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Un ensayo definitivo

sábado, 13 de enero de 2018

Texto, María Cecilia de Frutos D. Fotografías, Mathias Klotz.
Arquitectura
El Mercurio

El arquitecto Mathias Klotz descubrió este sitio en la isla Coldita, guiado por su afición a navegar por los canales de Chiloé. Y en el proceso de construir una casa para ir con su familia, levantó esta a modo de maqueta, que resultó tan perfecta que se convirtió en un refugio definitivo.



Desde hace diez años que el arquitecto Mathias Klotz navega en velero por los canales de Chiloé, por eso también llevaba un tiempo buscando algo propio en el archipiélago. Pero tenía algunas exigencias sobre cómo debía ser ese sitio; entre ellas, contar con buenas posibilidades de fondeo, bosque nativo, playa y sin vecinos cerca. "Un lugar realmente apartado, pero que a la vez estuviera bien conectado con un puerto de abastecimiento e idealmente cerca del golfo de Corcovado, ya que la navegación es especialmente privilegiada de las Guaitecas al sur". Con la ayuda de su amigo Felipe Vergara, experto en la zona, encontró un terreno que reunía todas estas condiciones en la isla de Coldita, al sur de Quellón.

Ubicado al lado de la isla Laitec, a este lugar se llega solo por agua y en vez de caminos, tiene senderos estrechos, algunas praderas y abunda un bosque nativo maduro. "Como lo mío en la zona son los botes, este lugar lo compré para tener una pata en tierra para mi familia que, a pesar de que navega feliz, después de una semana se les empieza a acabar la paciencia", cuenta Klotz. Entonces pensó en construir una casa para su mujer e hijos, "muy sencilla y esencial"; pero partió por levantar una instalación de faenas. "Aproveché de hacer una especie de maqueta de un fragmento de la casa, en escala uno en uno, que sirviera para alojar a los carpinteros y

que luego me quedara para invitados", explica.

Ese prototipo, de 5,5 por 7,5 metros de planta y casi 8 m de altura, lo emplazó en la playa misma, a 8 metros de la orilla, justo donde habitualmente acampaban antes de construir. "La diseñé sin ninguna pretensión arquitectónica. Me inspiré en los galpones del MAM de Castro y en las casas que dibujan los niños en un cuaderno. Es un único espacio que tiene como programa estar, comedor, cocina, cama y baño en planta baja y un altillo con dos camas arriba".

Pero este finalmente nunca fue alojamiento de los carpinteros, sino que se transformó en un espacio personal: "Mi pequeño refugio que se asoma imprudentemente al mar", dice. Construida en madera y revestida por fuera por lata corrugada negra, esta casita deja a la vista toda su estructura en el interior, "de modo que este esqueleto, que es la parte más linda de las casas de madera, está siempre expuesto". En esta y también en la casa grande -aún en construcción- ha contado con la ayuda de dos maestros chilotes, Pablo Navarrete y Patricio Bustamante, con los que han superado los desafíos y problemas propios de realizar una obra a la que se llega únicamente navegando, desembarcando materiales en las rocas o en la playa. 

 

 

 

 

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