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VARSOVIA CON CHOPIN COMO INSPIRACIÓN

domingo, 19 de noviembre de 2017

POR Lucas Peterson.
Crónica
El Mercurio

Esta capital es centro del culto musical en torno a una de las personalidades polacas más conocidas del mundo: Frédéric Chopin. Las calles de Varsovia guardan su patrimonio, desde salas que recrean sus conciertos hasta el sitio donde quedó -literalmente- su corazón.



Mientras crecía y tomaba clases de piano, me encantaba tocar obras de Chopin. Sus líneas melódicas parecían elevarse sobre un mar de romanticismo ensoñador. Aunque fue adoptado culturalmente por Francia, Frédéric (Fryderyk, en su lengua materna) Chopin era, por supuesto, polaco. Había nacido en un pueblo cerca de Varsovia en 1810, pero la guerra lo obligó a abandonar su tierra a corta edad y nunca fue capaz de volver antes de su muerte a los 39 años.

En Varsovia, el orgullo nacional por su compositor más conocido es profundo. Y mi amor por su música me llevó a esta ciudad, ansioso por saber más de su vida. Pero, con ayuda de algunas conexiones locales, aproveché la visita para lograr una apreciación profunda de una ciudad que a veces es pasada por alto.

"No fotografíes eso, por favor", dijo Malgorzata, mi amable anfitriona polaca, madre de un amigo. Obedecí: dejé de apuntar mi cámara hacia el Palacio de la Cultura y la Ciencia, una impresionante estructura en el centro de la ciudad, que además es el edificio más alto de Polonia. Malgorzata rió y dijo que era broma, aunque yo sabía que había algo de verdad en ese chiste. El edificio -explicó- era ruso, no polaco: "Un regalo de Stalin", dijo luego secamente.

Varsovia, como muchos lugares en Europa del Este, tiene una relación dolorosa con la historia y los poderes vecinos. La influencia rusa (y sus "regalos") es evidente en gran parte de la arquitectura más común y en los bloques de edificios repartidos por la ciudad. El casco antiguo, con sus hermosos colores apagados, es antiguo solo de nombre, pues es fiel reconstrucción del original, casi destruido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial (suba los 150 escalones a la cima del Taras Widokowy para disfrutar de las vistas del casco antiguo; el acesso cuesta 5 zloty, o 1,40 dólares).

Con Malgosia (el apodo de Malgorzata) nos dirigimos a la Filarmónica de  Varsovia para asistir a un concierto nocturno. Este edificio construido originalmente entre 1900 y 1901, fue reconstruido en los 50. Le propuse tomar un Uber, pero dijo que prefería su conocido y tradicional (y más barato) transporte público. Acordamos tomar el autobús y metro, y dejar de lado el vehículo particular. En broma, me reprendió con un "tsk" cuando abrí la aplicación en mi teléfono. Me sentí un derrochador.

Al llegar, me acerqué al mostrador de boletos, planeando pagar unos 25 zloty (7 dólares) por cada asiento, de los más baratos disponibles. "Déjame manejar esto", dijo Malgosia, y comenzó a hablar con una mujer en el vestíbulo que tenía un puñado de boletos y miraba a su alrededor sin rumbo. Regresó un minuto después con dos boletos de casi 13 dólares, mucho mejor ubicados que los que yo planeaba comprar, y que, por alguna razón, le costaron solo 5 dólares en total. La mujer del vestíbulo había comprado boletos con grandes descuentos para un grupo de personas de la tercera edad que no se había presentado, dijo Malgosia, e intentaba venderlos. Me estaba dando una inesperada lección de cómo ser verdaderamente frugal.

El programa del concierto, que incluía presentaciones en piano de Alexandre Tansman y una pieza orquestal de Pawel Klecki, era excelente e incluyó el despliegue magistral del pianista Jonathan Plowright. Durante el intervalo, caminamos sobre el parqué del salón de recepción, que tenía cielos muy altos, admirando bustos de Chopin e Ignacy Jan Paderewski, un prominente compositor y político local que luchó por independizar a Polonia de Alemania a principios del siglo XX. Paderewski era una figura aún más importante que Chopin, dijo Malgosia, "emocional y políticamente hablando".

Luego de la presentación, nos dirigimos a Resort, un bar y cafetería cercano, en la calle Bielanska. Era un lugar animado, que funcionaba hasta las 4 de la mañana los fines de semana y era perfecto para tomar una copa o un aperitivo en un ambiente informal (poco más de 2 dólares los cafés, y cócteles por unos 4 dólares). Disfruté ahí de uno de los mejores té de hierbas que he probado, servido con rodajas de limón, lima y naranja, galletas y unas cuántas especias (además, una pequeña cerveza Tyskie).

La música se hacía escuchar en las calles de Varsovia, y pude comprobarlo muchas veces durante mis paseos por el centro de la ciudad. Los bancos públicos, que cumplen doble función como amplificador y mobiliario urbano, se reparten por toda la ciudad, incluyendo lugares como Plaza Krasinski o el Palacio Saski, la antigua residencia de la familia Chopin, donde reproducen fragmentos de algunos de los famosos nocturnos y polonesas del compositor.

Es otra manera de disfrutar la herencia musical de Chopin que impregna la ciudad. Pero a veces también se puede optar por un enfoque más directo: "Concierto de Chopin hoy a las 6 p.m.", dice una gran pancarta colgada en un edificio de la calle Swietokrzyska. Me detuve un poco antes de la hora de la presentación en la Casa de Música y compré un boleto para esa noche: era un concierto en piano y la entrada costaba 14 dólares.

El entorno era perfecto para un recital más bien íntimo, en un ambiente tipo salón, con unas cuantas mesas donde los espectadores podían tomar té o café, en un ambiente que probablemente se parecía a como originalmente debe haberse escuchado esta música. La protagonista, María Márquez Torres, irrumpió de pronto por la puerta principal cuando apenas pasaban unos minutos de la hora indiciada para el inicio: se quitó el abrigo y tomó su lugar frente al piano. Su entrada apresurada se tradujo luego en una interpretación un tanto descuidada de una polonesa y una balada, pero se adaptó mejor cuando llegó el turno de la Suite Española de Albéniz.

Diferentes artistas van rotando sus presentaciones en la Casa de Música, y el horario cambia con frecuencia: mi experiencia fue entretenida, pero no alcanzó el mismo nivel que tuvo el concierto -más económico- que presencié en la Filarmónica.

El Museo Fryderyk Chopin, a un corto paseo de la Casa de Música, es visita obligada para cualquiera interesado en la vida del compositor. Hay manuscritos, carteles de promoción de conciertos, artículos personales y exhibiciones interactivas (incluyendo algo llamado Twister Muzyczny, que es como un Twister musical) que llevan a los espectadores a un recorrido por casi todas las etapas en la breve vida de Chopin. Para mí, uno de los mejores momentos del recorrido fue cuando quedamos a la vista del último piano de Chopin. Construido en la década de 1840 por Ignace Pleyel, la hermosa estructura de 82 teclas parecía irradiar la energía y tristeza que caracterizan a gran parte de la obra del polaco.

Este museo además tiene una sala entera dedicada a las mujeres en la vida de Chopin (aparentemente, era un hombre popular). Los detalles de sus relaciones con Maria Wodzinska, la cantante de ópera Jenny Lind, Jane Stirling y, por supuesto, George Sand, están todos representados. Lo que encontré particularmente fascinante, sin embargo, fue la exposición que destacaba el amor de Chopin por la ópera. El joven compositor estaba obsesionado con la variante italiana de este género. En particular, con el trabajo de Rossini, y asistió a presentaciones en el Teatro Nacional cada vez que tuvo la oportunidad. Y aunque nunca escribió él mismo una ópera, la adoración de Chopin tiene huellas: el bel canto se refleja con facilidad en sus obras.

Tras dejar el museo, caminé por la Universidad de Música Fryderyk Chopin, donde escuché estudiantes que practicaban con sus instrumentos, acompañando a sus compañeros que cantaban.

El hambre músical y el hambre convencional no son mutuamente excluyentes, y ciertamente pasé una buena cantidad de tiempo en Varsovia buscando buenos platos a pecios razonables. Afortunadamente, la ciudad está repleta de opciones. Prasowy era un limpio y atractivo "bar lácteo", un informal recuerdo de las cafeterías de estilo comunista de los años cincuenta. Su nombre significa "medios" o "prensa", y era, según me dijo Agata -la hija de Malgosia, que me acompañó en este almuerzo-, un sitio popular entre los periodistas de la época.

Por supuesto aquí pedimos el pierogi. En Prasowy hay una variedad de versiones para esta tradicional bola de masa. Mi favorito, el Ruskie, costó solo 1,60 dólares por seis piezas. Agregarle skwarki, o manteca de cerdo frita, por unos centavos extra es muy recomendable, ya que le proporciona una textura crujiente parecida a la del tocino. El borscht ucraniano, una sopa ácida a base de remolacha con porotos verdes y trozos de papa, también resultó bastante bueno (1,70 dólares).

Después, Agata me llevó al Coffee Karma, en Zbawiecela Plaza ("un área hípster", como la denominó ella), donde pidió un café AeroPress y un croissant bastante decente (por 4,20 dólares).

Pero de todos los sitios, el Radio Café posiblemente haya sido mi favorito: un restaurante cálido y amistoso, que servía como club -y honraba el trabajo- de los ex empleados de Radio Free Europe de Munich. En las paredes colgaban caricaturas, viejas fotos de políticos y objetos de recuerdo de la época de la Cortina de Hierro. Me tomé un capuchino (2,80 dólares), aunque también estaba la opción de cenar, con un menú muy completo.

Conocer a Chopin no significa limitarse a esta ciudad. Desde Varsovia basta un viaje de un día para conocer su lugar de nacimiento, Zelazowa Wola, que resulta fácil de encontrar: está a solo unos 35 minutos en tren desde el centro de la capital (5 dólares), seguidos de un corto viaje en bus.

Este otro museo era de espacios más limitados -es en rigor una pequeña y antigua casa-, pero tenía un hermoso parque alrededor, donde se realizan conciertos los fines de semana de verano (la entrada cuesta 6,40 dólares, pero es gratis los miércoles).

En todo caso, el monumento más conmovedor dedicado a la vida del compositor es gratis. Cuando Chopin, quien padeció de una enfermedad crónica la mayor parte de su vida adulta (murió a los 39 años), su cuerpo fue enterrado en el famoso cementerio Père-Lachaise de París. Su corazón, sin embargo, pertenecía a Polonia... literalmente.

Chopin le pidió a su hermana, Ludwika, que devolviera su corazón a su país para que lo enterraran aquí. Ella estuvo de acuerdo y lo sacó de Francia.

Cuando visité la Iglesia de la Santa Cruz, frente a la Universidad de Varsovia, me acerqué a un pilar blanco que tenía una inscripción simple: "Tu Spoczywa Serce Fryderyk Chopina". Es decir, "Aquí descansa el corazón de Frederick Chopin". Un desenlace algo triste, pero profundamente poético para un hombre que fue, verdaderamente, uno de los grandes poetas del teclado.

© The New York Times

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