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Cómo se conquistó el Ojos del Salado en bicicleta

domingo, 01 de abril de 2018

POR Sebastián Montalva Wainer.
Reportaje
El Mercurio

El 15 de enero pasado, el italiano Claudio Luchesse logró una auténtica hazaña. Con una bicicleta de montaña común y corriente, fue desde Bahía Inglesa, en el litoral de la Región de Atacama, hasta la cumbre del Ojos del Salado, el volcán más alto del mundo (6.893 metros). ¿Qué lleva a un ciclista aficionado de 51 años a soportar el sufrimiento físico extremo con tal de cumplir un objetivo así? POR Sebastián Montalva Wainer.



Parecía sencillo. Solo eran 22 kilómetros. Y hasta ese momento, Claudio Luchesse ya había pedaleado quince veces más que eso. Así que tenía que lograrlo. Al menos, subir unos 15 kilómetros más. O hasta que sus piernas lo permitieran. Pero, a esas alturas, la dificultad era extrema. Ya no estaba al nivel del mar, como cuatro días antes, cuando había salido en su bicicleta desde Bahía Inglesa con la vista de sus cristalinas aguas. Ahora estaba en el refugio Murray, una antigua hospedería con forma de "A" situada a 4.530 metros de altura: la primera estación para quienes pretenden subir el Ojos del Salado, el volcán más alto del mundo, que tiene 6.893 metros. Y debía alcanzar la segunda estación, el refugio Atacama, un pequeño container a 5.280 metros, altura en la que ya casi no hay organismos vivientes debido a la falta de oxígeno.

"Pero el camino lleno de arenales solo me permitió pedalear dos kilómetros. Luego tuve que cargar la bicicleta al hombro, lo que fue tremendamente cansador. La fatiga era tanta que, en un momento, me puse a llorar de cansancio".

Desde su casa en Verona, Italia, Claudio Luchesse -51 años, 1.90 de estatura, 98 kilos, ciclista aficionado, dueño de un bar, casado con chilena, una hija- dice que nunca más podrá olvidar ese momento. El instante en que se encontró solo y exhausto en la montaña, apenas sosteniendo su bicicleta entre las manos, y comenzó a llorar sin control. Para Luchesse, lo más duro de su reciente hazaña no fue llegar a la cumbre del Ojos del Salado sino precisamente completar ese tramo de 22 kilómetros de arena suelta que separa estos dos refugios en la que es además la segunda cumbre de América después del Aconcagua (6.962 m).

El 15 de enero recién pasado, Luchesse -acompañado por los chilenos Rodrigo Echeverría (49), guía de montaña y socio de Makalu Consultores, y el fotógrafo Ernesto Ortiz (27)- se convirtió en la primera persona en llegar a la cima del Ojos del Salado en bicicleta, y en hacerlo de mar a cordillera. Es decir, subiendo desde 0 a 6.893 metros sobre el nivel del mar en 12 días de expedición. Un registro sin precedentes que Luchesse planeó por dos años, después de haber hecho lo mismo en el cerro El Plomo (5.430 m), la mayor cumbre de Santiago.

Luchesse no es montañista. De hecho, su única experiencia previa en este tipo de alturas fue precisamente esa expedición al Plomo, que completó en el verano de 2016. Entonces salió desde Santiago en bicicleta con una mochila de 20 kilos y llegó a la cumbre en 4 días. "La inspiración me vino al leer una aventura del argentino Mariano Lorefice, quien (en 2002) logró llegar en bicicleta hasta el cráter del volcán Ojos del Salado (a 6.730 metros). Mi objetivo no es alcanzar las cumbres más altas, sino superar mis propios límites, y tenía la curiosidad de conocer la reacción de mi cuerpo sobre seis mil metros. En mi vida de deportista me he dado cuenta de que, más que el límite físico, hay que superar el límite mental. Con la mente puedes lograr cosas imposibles. Si un objetivo es difícil, eso me sirve de motivación para lograrlo".

La idea original de Claudio Luchesse no era subir el Ojos del Salado,sino el Aconcagua, el hito "lógico": es la montaña más alta de América. El problema es que no está permitido hacerlo en bicicleta, lo que obligó al italiano a buscar otro desafío. Fue en ese momento cuando apareció Rodrigo Echeverría, experimentado montañista chileno -ha ido a tres "ochomiles" del Himalaya- y que además es su cuñado: su hermana Anna María está casada con Luchesse.

Echeverría le habló de este gran volcán en Chile, que ya había intentado una vez -sin éxito- y que, para él, era incluso más difícil que el Aconcagua, que ya había subido en cuatro oportunidades. "Si comparamos las rutas normales de ascenso de ambos cerros, son parecidos -explica Echeverría-. Pero el Ojos tiene una parte de escalada al final, como un gateo un poco expuesto. Tienes que estar montado en la roca y poner una cuerda fija. La ruta normal del Aconcagua es como una carretera, porque ya está muy pisada. El Ojos es mucho más salvaje, con piedras grandes y nieve sin consistencia hacia la cumbre".

La otra gran diferencia es la gente que se encuentra en la ruta. Cada año, unas tres mil personas intentan el Aconcagua, mientras que al Ojos del Salado van mucho menos. Aunque no existen estadísticas oficiales, Echeverría estima que de cada 15 montañistas que van al Aconcagua, solo uno va al Ojos.

"Los argentinos hacen bien turismo y el Aconcagua lo venden muy bien. Para mí, el Ojos está subexplotado, siendo que el lugar donde está es fascinante: en esta ruta atraviesas todo el desierto, el salar de Maricunga, tiene atractivos como la Laguna Verde, hay termas. Es un cerro distinto, con mucha arena y dunas, y además es un volcán activo. Pero está botado: mientras para subir el Aconcagua necesitas un permiso que cuesta alrededor 600 dólares, en el Ojos el que llega, agarra. Solo a los extranjeros la Difrol (Dirección Nacional de Fronteras y Límites) les exige un permiso, que se tramita muy fácil y que no tiene costo".

Claudio Luchesse dice que hasta ese momento no conocía el Ojos del Salado, pero que después de estudiarlo en Google Earth e informarse a través de fotos y videos, se dio cuenta de que sí reunía los méritos para ser un gran desafío. "En Europa el Ojos del Salado solo es conocido por apasionados a la montaña y expertos -dice Luchesse-. Pero ahora, después de haber ido, me doy cuenta de que tiene una importancia a nivel mundial. En esta expedición había equipos alemanes, ingleses, españoles, americanos y bolivianos tratando de conquistarlo. Pienso que falta publicitarlo en el mundo del deporte; además que su belleza es única y extraordinaria. Por mi parte, yo lo estoy haciendo acá en Verona, exponiendo en mi bar numerosas fotos de la expedición".

Luchesse, que no vive del deporte, tuvo que completar su entrenamiento entremedio del trabajo en el bar que atiende con su mujer: tres veces a la semana iba al gimnasio; otras tres pedaleaba hasta alturas de casi 2.000 metros cerca de su casa; y los domingos subía cumbres en las Dolomitas, para lo cual debía manejar 200 kilómetros hasta el punto de inicio, habiendo dormido solo tres horas.

Esta rutina la repitió durante todo 2017, aunque en rigor ya estaba acostumbrado: Luchesse es un fanático de la actividad física. Una pasión que, dice, heredó de su abuelo, montañista que trabajaba como guardabosque en los Alpes. Luchesse comenzó de niño: a los 6 años ya hacía trote; a los 12 participaba en carreras de ciclismo, donde logró varios premios. A los 20 se enamoró del gimnasio. A los 40, de la bicicleta de montaña y de carrera. Y así ha seguido hasta hoy.

"Pero subir un cerro de más de seis mil metros es totalmente distinto al ciclismo. No basta solo con conocer la montaña: debes saber de alimentación, medicamentos, aclimatación. En el Ojos, lo que me provocó más dificultad fue la falta de oxígeno y el frío extremo: hubo sensaciones térmicas de menos 30 grados. En Italia me había entrenado en los Alpes, a una altura máxima de 3.330 metros, lo que no era suficiente. Por eso, tuve dificultad durante la aclimatación. Además, con el frío casi se me congelaron las manos en un momento. Solo me salvó la experiencia de Rodrigo, quien en su mochila llevaba un calentador de manos y me pasó unos guantes profesionales".

Arriba de una bicicleta de montaña común y corriente-es decir, de aluminio, solo con suspensión delantera y 11 kilos de peso-, Claudio Luchesse salió desde la playa de Bahía Inglesa el 3 de enero de este año (ver infografía). A su lado, en camioneta, lo iban siguiendo siempre Rodrigo Echeverría y Ernesto Ortiz, quienes cada tanto rellenaban sus dos cantimploras con agua, lo alimentaban en el camino -con barras de cereal, bebidas isotónicas y pastas orientales- y, también, aprovechaban de filmarlo para un documental que preparan sobre la aventura.

La primera escala fue Copiapó, tras 75 kilómetros de pedaleo, en una jornada que duró cerca de siete horas. Al día siguiente, Luchesse remontó 2.100 metros hasta la quebrada San Andrés, en pleno desierto, donde tuvo que soportar 37,5 grados de temperatura: solo una mínima sombra que encontró en una especie de cueva en el camino le dio algo de alivio.

La tercera jornada pedaleó hasta la aduana en el salar de Maricunga, pasando por una empinada cuesta a 4.300 metros. Durmió allí y continuó la ruta hasta el refugio Murray, ya en las faldas del Ojos del Salado, donde la altura realmente comenzó a afectarlo. "En la noche me sentí muy mal por un fuerte dolor de cabeza, debido a la falta de aclimatación", recuerda Luchesse sobre un inconveniente que le costaría cuatro días de retraso en el plan original.

Pero luego vendría lo más duro: llegar pedaleando hasta el refugio Atacama, a 5.280 metros, lo que solo pudo lograr llevando la bicicleta al hombro. A esas alturas ya era imposible pedalear, debido a la arena suelta del terreno. De hecho, los vehículos solo llegan hasta ese punto. De ahí en adelante, el equipo completo tuvo que continuar a pie.

El 12 de enero una fuerte nevazón los obligó a quedarse dos noches más en el refugio Atacama, e incluso puso en duda la continuidad de la expedición. Sin embargo, el clima mejoró el 15 y, esa madrugada, a las dos en punto, comenzó el ataque a la cumbre. Había 24 grados bajo cero.

"Cuando salió el sol, la situación mejoró mucho -cuenta Luchesse-. Casi a 6.800 metros, donde está el cráter de este volcán, vimos la cima, a unos 100 metros de distancia. Ahí comenzó la parte más exigente, debido a la altitud y porque nos esperaba una pared vertical".

Una vez pasado el cráter, llegaron a una especie de canaleta con un filo de roca en la última parte, que se debe escalar antes de la cumbre. Entonces, Luchesse se ató la bicicleta a la espalda -con un sistema de cintas de amarre que habían fabricado en los días anteriores- y, luego, Echeverría le puso un arnés y una cuerda de seguridad para afirmarlo en caso de que llegase a caer.

"El físico estaba comenzando a ceder, pero la mente y mi voluntad por llegar eran más fuertes -continúa Luchesse-. Mi energía disminuía a cada paso, pero al final, tras 11 horas de escalada con la bicicleta sobre mis hombros, finalmente logré tocar la meta del sueño, a 6.893 metros".

Rodrigo Echeverría, quien todo el tiempo iba con Ernesto Ortiz siguiendo el ritmo de Luchesse, recuerda bien ese momento. "Era como ver a Jesucristo con la cruz -dice-. Yo me saco el sombrero por Claudio. Él estaba con la mente puesta completamente en la cumbre. A esa altura te da lo mismo todo: no tomas agua, nada, solo estás dedicado a subir con manos, pies y uñas. Hasta el día de cumbre nunca tuve la certeza de que lo lograría. De hecho, nunca antes se había puesto un arnés. Pero subió, llegó arriba. Yo lo pillé en la cima y estuvimos allí como una hora. Lloré en la cumbre y Claudio también. Estaba muy emocionado. Lo abracé y le dije: 'Claudio, te admiro'. Nunca estuve seguro de que lo lograría. Pero él es un deportista que sabe lo que está haciendo y se entrenó a conciencia".

Tras conquistar el Ojos del Salado y anotar su logro en el libro que se encuentra en la cumbre, el equipo bajó al refugio Tejos, el último antes de la cima, a 5.837 metros, donde pasaron la última noche. Al día siguiente emprendieron el regreso a Copiapó, bajando primero a pie y luego en camioneta, que la habían dejado en el refugio Atacama.

Si bien Luchesse perdió ocho kilos de peso durante la aventura, cuando volvió a Italia notó que se sentía mucho más fuerte que cuando partió. Él dice que su sangre ahora estaba rica en oxígeno. "Después de subir el Ojos del Salado mi felicidad fue inmensa -cuenta Luchesse-. No sabía que había marcado un récord mundial hasta que busqué en Internet y vi que nadie lo había hecho en bicicleta desde el mar hasta la cumbre, con esa diferencia de altura. Ahora descansaré un poco, pero el aventurero siempre quiere seguir con su estilo de vida: ya estoy estudiando ir desde el nivel del mar hasta el Aconcagua. Siempre y cuando me den permiso para entrar con una bicicleta".

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