan bajo este último gracias a una moderna galería, con amplios ventanales en ambos costados. Renovados en 2010, algunos salones mantienen el estilo belle époque de cuando fueron construidos y plantean un contraste interesante con los perfiles de acero y concreto que dominan la infraestructura más reciente.

A la hora de bajar de la montaña, otro dragón viene al rescate, esta vez por la cara norte. Inaugurado en 2015, tras una inversión de 18 millones de francos, el teleférico "Dragon Ride" flota cerro abajo con unas cincuenta personas a bordo de su cabina de cristal aerodinámica, en 3,5 minutos de silencio y pura maravilla. Es la guinda de la torta que muchos esperan; la culminación de una visita inolvidable. El último tramo de media hora se hace en cabinas más pequeñas hasta llegar a Kriens, donde un bus conecta con Lucerna en 15 minutos.

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia