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"Paisajes para no colorear" es una ardiente proclama libertaria femenina

lunes, 13 de agosto de 2018

PEDRO LABRA HERRERA
Espectáculos
El Mercurio




No es una de las obras imprescindibles de la temporada, sino de varias. "Paisajes para no colorear", fuera de sus méritos teatrales, constituye una experiencia inimaginada hasta hoy -un descarnado, necesario y oportuno estudio antropológico-cultural de la situación presente de la mujer- que amenaza, además, convertirse en un fenómeno de público: de los innumerables espectáculos que hemos visto no recordamos más que otros dos o tres como este capaces de encender tras su remate una fervorosa ovación con toda la platea de pie.

Por primera vez Marco Layera trabaja sin su conjunto, La Resentida, que fundó en 2008. Es también su debut como realizador de teatro documental según lo entiende el colectivo suizo-germano Rimini Protokoll, que desde el 2000 renovó radicalmente esa área impulsando la irrupción en escena de la realidad cotidiana. Propuestas que son teatro sin serlo, renuncian al oficio -las ejecutan personas que nunca antes se pararon ante una audiencia- y tienen algo de reportaje periodístico en vivo. En 2015 y 2017 Stgo. a Mil trajo a Chile al prolífico grupo europeo sin mostrar su línea más específica, sino más bien intervenciones urbanas.

Pone en escena a nueve muchachas de entre 13 y 17 años seleccionadas mediante audición, que exigen ser escuchadas, y por 90 minutos les da tribuna para que testimonien su vivencia de cuán difícil es ser mujer adolescente hoy en Chile. Saben que dejaron de ser niñas y que tendrán que asumir su rol de féminas adultas en un contexto de prejuicios estigmatizadores que les impiden ser y pensar como realmente piensan y son. Se sienten vulnerables y vulneradas, porque han sido víctimas o testigos de distintas formas de violencia: maltrato doméstico, bullying escolar, abuso y acoso físico, psicológico o sexual.

Los monólogos son confesionales, aunque en algunos casos ellas asumen la voz de otras cien chicas entrevistadas. Su exposición se alterna con escenas dramatizadas de modo sencillo, como las brutales recreaciones de la muerte de Lissette en un centro del Sename y de un suicidio adolescente, una parodia ridiculizando a unas señoras que abominan del aborto, o cómo una liceana enfrentó a su padre que escupió a su madre. La puesta adquiere vitalidad con pasajes de baile, proyección de extractos de telenoticiarios y de primeros planos con el registro en directo de acciones en vivo (como en el relato de un bullying ). Una sugerente casa de muñecas es el único trasto escenográfico a la vista.

Impresiona la desenvoltura y aplomo escénico que la dirección consigue de estas jóvenes y que su discurso pueda provocar momentos tan conmovedores o jocosos, reacciones de asombro y hasta de horror. El conjunto funciona como un urgente manifiesto generacional organizado que coincide con el estallido de la 'revolución femenina'. A ratos, claro, dosifica los tiempos de modo algo inadecuado (tramos que se alargan en demasía); y en pos de la reacción buscada, exagera la victimización de sus sujetos escénicos: su problemática tiene sin duda otros aspectos y matices. Pero son detalles menores que se supeditan a la ardiente vehemencia de la protesta insurrecta que concreta en escena. Sería muy bueno que Layera siguiera cultivando este registro.

Centro GAM. Jueves a sábado, a las 20:00 horas. Hasta el 19 de agosto.

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