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¿Desconectado?

jueves, 24 de mayo de 2018

Cristián Warnken
Editorial
El Mercurio

¿Algún día, por instinto, comenzaremos a desconectarnos de la hechicería técnica que hoy nos tiene deslumbrados y descubriremos que ella nos hacía esclavos de una existencia empobrecida, llena de superstición e ignorancia?



Me alojo en un departamento frente a una quebrada del cerro Cárcel, en Valparaíso. No he contratado servicios de internet todavía y, de pronto, descubro que mi celular no funciona. A esta hora de la tarde, ya no hay nada que hacer. ¿Nada que hacer? Me paseo por el departamento como un fantasma. En mi silencio retumba el ruido de los televisores y la música de los vecinos.

Observo por mi ventana, como el voyerista de la película "la ventana indiscreta" de Hitchcock: tantas vidas latiendo en la penumbra iluminada de estos cerros que parecen una copia de los cuadros que Eduardo Mena ha pintado de Valparaíso. Muchos perros ladran a la luna y yo descubro que estoy solo frente a ella. Pascal decía que había que dejar solo a un hombre en una habitación sin ningún "entretenimiento" que lo evadiera de su soledad, para saber quién era, de verdad, ese hombre.

Estoy empezando a experimentarme "pascalianamente" y dentro de poco sabré si hay vida posible después de internet. El hombre domiciliado ya no está hoy en su propia casa: las puertas de escape son cada vez más atractivas y eficaces: las series de Netflix, los videos de Youtube, la música de Spotify, por solo nombrar a las más básicas. No dispongo ahora de ninguna de ellas y aquí estoy, por esta larga noche, fuera de la Matrix de las redes sociales.

Escucho, después de mucho tiempo sin hacerlo, mi propia respiración. Me pongo a silbar. Ese es mi "spotify" ahora: silbar canciones pasadas de moda, mientras cae la tarde sobre una de las pocas ciudades que recuerda cada cierto tiempo quién era y quién es. Hablo con ella e interrogo su memoria y su noche. Pienso que en este silencio y soledad, más sueños y más fantasmas vendrán a visitarme.

Carl Jung contaba que el torreón de piedra que él mismo se había construido en el bosque no tenía electricidad, para no alejar de ella a las presencias sutiles que a veces lo visitaban. No debo ser el único hombre o mujer que descubre, de pronto, que la desconexión adentro de la ciudad también es posible. ¿Cuántos otros miles en este mismo instante estarán saboreando este gozo inédito que no se compra ni se vende ni se publicita? ¿Algún día, por instinto, comenzaremos a desconectarnos de la hechicería técnica que hoy nos tiene deslumbrados y descubriremos que ella nos hacía esclavos de una existencia empobrecida, llena de superstición e ignorancia?

Aquí estoy: "papando moscas", haciendo preguntas al viento...O danzando, ¿por qué no? ¿Hay algo más hermoso y liberador que ponerse a bailar solo, sin música, en un departamento casi vacío, por la pura dicha de ser? Me conecto inalámbricamente con amigos distantes, pienso en ellos, converso interiormente con ellos. No es necesario llamarlos. No es necesario buscar nada afuera, todo está aquí: el niño que fuimos y el viejo que seremos, conversando cara a cara, diciéndose cosas que en el día a día poblado de estímulos es imposible escuchar.

Mi niño interior a veces inventa canciones, a veces descubre palabras que no conocía y que empieza a repetir. El viejo que hay en mí deletrea y paladea las palabras que le regala el niño asombrado. La palabra "rododendro", por ejemplo, como en ese cuento inolvidable de Hernán del Solar. O la palabra "enjambre"... Ahora me siento y medito. La respiración es un viaje, recorrer morosamente los meandros del propio ritmo interior. Naces y mueres en cada respiración. Al lado de este edificio está la antigua cárcel de Valparaíso, pero estás más libre que nunca. Acumulas silencio. Y tiempo.

Tu ser se ensancha como una planta de exterior a la que hubieran privado de sol por mucho tiempo y volvieran a colocar en un balcón a hacer fotosíntesis. Eso estás haciendo: fotosíntesis en tu alma. Es un proceso lento, en que se te cruzan dos enemigas letales: la angustia y el aburrimiento. ¡Viejas conocidas tuyas! Pero ya has aprendido a no temerles. Ahora me quedaré aquí, en un rincón, a esperar. Porque solo el que espera hallará lo inesperado.

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