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Ascanio Cavallo

las luces de la transición

sábado, 13 de enero de 2018

ESTELA CABEZAS A. FOTO SERGIO ALFONSO LÓPEZ DIRECCIÓN DE ARTE MANUEL GODOY
Reportaje
El Mercurio

Dice que Piñera será juzgado por su capacidad de alentar a un sucesor de su mismo bando, que la Concertación hizo lo correcto en su época y que la transición -"un período muy brillante, de gente muy inteligente" - no terminó ahora, sino que en 1998, cuando Pinochet deja el mando del Ejército. Aquí, uno de los comentaristas políticos más importantes del país, quien a 25 años de su publicación acaba de relanzar el libro Los hombres de la transición, repasa su vida periodística y desentraña la nueva era que vive el país.



Hijo único de un almacenero y una dueña de casa, Ascanio Cavallo creció en el barrio Independencia. Su vida ahí transcurría entre el Hipódromo Chile, el estadio Santa Laura y la Plaza Chacabuco. Pero también la hizo alrededor de otro sitio emblemático: el Instituto Nacional.

Dice que no era de los más mateos del colegio, porque a él siempre le pareció más conveniente estar al medio de todo: de las pandillas y de las notas.

-Lo único distinto en mí era que escribía, gané concursos de cuentos. Pero en el resto había que pasar piola, porque eso era, y es, una selva.

Ya mayor se enteró de que su madre había tenido tres hijos de un matrimonio anterior, a los que dejó de ver. Ese capítulo la plasmó en Historia de mi madre muerta, libro que, explica, no era su historia íntima, sino la historia de muchas mujeres en el siglo XX.

De adolescente comenzó a no llegar a su casa. Eran tiempos de toques de queda y militares en la calle.

-Tenía 16 años para el golpe. Me acuerdo bien, ese día llegué a mi casa a las cuatro de la tarde. Mi mamá estaba preocupada. Ella era muy antiallendista. Mis padres tenían un negocio y vivieron en carne propia los rigores de las colas, de la JAP. Ellos eran muy golpistas, pero igual estaban muy asustados porque yo no llegaba.

-¿Simpatizaba con la DC, en aquella época?

-Eso decían algunos, pero no, nunca milité.

Cuando salió del colegio, entró a estudiar Periodismo a la Universidad de Chile.

-Había un clima de temor. Uno se preocupaba mucho de las opiniones que daba, con suerte podías decir algo en grupos muy pequeños de amigos, muy leales, con los cuales podíamos hablar. Pero muy poco.

Tras salir de la universidad, consiguió su primera práctica en Televisión Nacional, pero la dejó a las pocas semanas y le pidió a Abraham Santibáñez, quien había sido su profesor, que lo llevará a trabajar a la revista Hoy. Al llegar, quedó como ayudante de Jaime Moreno Laval e Ignacio González Camus en la cobertura del caso Letelier. Luego pasó a la sección de cultura. Su editor era Guillermo Blanco. Meses después, con 22 años, lo cambiaron a internacional.

-Fue una época muy buena, el dólar estaba muy barato y pude viajar mucho a cubrir procesos increíbles como la Guerra de las Malvinas, la caída de la dictadura argentina, la caída de la dictadura uruguaya.

"La noche de la elección de Alfonsín yo estaba en su casa, porque estaba reporteando de antes, debo haber sido de los primeros en entrevistarlo".

Un día el director de la revista, Emilio Filippi, lo llamó a su oficina. Le informó que él era el nuevo encargado de política.

-Así, sin más. Emilio Filippi era bastante empoderado. Era una autoridad, un gallo de mucho peso, todos le teníamos mucho respeto. Mucho miedo profesional. Y él me dijo: "Mire, estamos teniendo todas las semanas a Gabriel Valdés como fuente. No tenemos nada del régimen militar. Lo que usted tiene que hacer es meterse en el régimen".

Ascanio Cavallo recuerda que le preguntó: "¿Cómo se hace eso?". Él lo miró "con una cara de desprecio infinita, y me dijo, ¿usted no es periodista?, ese es su problema. Así era Filippi, tú sabías que no había nada personal, no te podías sentir, pero era bien devastador".

Era octubre de 1984 y en noviembre el régimen militar decretó estado de sitio. La revista Hoy, junto a otras, quedó bajo censura de Francisco Javier Cuadra, entonces ministro secretario general de Gobierno. Cavallo debía enviarle todas las semanas su crónica. Él, cuenta, le rayaba todo lo que estaba escrito, "excepto mi nombre". No pudo publicar ni un solo artículo suyo durante ese período.

-Pero nunca dejé de escribirlos, por una cuestión de disciplina. Porque uno decía: "¿Y si esta vez me aguantan?". Pero nunca pasó. A veces me dejaban, por ejemplo, un "pero" sin rayar.

Mientras tanto se dedicó a hacerse fuentes en el mundo militar.

-Empecé a conocer militares, oficiales, qué sé yo. Y a entender este mapa que finalmente no era tan impenetrable, que era bastante humano. Ellos hablaban contigo con la condición de no revelar identidad y hablaban harto.

En revista Hoy tenían la costumbre de hacer desayunos donde se invitaba a políticos de izquierda y derecha. Era, dice, una gran manera de reportear.

"En uno de esos desayunos, a eso de las nueve de la mañana, llamaron a la secretaria de Filippi para decirle que la CNI estaba buscando a Loyola, dirigente socialista, de Almeyda en ese tiempo, más puntudo, que estaba en ese desayuno. Por lo tanto, podían llegar a la revista. Entonces acordamos que se fuera a la Vicaría de la Solidaridad, pero eso no era fácil, porque la revista estaba en Providencia y la Vicaría en el centro. Y quien se ofreció a llevarlo fue Andrés Allamand. Dijo: "Conmigo no te van a detener".

A fines de 1986, Cavallo fundó junto a Emilio Filippi el diario La Época, donde primero fue editor general y luego director. Allí vivió el plebiscito, la elección de Patricio Aylwin y la transición a la democracia.

-La transición fue un período muy brillante, de gente muy inteligente, de políticos muy astutos. Yo creo que el país no ha valorado a gente como Boeninger. Hoy no hay un nuevo Boeninger en Chile o me cuesta mucho verlo. Había gente que en persona no era tan simpática, pero era muy inteligente y muy buenos políticos. Gente como Alejandro Foxley, René Cortázar, Eduardo Aninat son como de otra escala. Yo, los últimos años, no he visto políticos así. No digo que no los haya, pero no los he visto. Y por el otro lado, también. Hoy creen que los militares eran todos torturadores, pero había políticos de envergadura como Jorge Ballerino. Gallos como Guillermo Garín, los propios miembros de la Junta, Matthei por ejemplo.

-¿Conoció bien a Jaime Guzmán?

-Sí. No éramos amigos, pero más de alguna vez compartimos un par de botellas de gin. Bueno, también él era de una inteligencia de otra escala. Guzmán, Francisco Bulnes, una camada de gente de derecha, incluso de derecha muy dura, pero muy inteligente.

En 1995, dejó La Época porque hubo un cambio de propiedad, y entró la Iglesia católica.

-Yo quería un diario laico, liberal. Pensaba que íbamos a entrar en la discusión de divorcio y se necesitaba un medio más plural. La primera vez que pidieron que incorporara un sacerdote al consejo de redacción dije, "esto se acabó", y me fui.

Volvió a la revista Hoy, y se quedó ahí hasta que quebró en 1998. Tras eso, Eugenio Tironi lo fue a buscar para que trabajara con él en Tironi y Asociados. Se habían conocido cuando en el gobierno de Aylwin, Tironi se hizo cargo de la Secretaría de Comunicacion y Cultura.

Así inició su vida al otro lado de la vereda.

-Nadie sabe qué hacemos en esta oficina, se corren historias, que asesoramos a políticos. Pero no, nunca hemos asesorado a uno. No como oficina Tironi y Asociados. Tampoco yo en términos personales. Lo hemos discutido, pero siempre terminamos diciendo para qué. Somos una oficina especializada en manejo de crisis.

Ascanio Cavallo es uno de los más agudos investigadores de las bambalinas del poder. Lleva 40 años mirando, viviendo y respirando la historia política de Chile.

-¿Ha cambiado su mirada de la transición 25 años después?

-No, no la he cambiado. La he profundizado. Creo que para lo que se vivía en ese momento, se hizo todo lo correcto. Y también creo que mirando el país hoy, lo que hicieron todos los políticos que enfrentaron la transición fue lo correcto. Y los frenteamplistas que creen que se siguió completamente con el modelo de la dictadura, están equivocados. Este no es el mismo país de esa época. Ha cambiado, se ha ganado en derechos sociales, en la forma en que se organiza Chile. Deberían leer más de historia, aunque les ofenda mucho que se los digan. Pero el mundo político no nació con ellos.

-Ellos han planteado que la transición se terminó ahora que una fuerza política ha cuestionado el modelo que instauró la dictadura, y que fue transada por la Concertación en el retorno a la democracia.

-No estoy de acuerdo. Yo he planteado que la transición se terminó en 1998, porque para mí siempre significó el período de intervención de los militares en política, que eso fue en la dictadura y en el Estado, y eso para mí se terminó el día que Pinochet dejó el mando.

-¿Quién debería escribir la historia de la postransición?

-No lo sé. Es un bonito período el que sigue. Porque el que empecé el 98, termina más o menos el 2010 tal vez, con Piñera. Ocurren varias cosas mágicas el 98: Pinochet preso, crisis asiática, nacen los autoflagelantes, en el gobierno de Frei. Ominami dirigía ese grupo. Además, está la carrera Lagos-Lavín.

"A mí me parece muy interesante: la relación Lagos-Bachelet, me parece que se ha explorado bien poco, porque evidentemente no eran amigos. Después está esto que le pasa a Piñera el primer año con su gabinete, que le va tan mal. Esos también querían refundar y entraron al Estado a decir: 'No, todo acá se hace mal y venimos a hacerlo bien'. La detención de Pinochet, toda una historia. Es muy interesante. Lo que pasó con el Transantiago. Esa es una investigación complicada, porque es muy larga".

-¿Qué piensa de la irrupción del Frente Amplio, tiene alguna equivalencia a lo que fue la Concertación en su momento?

-Hay que esperar un poco, yo no me atrevería a hacer un pronóstico tan inmediato.

"Lo que sí puedo decir del Frente Amplio es que ahí hay talentos políticos nuevos, eso lo firmo. Si van a poder constituir una tercera fuerza o no, eso no lo sabemos, pero hay talento político ahí, hay gente con vocación, con ganas. Y también hay un grupito que tiene un interés frívolo, liviano, y que estará ahí por un tiempito".

-Muchos pensaban que el pinochetismo estaba en retirada, pero con la votación que obtuvo José Antonio Kast se ve que el germen está vivo. ¿Cómo se explica esto?

-El pinochetismo obtuvo el 45 por ciento en el plebiscito del Sí y el No, y esa gente no se ha muerto. En todo caso, no creo que Kast sea el pinochetismo. Y tampoco creo que sea lo mismo que Trump, él es muy católico para eso.

-¿Qué cree que va a ser lo más difícil que enfrentará Piñera?

-Todo será difícil, como siempre. Su principal problema será él mismo, la capacidad que tenga para aumentar (porque algo ya ha hecho en esto) su adaptabilidad ante el cambio social. Y otro problema será si para 2022 habrá alentado el crecimiento de un sucesor de su mismo bando. Por ello será juzgado.

-¿Qué dice la elección de Piñera sobre los principales bloques políticos del país?

-Del Frente Amplio no dice nada, porque no hizo ninguna convocatoria convincente. Más bien algunos de sus dirigentes giraron en la cuenta de las cortesías. De la derecha mostró que tenían una capacidad de movilización que era enteramente desconocida y de la izquierda, bueno, que necesita hacerse la revisión técnica que ha postergado desde 2010.

Ascanio Cavallo recuerda uno de sus episodios más controvertidos: cuando en una columna de opinión en La Tercera, titulada "¿De aquí al 2006?", escribió: "¿En qué porcentaje se podría fijar la posibilidad de que el Presidente Ricardo Lagos no logre llegar al final de su mandato? Esta pregunta, que habría sido impensable hace apenas algunas semanas, ya no es completamente irracional".

-Hasta hoy me sacan eso como si fuera un pecado haberlo escrito. Bueno, eso no se me ocurrió a mí, lo escuché a un grupo muy relevante de políticos que eran del gobierno de Lagos, no de la oposición. Pero eso era así en ese momento, la ministra Chevesich estaba por citar a Lagos, y no había ninguna certeza de que no lo pudiera encargar reo o pedir su desafuero, era tremendo (...). He pensado bastante en eso, porque me lo sacan siempre, pero no lo puedo haber considerado una equivocación, si es algo que escuché. Pero sí creo que a lo mejor querían que lo dijera de esa manera

-¿Fue utilizado?

-No sé, como dice un amigo periodista "yo presto el auto, no sé para qué lo usan". Me dicen eso y veo el estado en que está el juicio, veo lo que hace la ministra, sigo la cadena, pregunto, y me encuentro con que sí, con que puede ser. Lagos Weber sostiene que ahí se paró el juicio.

-¿Cuál es el límite de equivocación que se puede aceptar en un analista político?

-Yo creo que la frontera que no se puede traspasar es la intencionalidad. La intencionalidad de ofender, herir, dañar. A veces uno ofende sin querer. Yo alguna vez supe que el Choclo Délano estaba muy ofendido conmigo porque escribí que nunca había ganado una elección, pero estaba escribiendo un dato.

"No tengo razones para arrepentirme de nada en mi vida profesional. Nunca he injuriado a nadie, nunca he calumniado a nadie".

Cavallo dice que él no ha cambiado tanto en los últimos 25 años desde que escribió Los hombres de la transición. Que tal vez, desde que fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, se preocupa más del lenguaje. También afirma que su relación con los políticos tampoco ha variado mucho, aunque hay una camada de políticos jóvenes a los que conoce menos que aquellos con los que se formó en los 80 y 90.

-Sí, se han jubilado varios, hay un proceso de recambio evidente. Algún día tendré que cambiar yo también.

-¿Qué echa de menos de antes?

-Poco, salvo que yo era más joven. Porque era un Chile pobre, mucho más que ahora. Las oportunidades que tienen los niños ahora ojalá las hubieran tenido los niños de antes.

-Usted no usa twitter ni Facebook, sus opiniones no están en los extremos y no busca provocar a la gente. ¿No se siente parte de otro mundo, uno en el que la mesura y el equilibrio eran más valorados?

-Bueno, yo soy de otra época, si tengo 60 años, no tengo 20. Y, ¿sabes qué?, a mí edad ya no podría cambiar, pero más aun, no quiero cambiar. No me gusta ese mundo vociferante, irreflexivo, penca, donde entra cualquiera. Tengo una vocación más aristocrática, sin serlo por supuesto -dice y se echa a reír.

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