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Una ruta "frugal" en la siempre cara Shanghai

domingo, 22 de abril de 2018

POR Lucas Peterson.
24 horas en 24 ciudades de Chile
El Mercurio

Esta ciudad china es una potencia económica en sí misma, y eso se nota en su cada vez más sofisticada -y costosa- oferta de tiendas, restaurantes y panoramas. Pero también hay maneras de conocerla a fondo, sin quedar en bancarrota. Acá, una manera.



Los superlativos se encuentran por todas partes en Shanghai. Tomé el tren de levitación magnética que salía del aeropuerto internacional de Pudong, entendiendo que se trataba de un tren de alta velocidad. Pero realmente no había asimilado que, gracias a un conjunto de imanes gigantes que hacen que este transporte levite sobre la pista (de ahí el nombre: maglev o magnetic levitation), este no solo era rápido, sino que el tren comercial más rápido del mundo.


Pronto estábamos viajando a través de una borrosa mancha de nuevas urbanizaciones y tierras de cultivo, lanzados a 430 kilómetros por hora para ir desde la costa del Pacífico hasta el corazón de Shanghai. A pesar de llegar gracias a esta forma de transporte de alta tecnología, Shanghai en cierto modo parece una urbe que alcanzó su estatus de modernidad más bien tarde. Ciudades como Beijing y Xian han sido epicentros políticos y comerciales durante siglos.


 En cambio, Shanghai hacia el siglo XIX era apenas un modesto puerto comercial que explotó después de ser "abierto" al mundo por el imperialismo occidental. Lo que se conoció como "la París del Oriente" sentó las bases de lo que es hoy esta ciudad: una potencia económica sin paralelo y una megaurbe de 24 millones de personas. Repleto de marcas de lujo, e invadido por los brillantes Bentleys y Audis, también es increíblemente caro: una especie de kriptonita para un tacaño como yo. Afortunadamente, se pueden pasar aquí unos días golpeando el presupuesto viajero, pero sin necesidad de hacer saltar la banca.


Uno puede comenzar una planificación más frugal por ejemplo instalándose algo más lejos del centro de la ciudad, porque en este último sector hay habitaciones como las del Peninsula que pueden costar 900 dólares la noche. En cambio, me instalé en el Jinjiang Metropolo Hotel Classiq Shanghai, justo al norte del río Huangpu, en Hongkou, y pagué 576 yuanes por noche -aproximadamente 90 dólares-, por una habitación doble "Extreme Sassy" perfectamente cómoda (desde que estuve ahí, el hotel fue rebautizado como Golden Tulip Bund New Asia. Las cosas se mueven rápido en Shanghai).



Después de la veloz carrera a bordo del tren de levitación magnética, llegar hasta este lugar en metro común es como un simple vagabundeo. Aun así, este medio de transporte es relativamente eficiente y definitivamente barato: el viaje solo de ida cuesta mucho menos de un dólar. Y la ubicación del hotel, cerca de Tiantong Road, resulta ideal: uno puede encaminarse directamente al metro o largarse a un breve paseo por el río Suzhou para alcanzar el distrito de Huangpu, lo que permite tener fácil acceso a la línea de metro número 2, que es una de las dos principales vías subterráneas cuyo diseño permite moverse entre el este y el oeste de la ciudad.


También está a solo unos minutos caminando del Bund, que es la famosa zona ribereña donde las antiguas casas bancarias y comerciales europeas contemplan el río flanqueado por los nuevos e imponentes centros financieros de Pudong. 


Quizá por eso mismo, caminar por Shanghai resulta ser toda una aventura. Como se puede esperar de una ciudad de más de 20 millones de habitantes, este lugar es un caos constante y no siempre está bien controlado. Aún así, esquivar sin descanso los otros ríos -los que forman los automóviles y las motos- es bastante factible, y es además una excelente manera de abrir el apetito. Y aunque ya quedó establecido que Shanghai es caro (una rebanada fría de pizza en el Starbucks más grande del mundo cuesta 20 dólares), la auténtica cocina tradicional de la ciudad es un punto a favor de los viajeros más frugales, en la forma de uno de mis tipos favoritos de comida: esos bocadillos hechos de masa rellena, cocinados al vapor, y conocidos como dumplings.


La primera bola de masa que uno posiblemente conozca aquí es el xiao long bao, o soup dumpling, una especialidad regional que ha sido popular durante mucho tiempo en otros países con gran presencia china. Estos bocadillos, generalmente rellenos con carne de cerdo o de cangrejo, tienen "pieles" delicadas, casi translúcidas, pero la masa no es demasiado delgada como para que se rompan, desparramando ese delicioso líquido que contienen.


El primero de muchos grandes xiao long bao provino de Papa Chan's Shanghai Dumplings, un restaurante bastante grande ubicado en Sichuan Middle Road. Hacia el final de la mañana, noté que un grupo de personas se formaba en el vestíbulo y decidí unirme a ellos. Me alegro de haberlo hecho: aunque terminé recibiendo equivocadamente cuatro órdenes de dumplings (1,5 dólar cada una) en lugar de una orden de cuatro dumplings (mi chino está un poco oxidado), estos eran perfectamente pequeños, de un tamaño adecuado, y explotaban dejando escapar una suntuosa sopa con sabor a cerdo. 



Abundan los sitios donde probar dumplings de calidad, y en ese sentido habría que hacer mención especial de Ling Long Fang, por su ambiente informal, atractivo -y algo oscuro- y su excelente xiao long bao (2,5 dólares por docena), cuya preparación se puede ver mientras uno espera.Sin embargo, el verdadero "jugador más valioso" en el mundo de las bolas de masa al vapor en Shanghai es el sheng jian bao.

En un cruce entre los pancitos cocidos, los jiaozi y los dumplings se encuentra el sheng jian bao, que no debe confundirse con el jian bao regular que ya he mencionado varias veces antes. El sheng jian bao se fríe en una sartén poco profunda, luego se cuece al vapor y se remata con un poco de cebollín y semillas de sésamo. 

Se puede probar una ración en Da Hu Chun, que es una tienda de atmósfera cálida y hogareña, con mesas compartidas y donde puede comprar cuatro sheng jian bao rellenos de cerdo por poco más de un dólar. Casi de tan buena calidad como esos son los de Yang's Dumplings, que es una popular cadena donde puede probar los sheng jian bao rellenos con camarones (cuatro por casi 3 dólares). Sin embargo, la mejor opción que encontré fue hacer un recorrido gastronómico matinal, que duraba dos horas y que conseguí a través de Lost Plate, una agencia de toures culinarios (por 48 dólares, incluye comida).


Nuestro guía, Nick, comenzó en Xiahai Miao, un templo budista que además tiene un restaurante vegetariano adyacente (sus Eight Treasure Noodles eran bastante buenos), luego nos llevó a través del antiguo gueto judío, donde vivieron 20 mil refugiados durante la Segunda Guerra Mundial.Serpenteando por los nong tang (callejuelas anticuadas), pasamos frente a unos humildes bloques de departamentos con balcones estilo europeo, para terminar cerca de la intersección de las calles Dongyuhang y Anguo, donde encontré el sheng jian bao de mis sueños en una pequeña tienda. Eran esponjosos en la parte superior, crujientes en la parte inferior y rellenos de un caldo sabroso. Estaban incluidos en el precio del tour, pero si no, hubiesen costado algo menos de 1 dólar las cuatro piezas.

Mientras continuaba fascinado por la comida de Shanghai, me encontraba igualmente encantado con las numerosas opciones históricas, artísticas y musicales que la ciudad tiene para ofrecer. Después de que terminara el tour gastronómico, partí hacia el cercano Museo de Refugiados Judíos (poco más de 3 dólares), que dilucida la historia de esos refugiados en Shanghai, y destaca en particular las vidas de Jakob Rosenfeld, un médico austríaco que luchó junto al Ejército Popular de Liberación, y Ho Feng Shan, un diplomático al que a veces se le llama el "Schindler chino", porque se dedicó a emitir visas en contra de las órdenes que había recibido.


En otros lugares, el M50 Art Industry Park es una gran comunidad artística que se instaló en un complejo de fabricación textil de la época anterior a la guerra. La mayoría de las docenas de galerías que hay aquí permiten que uno navegue libremente -entre ellas se incluye la Galería de Arte Chenglin, sede de las pinturas lúdicas y coloridas de Chenglin Huang-, pero hay algunas que cobran entrada.



 También me detuve en la galería de Bu Bai Liao, quien felizmente me mostró varios de sus retratos inspirados en el rock'n'roll. En eso, Bu me dijo que disfrutaba de M50, pero agregó que la vida en la galería comunitaria tenía una desventaja: "Creo que los artistas necesitan la libertad de comunicarse con otras personas".


Una de las galerías más entretenidas es Island6, hogar del colectivo de arte LiuDao. Este grupo de Shanghai basa mucho de su trabajo en la tecnología que utilizan en sus piezas, con muchas referencias a videojuegos y una inevitable crítica irónica al capitalismo. Había una obra llamada Reino de Cheongsam, donde se veía la pintura de un automóvil clásico superpuesta a un video de una mujer que soplaba el humo LED a través de un cigarrillo.



La Galería M97 en Changping Road era más pequeña, más íntima y gratuita. Me interesó una instalación multimedia macabra, ligeramente inquietante, llamada The Theatre of Apparitions, de Roger Ballen, así como un trabajo que involucraba hermosas capas de caligrafía china y las técnicas tradicionales de revelado de Sun Yanchu.

Otro destino de arte que vale la pena, en el lado sureste del centro de la ciudad, es la Central Eléctrica Estatal de Arte, anteriormente la Planta de Energía Nanshi. La entrada es gratuita, aunque casi 8 dólares adicionales cuesta ver la exposición especial dedicada al colectivo de diseño italiano Superstudio. El concepto de un museo de arte contemporáneo supervisado por el gobierno es intrigante, por decir lo menos, y es interesante ver cómo los artistas chinos navegan los límites de la dura censura. © The New York Times

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