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El megaevento comienza el 14 de junio en Moscú

El partido decisivo de Putin: las claves geopolíticas de la Copa del Mundo de Rusia

sábado, 26 de mayo de 2018

Jean Palou Egoaguirre
Internacional
El Mercurio

El Kremlin pensó que sería un símbolo de la recuperación del país como potencia global. Pero desde que se adjudicó la sede, las guerras en Ucrania y Siria, las acusaciones de interferencia electoral y el uso de armas químicas han cambiado el foco.



Una vez, Jorge Valdano dijo que "el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes".

Vladimir Putin, quien nunca ha sido muy fanático del fútbol -lo suyo va por el judo y el hockey sobre hielo-, parece tener una noción algo diferente: para el Presidente ruso, el deporte más popular del mundo no solo es un juego sino también un activo geopolítico, una herramienta de soft power capaz de servir a sus intereses de devolver el orgullo nacional y recuperar el sitial de potencia global de Rusia.

De otro modo no se entiende el empeño que Putin puso en 2010 para que el país fuera sede de la Copa Mundial 2018 que comienza el 14 de junio. Por entonces, el jefe del Kremlin se involucró personalmente, reuniéndose con decenas de dirigentes deportivos y dignatarios, y ofreció a la FIFA una inversión récord -se estima que al menos US$ 13.000 millones- para asegurar los votos necesarios para que Rusia derrotara las candidaturas de naciones con una mayor tradición futbolística, como Gran Bretaña, y las propuestas conjuntas de Bélgica-Holanda y España-Portugal.

Pese a que esa elección fue muy controvertida, en 2014 la misma investigación acerca de la corrupción y compra de votos en la adjudicación del Mundial de 2022 a Qatar (el llamado Informe García) absolvió de culpas a Rusia. De todos modos quedó claro en ese reporte que el Mandatario ruso estaba desesperado por organizar el evento, tal como lo demostraba cuando defendía públicamente al cuestionado ex jefe de la FIFA Joseph Blatter, un "viejo amigo" que "debería recibir el Nobel de la Paz".

Para Putin, el Mundial de Fútbol 2018 y otros eventos deportivos globales como los JJ.OO. de Invierno de Sochi 2014 o el Mundial de Atletismo en Moscú 2013 se convirtieron en un asunto estratégico. Pero sobre todo el primero, un hito mediático que en la pasada edición, en Brasil 2014, alcanzó una audiencia total de 3.200 millones de telespectadores en todo el planeta.

"Putin quería usar la Copa Mundial como parte de un proyecto de poder blando que llevaría a que finalmente Rusia sería aceptada en la liga de las naciones poderosas y ricas", comenta a "El Mercurio" Marc Bennetts, autor de "Football Dynamo: Modern Russia and the People's Game" y otros libros sobre el régimen ruso.

Para Stefan Szymanski, coautor de "Soccernomics", la intención de Putin no era muy diferente a la de otros anfitriones. "Él sabe que se trata del evento más popular del planeta y no hay un mayor escenario en el que proyectar tu nación", sostiene. Pero en su caso también hay una clave interna: "Su objetivo es consolidarse mostrando al país jugando en un escenario global. Pero no se trata tanto de impresionar a los extranjeros como a su propia gente", agrega el experto, quien recalca que el "deporte es político, y su popularidad siempre ha sido atractiva para líderes autoritarios".

"Copa de la vergüenza"

La fiesta del Mundial, sin embargo, se ha visto empañada por las propias decisiones de Putin tanto a nivel interno, con la persecución a las minorías sexuales y a la oposición política, como en la escena global, principalmente con la crisis en Siria y Ucrania. "La Copa de la vergüenza", la llamó la ONG Human Rights Watch, que está presionando por un boicot de los líderes internacionales al partido inaugural, argumentando que Rusia vive "la peor crisis de derechos humanos desde la era soviética". Más categórico aún fue el canciller británico Boris Johnson, quien en medio de la crisis diplomática entre Londres y Moscú sugirió que Putin manipularía el Mundial tal como Adolf Hitler utilizó los JJ.OO. de 1936 en Berlín.

Y es que las condiciones han cambiado mucho desde que en 2010 ganó la sede del Mundial. Por entonces, Putin impulsaba un proceso de incipiente distensión con el gobierno de Barack Obama y la Unión Europea, mientras Rusia gozaba de los altos precios del petróleo. Pero en 2011 comenzó la sangrienta guerra civil en Siria, y Moscú se puso del lado del régimen de Bashar al Assad. Tres años más tarde empezó la guerra en Ucrania y Putin se anexó la península de Crimea, lo que llevó a los países de Occidente a fijar duras sanciones económicas. En medio de un creciente aislamiento, el Kremlin fortaleció su ejército de hackers para lanzar ciberataques, y demostró un sofisticado uso de las redes sociales al impulsar campañas de desinformación para influir en campañas políticas, como la que en 2016 llevó a Donald Trump a la Casa Blanca.

El último enfrentamiento directo de Putin con Occidente ya fue en la cuenta regresiva para la Copa, cuando el gobierno británico acusó en marzo a Moscú de intentar asesinar en suelo nacional al ex espía Serguéi Skripal con un agente neurotóxico. Este incidente llevó a Inglaterra a cancelar la participación de sus autoridades en la inauguración del Mundial, una medida que no alcanza el nivel de anteriores boicots deportivos -como los 50 países que se restaron de los JJ.OO. de Moscú 1980 después de la invasión soviética a Afganistán- pero sí ha sido tanteada por otros países como Islandia, Polonia, Australia y Japón.

"Un boicot sería éticamente correcto, pero es improbable que funcione", asegura Szymanski.

Estos hechos han enturbiado los planes iniciales del Presidente ruso. "La apuesta de Putin por el Mundial comenzó como un show de ostentación de riqueza y fuerza de Rusia. Pero tras la caída del petróleo y las sanciones occidentales, la Copa ahora es más una declaración personal y muscular de Putin, principalmente para una audiencia doméstica, de que Rusia está peleando contra adversarios que lo quieren desacreditar", afirma Simon Chadwick, profesor de Emprendimiento Deportivo de la Universidad de Salford. "Más que ser una celebración del fútbol, para Rusia la Copa del Mundo se ha convertido en otro campo de batalla en su guerra indirecta con EE.UU.", agrega el autor de "The Marketing of Sport".

Según Bennetts, ha sido imposible para Putin presentar el Mundial como el "gran momento" de Rusia, tal como lo fueron los JJ.OO. de Beijing en 2008 para China: "Siria y Ucrania han arruinado sus planes. Ahora, Putin tiene objetivos más modestos: él quiere que el torneo pruebe al mundo que Rusia puede albergar exitosamente un gran evento como este. Pero es improbable que cambie en algo la imagen que existe de Putin y Rusia en Occidente".

Con esa meta en mente, los desafíos logísticos y de seguridad del Mundial no son pocos. Hay 2.500 km de distancia y cuatro zonas horarias entre las sedes (11 en total) más lejanas. También está el riesgo de ataques terroristas -el último, el año pasado, mató 14 personas en el metro de San Petersburgo- y de incidentes violentos por parte los hooligans rusos. Sin embargo, en general se estima que Rusia está preparada a nivel organizativo para un evento de esta envergadura, como ya lo demostró con Sochi. "Pero si cualquier cosa sale mal, Occidente lo ocupará como base para condenar a Putin. Y Putin casi instintivamente etiquetará esa adversidad como los intentos occidentales de desacreditar a Rusia", predice Chadwick.

Más desafiante aún es lo netamente deportivo. Luego de la humillación rusa por el escándalo de doping , que marginó a sus atletas de los últimos JJ.OO., se da por hecho que son muy escasas las opciones de que plante revancha la selección rusa de fútbol, la "Sbornaia", que ocupa la penúltima plaza del ranking FIFA entre los clasificados. Pero Putin ya le puso una misión al equipo: "Espero que lo den todo. Deben mostrar un fútbol intransigente, el fútbol que los hinchas adoran", les dijo, reflejando que poco a poco está entendiendo qué tan importante es el fútbol, más allá de la política.

INVERSIÓN
Rusia gastó unos US$ 13.000 millones en estadios y obras para el Mundial, mucho menos que en los JJ.OO. de Sochi, donde gastó US$ 51.000 millones.

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