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"Don Giovanni", elenco estelar

Débil comienzo de la temporada 2018

lunes, 23 de abril de 2018

Andrés Yaksic
Cultura
El Mercurio




En 1995, el multifacético hombre de teatro Pierre Constant concibió para el Atelier Lyrique de Tourcoing una producción de la "trilogía Da Ponte"con sus tres componentes ambientados en una misma escenografía única. Fue presentada luego en el Théâtre des Champs-Elysées y en numerosas otras casas de ópera de ese país. En Santiago conocimos su primer panel en 2017 ("Bodas de Fígaro"), y la presente temporada se ha inaugurado con el segundo, "Don Giovanni". Se prevé que en 2019 veamos el tercero, "Così fan tutte".

Si bien casi un cuarto de siglo después (bajo la supervisión del propio Constant) la dirección actoral conserva vitalidad y resuelve plausiblemente algunas de las "suspensiones de incredulidad" que demanda el libreto (tales como los equívocos de identidad de que se vale el Burlador), no tiene una propuesta de fondo y pasa por alto las reflexiones posibles que abre la obra, desaprovechando opciones que podrían resaltar su gran vigencia actual -el tema del acoso, por ejemplo-. Sin perjuicio de una cuidada dirección de actores, la acción destaca, sin mucho más, lo giocoso , un tanto a expensas del dramma . Incluso en esta línea simplificadora tiene varias instancias discutibles, como la cena (en el suelo) de Don Giovanni en el desenlace, o la no presencia del Convidado de Piedra en un invisible cementerio. Constant lo aclara en el programa de sala: "Está en la mente de Don Giovanni", aunque no se explica cómo es que Doña Elvira y Leporello lo ven llegar a dicha cena. Sí hay algunos aciertos y eficaces golpes de teatro, como el juramento de venganza con las manos ensangrentadas de Anna y Ottavio, o el descenso a los infiernos de Don Giovanni, convertido en una bien ejecutada acrobacia en tela, escénicamente el punto más alto de esta producción. El relato encuentra apoyo en un atractivo vestuario (Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi) que transporta a los nobles a una época hacia 1860, por momentos encapirotados como para Semana Santa sevillana. Pero la iluminación es muy plana (Jacques Rouveyrollis y Christophe Naillet), y su intensidad resta por momentos credibilidad a las peripecias nocturnas. La escenografía (Roberto Platé), de fealdad sin redención, resulta poco funcional.

La versión elegida por la dirección musical es la generalmente usual, que, mezclando las versiones de Praga y Viena, conserva las dos arias para el tenor, y tras la segunda suprime toda la escena entre Zerlina y Leporello, ciertamente no indispensable. Menos frecuente es hoy el corte, en la escena última, de los anuncios de los personajes sobre sus respectivos futuros tras la muerte de Don Giovanni, para concluir derechamente con la riente moraleja en sexteto. La Orquesta Filarmónica fue dirigida con eficacia por el maestro Pedro-Pablo Prudencio, a menudo con tempi ligeros, que le dieron fluidez a la acción. El coro -reducido- tuvo la calidad que lo caracteriza.

Entre las voces sobresale la Doña Anna de la soprano Oksana Sekerina, por su agilitá , sólida emisión, fácil ascenso al agudo, buena proyección, bello timbre y una línea de canto ricamente matizada. Su "Non mi dir, bell'idol mio" fue musicalmente lo más alto de la función. Frente a ella (y a la orquesta), las posibilidades de proyección vocal de Don Ottavio (Santiago Bürgi) fueron pocas. El joven barítono polaco Daniel Miroslaw tiene el físico del rol, pero todavía tiene que construir su personalidad: la presencia escénica tiene que transitar hacia la naturaleza arrolladora del burlador. La voz es de agradable timbre y limpia, pero requiere crecer en proyección y volumen, y alcanzar un fraseo más matizado. El bajo-barítono chileno Sergio Gallardo fue un entretenido Leporello, de esmerado trabajo actoral y sólido en lo vocal. Excelente la soprano chilena Yaritza Véliz (Zerlina), bien cohesionada con un correcto Masetto (Eleomar Cuello). También notable la Doña Elvira de Pamela Flores, tanto en lo escénico como lo vocal. De imponente figura y vocalmente interesantísimo el Comendador del estadounidense Soloman Howard, a quien para el banquete final bien se lo habría deseado pisando el escenario en vez de hundido en el foso.

El descenso a los infiernos de Don Giovanni, convertido en una bien ejecutada acrobacia en tela, escénicamente es el punto más alto de esta producción.

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