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Revuelo por la boda Real en Inglaterra

La princesa y el tazón

martes, 20 de marzo de 2018

hordas de turistas? con Por Lucía VodanoVic, desde Londres.
Reportaje
El Mercurio

Mientras la pareja formada por el príncipe Harry y la actriz estadounidense Meghan Markle es reflejo de una realeza ?cercana pero no tanto?, el revuelo causado por su próximo matrimonio actúa como una suerte de bálsamo que conecta a los ingleses divididos por el Brexit ?y también a las hordas de turistas? con la identidad british.



El episodio de la serie Netflix The Crown -una ficción basada en hechos verdaderos de la historia de la familia real británica a través de las décadas- que más sirve para explicar la posible atracción que puede tener una boda real como la próxima del príncipe Harry y la actriz estadounidense Meghan Markle se llama Smokes and Mirrors (una expresión inglesa que se utiliza para hablar de pretextos y engaños) y se centra en la coronación de la actual Reina Isabel II, quien ha sido soberana por más de sesenta años. Las voces de dos de los personajes masculinos de la serie explican la cierta fascinación que puede provocar, o no, la monarquía: el villano encarnado por su tío Eduardo -quien abdicó como rey para poder casarse con la actriz divorciada Wallis Simpson- les explica a sus nuevos amigos americanos la compleja teatralidad que mantiene viva a la institución como una perfecta y lejana caricatura, aunque perdió el poder político hace siglos. Felipe -marido de la reina- logra convencerla de que la ceremonia de coronación debe ser televisada en vivo, para que la familia real se vuelva accesible y cercana a toda la gente. Aunque la reina no quiere verse "demasiado" accesible, al final se da cuenta de que puede usar el nuevo medio de la TV para aumentar, no disminuir, la mística de la familia.

Ese "cercano, pero no tanto" es el registro que parece funcionarle mejor a la nueva pareja real: Meghan y Harry. En la obligada entrevista -también televisada- post anuncio del compromiso, confesaron, por ejemplo, que Harry le había propuesto matrimonio mientras cocinaban un roast dinner (de pollo), la misma comida que comen todos los ingleses en la casa o en el pub al menos una vez a la semana; la única diferencia es que su pollo se cocinaba en el horno del cottage que tienen al interior del Kensington Palace.

Meghan Markle ha recurrido a la fórmula probada de mezclar ropa de diseñadores ingleses como Stella McCartney o la única casa de alta costura en el país, Ralph and Russo, con aros dispares y con un chaleco barato de, por ejemplo, la tienda por departamentos Marks and Spencer. Ahora se espera que su boda sea un poco distinta, pero finalmente una versión más dentro del repertorio conocido.

En esta línea, el clásico libro de Daniel Dayan y Elihu Katz "Media Events: The Live Broadcasting of History" disecta, en un tono que el lector nunca está seguro si es irónico o no, la función social de eventos como las coronaciones, los funerales de Estado y las bodas reales, entre otros (la portada de la versión original del libro tiene, de hecho, una imagen de la boda del príncipe Carlos con Diana de Gales). Podría decirse que lo que se discute es una forma de religiosidad laica o civil: la audiencia es "invitada" a participar en un evento que celebra no el conflicto sino la reconciliación y, en ese sentido, cumple una función de cohesión social, como un rito.

Lo que veremos en Londres en un par de meses sería, según la teoría, la forma en la que los británicos se miran a sí mismos y se reconcilian con ser parte del mismo país que el novio y su familia. Cuando la gente saque las mesas a las calles para comer con los vecinos, cuando se prepare sándwiches de pepino con mantequilla en pan de miga y cuando arme fascinadores de cartón (esos elaborados sombreros al estilo Ascot), porque los verdaderos son demasiado caros y solo para los invitados a la ceremonia verdadera. Además, se pueden imitar las mismas formas escultóricas con los de papel.

Un evento mediático como lo imaginan los autores solamente puede existir si las tres partes involucradas -el público, los comunicadores y los organizadores- aceptan con docilidad el significado predecible que ya está escrito de antemano. Sin público no hay evento, por eso el hecho de televisar la coronación de la reina fue tan crucial para la sobrevivencia de la monarquía.

En este caso, Harry y Meghan han avanzado un poco más con el gesto de la invitación: hace un par de semanas anunciaron que convidarían a 2.640 personas 'comunes' al Castillo de Windsor (por ejemplo, estudiantes de los colegios locales, personas activas en algunas de las instituciones de caridad que ellos apoyan...) el día de la boda, a celebrar con ellos y comer un pedazo de torta, pero no desde muy cerca.

Los comunicadores también son necesarios para empezar a hacer lo que hacen siempre: reforzar ideas de identidad nacional y britishness antes, durante y después de la boda, aunque nadie podría describir los valores exactos de esa identidad, aparte de la resiliencia y la valentía demostrada durante la guerra (el típico 'Keep Calm, and Carry On...').

Momento nacionalista

En el Reino Unido no hay día nacional ni de la Independencia, el Mundial de Fútbol no se gana desde 1966 y las relaciones con Escocia e Irlanda del Norte no están en su mejor momento, así es que la boda real parece ser el único momento en que es OK sacar la bandera (como certeramente ha dicho el periodista Jonathan Freedland al escribir sobre la boda en términos de identidad y nacionalismo: el himno nacional no le pide a Dios que salve al Reino Unido, sino que salve solamente a la reina...). Por último, los organizadores son, en este caso, la mismísima The Firm, el nombre que el propio Príncipe Felipe habría inventado para referirse a la familia real y todo el aparataje de asesores, expertos en medios y demases que la acompañan.

La boda, como todo evento mediático imaginado por Dayan and Katz, está obligada a ser 'exitosa' y, por eso mismo, cualquier narrativa opuesta a la predecible debe desaparecer. Hasta el republicano más fanático está obligado a callarse y, francamente, habría que ser muy amargo para no desearle lo mejor a una pareja de novios que parecen estar enamorados (particularmente si el novio tuvo que enterrar a su madre cuando tenía doce años en un evento mediático todavía más numeroso, lo que él mismo ha descrito como un 'infierno' que le costó muchos años de terapia).

Cuando Guillermo se casó con Katherine, por ejemplo, recuerdo la explosión de júbilo cuando ella se baja del auto y se pudo ver que su vestido lo había hecho la casa del incomparable Alexander McQueen; la pregunta de "quién paga" o directamente "por qué tenemos que financiar este lujo con nuestros impuestos", totalmente aceptable en otro contexto -y lo más cerca que se llega a una discusión sobre los posibles problemas de la monarquía, además del hecho de que atenta contra los principios de una sociedad igualitaria- fue abandonada a favor de las comparaciones con el vestido de Grace Kelly y la admiración, bien ganada, por el intricado bordado de la corsetería.

Y lo mismo pasó con todo lo demás.

Con esta boda sí se ha hecho un esfuerzo por presentar las cuentas en forma más clara: ya sabemos que casi todo se pagará con los ingresos personales de la familia -un complejo sistema que considera todo el portafolio de propiedades y tierras que la familia real tiene, pero que entrega al gobierno a cambio de lo cual recibe una subvención, más otras formas de ingreso-, pero que la seguridad, lamentablemente, la pagarán los ingleses con sus impuestos. No importa demasiado, han dicho, ya que el monto probamente se recuperará con creces con la plata que dejen los turistas: algunos de los muchos paquetes anunciados incluyen, por ejemplo, una celebración con picnics y decoraciones tradicionales, un tour por el Palacio de Kensington y un viaje al Castillo de Windsor por cerca de 2.500 dólares, sin pasajes. Más extravagante es la oferta de dos noches en el Arch Hotel por cerca de cinco mil dólares, que también incluye una serie de comidas típicas, un voucher para gastar en el famoso almacén de Fortum and Mason y otra visita al Castillo de Windsor, es decir, un poco como jugar a ser parte de la familia por esos dos días.

Terreno de disputas

Precisamente, el municipio de Windsor y Maidenhead, donde se va a celebrar la boda y donde reside la familia real durante la parte activa del año, ha sido, por el momento, el único territorio de disputas: en enero, el líder del municipio anunció que trataría de remover a las docenas de homeless que mendigan por el lugar a través de multas y otras medidas, como una forma de prepararse para la atención mediática que tendrá el distrito; esa cara de Windsor literalmente no puede salir en la televisión. El mismo líder sobrevivió a un voto político en su contra por esta pésima idea, pero tuvo que retractarse un mes después cuando mucha gente, incluido el gobierno, le hizo ver su inhumanidad y le recordó que los sin casa son personas vulnerables, víctimas y no criminales.

La otra fuente de ingreso para el país es, por supuesto, la mercadería kitsch que genera el evento: se estima que para la boda de William y Kate se gastaron cerca de 222 millones de libras en chucherías de este tipo. Entre todas las cosas, el mug o tazón para el té siempre termina siendo el más icónico, simplemente porque es el único que se puede usar -y de hecho se usa- varias veces al día. Aunque la mercadería barata hecha de imágenes en PhotoShop de la pareja -tazas, poleras y chapitas- ya ha empezado a aparecer en Ebay y otros lugares, la oficial todavía está por llegar: desde 1993 los souvenirs oficiales de los bautizos, aniversarios, cumpleaños importantes, etcétera, han sido producidos por el Royal Collection Trust, empresa que todavía no lanza la colección para esta nueva boda pero que probablemente hará lo mismo que la vez anterior, simplemente con otras caras.

La otra empresa icónica, aunque no oficial, es la de Emma Bridgewater, a la cual se le puede ordenar la pareja de tazones de 'Harry & Megan' en blanco, azul y rojo desde el 19 de abril (pero las fotos ya están disponibles en su pagina web). Las dos empresas hacen cerámica a mano desde la ciudad de Stoke-on-Trent, la cual tuvo su época de gloria en el peak de la industria, pero hoy se encuentra en un ciclo tóxico de pocas oportunidades, apatía, recesión y olvido: casi todas las familias de la ciudad han sido afectadas por la declinación de esta industria, que alguna vez empleó a 70.000 personas y hoy solo a 6.000.

Más recientemente, Stoke-on-Trent se hizo conocida como la capital del Brexit por el alto número de residentes que expresó el descontento con su vida, votando por salirse de la Unión Europea. Muchos habitantes ahora han aparecido en los diarios tratando de combatir, con cierta razón, la imagen de falta de educación que heredaron por el mote de Brexit Capital, pero no es difícil oler un poco de nostalgia por la época en que la cerámica bullía. Cuando la economía nacional se basaba en producción y no en servicios, y las frutillas las recogían los ingleses y no trabajadores temporeros de Europa del Este.

Como Stoke-on-Trent, muchos otros lugares del Reino Unido están de rodillas: el país nunca se ha terminado de recuperar de la crisis financiera del 2008, las divisiones que salieron a la superficie con el Brexit están más patentes que nunca, hay terrorismo, extremismo y austeridad fiscal ("existe luz al otro lado, pero por mientras todavía estamos en la oscuridad, adentro del túnel", dijo hace unos días Philip Hammond, equivalente al ministro de Hacienda). Hay crisis en casi todos los sectores públicos, problemas con Rusia por el reciente envenenamiento de un ex espía en territorio nacional... Hasta el más cínico y descreído británico esperaría que la boda real nos entibie un poquito el corazón, o que al menos les sirva a los trabajadores de la fábrica de cerámicas de Stoke-on-Trent para vender algunos tazones extras. *

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