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"Los puentes de Madison"

Lo que nos gustó (y no) del éxito teatral argentino que llega a Chile

viernes, 23 de marzo de 2018

Magdalena Andrade N., desde Mar del Plata
Reportaje
El Mercurio

Protagonizada por dos actores top de Argentina -Araceli González y Facundo Arana-, y precedida por el cartel de ser un éxito en ese país, el 4 de abril llega al Nescafé de las Artes la versión teatral de la famosa novela que dio pie a la película protagonizada en 1995 por Clint Eastwood y Meryl Streep. Viajamos a Mar del Plata a una de las funciones y a conversar con los protagonistas, y esto es lo que vimos.



Sobre el escenario, Facundo Arana se saca la camisa que lleva puesta, mete las manos en un balde y las pasa por su torso, como si estuviera refrescándose con agua. Varias mujeres en el público -muchas de ellas mayores- gritan. Otras, aplauden. Lo hacen, de hecho, cada vez que el actor argentino de 47 años aparece, con su melena rubia y su voz profunda, en el papel de Robert Kincaid, fotógrafo de la National Geografic que protagoniza "Los puentes de Madison": la novela de 1992 de Robert James Waller, que se hizo famosa en todo el mundo por la cinta que tres años después protagonizaron Clint Eastwood y Meryl Streep, y que ahora tiene una versión teatral con él y la actriz Araceli González.

Cuando termine la función, ya en el camarín, Arana dirá que la escena no es antojadiza, ni para que él se luzca como sex symbol. Esa parte de la historia (que también aparece así en la película) lo que busca retratar es el deseo incómodo que Francesca Johnson (Araceli González), una dueña de casa rural, inmigrante italiana -a la que el personaje de Robert Kincaid se acerca a preguntar por unos puentes que quiere fotografiar-, siente al ver a este hombre con el que vivirá un apasionado romance durante los cuatro siguientes días: un amor que dará vuelta su vida para siempre.

Pero ahora, sobre el escenario, Facundo Arana -muy famoso en Argentina principalmente por su trabajo en TV- es eso: un galán vitoreado cada vez que habla o se mueve.

Son las 21:30 horas del sábado 3 de marzo, y el céntrico Teatro América de Mar del Plata, entre las calles Luro y Corrientes, está abarrotado. Esta es la penúltima función de "Los puentes de Madison" antes de que los actores se tomen un receso y se preparen para presentarse en Chile, en el Teatro Nescafé de las Artes, entre el 4 y el 7 de abril.

Cuando estén aquí, se cumplirá un año desde que estrenaron la obra en Buenos Aires, en el Paseo La Plaza, donde se convirtió en un éxito de taquilla -tanto, que cuando terminen sus presentaciones en Santiago harán una gira por su país-, aunque también ha tenido críticas dispares: mientras que el diario La Nación de Argentina, por ejemplo, la encontró "buena", con una acción que "progresa a buen ritmo", la revista Noticias cuestionó el tono "demasiado descriptivo" del texto, aunque aplaudió el trabajo de Araceli González como Francesca Johnson.

Y es cierto: es ella quien lleva el peso dramático de la historia. Con un delantal de cocina y un vestido blanco que usa durante casi todo el montaje, y parada siempre con las manos puestas en los riñones, la construcción de personaje de la actriz es lo mejor de la obra: una mujer de cuarenta y tantos en los años 60, sensible, resuelta y con opinión, pero que ha visto pasar la vida en su casa de campo, al lado de su marido y de sus dos hijos. Una mujer que ha vivido apaciblemente hasta que se enamora de Robert Kincaid.

-Cuando me propusieron esta obra me dio como un espasmo en el pecho. Me quitó el aire. Son textos que cualquier actor espera -confiesa la actriz Araceli González, también estrella de la TV argentina -muy recordada acá por su participación en la telenovela de 1994 "Nano", donde hacía de muda- sobre el desafío de interpretar a Francesca Johnson, un papel que en el cine hizo Meryl Streep, rol por el que estuvo nominada al Oscar.

Y cuando termine la función, también dirá que la de hoy fue una pasada difícil, porque en todo momento escuchó los comentarios de las personas, sus cuchicheos, sus emociones.

-Acá somos muy conocidos y el feedback que se genera entre el público y nosotros es muy fuerte. Yo no los veo. Los siento. Siento la respiración. Las palabras que dicen de repente, cuando escuchan la historia. "Es verdad", reflexionan. Siento el llanto. Cuando se ríen por nervio. Siento todo.

Araceli González cree que la relación con los espectadores en Chile será distinta, porque acá ellos no son tan famosos como en Argentina.

-Lo que atrae a la gente es el peso de una historia. Una historia universal.

DE LOS GRITOS AL SILENCIO. La primera media hora de "Los puentes de Madison" comienza de forma algo desconcertante. La decisión de su director, Luis "Indio" Romero, de que esta primera parte tuviera un tono de comedia que a veces raya en la caricatura -con los hijos de Francesca (interpretados por Lucrecia Gelardi y Matías Scarvaci) abriendo las cartas que les dejó su madre recién muerta, contándoles de su historia de amor con Robert Kincaid- hace difícil seguir el hilo de la historia.

Sin embargo, el tono cambia cuando la trama deja de lado los accesorios para concentrarse en la historia de amor de Robert y Francesca, con sus pasados, sus presentes y la utopía de un futuro juntos: él, junto a una mujer que ame más que su trabajo como fotógrafo. Ella, junto a un hombre que la saque de la rutina que la ha absorbido por años.

Recién ahí, sobre la sala del Teatro América aparece el silencio.

-Es como que dijeran: "No queremos ni respirar" -dice Araceli González. Y agrega que hoy, en tiempos de inmediatez tecnológica, de WhatsApp y otros medios, se hace inverosímil creer que dos personas enamoradas no se vuelvan a hablar nunca más, como es el caso de Robert y Francesca, quienes dejan de verse porque ella no puede soportar la idea de dejar a su familia para irse con él. Sin embargo, la gente cree. Y aún se emociona.

-Hubo una época en que perdíamos a la gente por no tener la posibilidad de encontrarla. Esta historia entra en una zona mágica, como los cuentos de Disney -dice la actriz, y agrega:

-Una vez se armó un debate sobre este tema con el público, luego de la función. Creo que en una época tan tecnológica, en que la gente no se mira a la cara, esta es una obra que te dice: para, mira lo que está pasando. Mis hijos no entienden que antes los novios se escribían cartas. Yo tuve un novio que se fue a hacer el servicio militar, y durante un año y medio lo único que tuve de él fueron cartas. Y las tengo todas guardadas.

Facundo Arana, por su parte, cree que lo que sume al público en silencio es una reflexión íntima:

-Si no te ha pasado, sabés que te podría pasar. Esta historia toca una fibra íntima, cosas que uno no conversa con nadie, solo las piensa. ¿Quién podría decir que no le pasaría? Esta obra entra en la intimidad de las personas -dice.

La escenografía, que retrata el comedor de la casa de Francesca, y que deja a la imaginación los paseos por el campo y las visitas a los puentes de Madison, es un acierto: ayuda a crear esa intimidad, que se va incrementando a lo largo de las escenas claves del montaje: por ejemplo, cuando Francesca decide irse con Robert para dejar a su familia, y luego, cuando se arrepiente. Por lejos, los pasajes más logrados del montaje y que conmueven al igual que lo hace la película.

De hecho, la única vez que el público vuelve a aplaudir es cuando Robert Kincaid, con la certeza de que Francesca no se irá con él, dice: "En un mundo lleno de ambigüedades, este tipo de certezas se tiene una sola vez en la vida. No importa cuántas vidas le toque transitar".

-Hay mucha gente que dice: "Yo estuve en ese lugar". Y me pregunto si Waller sabía lo que había hecho con esta historia. A ellos se los lleva por adelante un amor que no saben ni describir -cree Facundo Arana, quien se basó en el estudio psicológico de los fotógrafos documentalistas para moldear a su personaje.

-Este era un hombre de la Nat Geo, una persona que tiene el alma endurecida a fuerza de imágenes. Ha visto mucho, y lo que encuentra en esa mujer es algo que no había visto nunca. Ahí se me rompió la cabeza. No necesité saber mucho más -dice.

Donde más se separan película y obra es en el final, que en el filme, además de tener más desarrollo, es mucho más emotivo. En eso, la versión teatral de los "Los puentes de Madison" se queda algo corta.

-Pero la gente se olvida de la película -asegura Araceli González-. El teatro nunca va a transmitir lo que transmite la película. No hay primeros planos de tu mirada, pero sí la palabra, y la actitud sobre el escenario. Quisimos hacer un teatro más puro: nosotros y la palabra. Y eso se logró.

"El teatro nunca va a transmitir lo que transmite la película. No hay primeros planos de tu mirada, pero sí la actitud sobre el escenario. Quisimos hacer un teatro más puro: nosotros y la palabra. Y eso se logró", dice Araceli González.

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