Gran tarea

sábado, 18 de noviembre de 2017
Texto, Soledad Salgado S. Fotografías, Carla Pinilla G
Patrimonio
El Mercurio

La parroquia Santa Rosa en Lo Barnechea es ejemplo de una reconstrucción que se adecua a los nuevos tiempos, manteniendo viva la tradición de una comunidad. En su interior se recuperó una pintura al fresco -la segunda más grande de Chile-, y en su fachada se replicó el antiguo pórtico barroco de 1930. .

El patio del lugar y una carpa acogieron durante un buen tiempo a los vecinos de Lo Barnechea que asistían a misa, a la parroquia Santa Rosa, templo que acompaña la vida del pueblo desde la década de 1930. Los trabajos de remodelación tomaron más de un año y si implicaron un sacrificio para la comunidad, también significaron una gran satisfacción, porque el resultado no fue menor: 

se recuperó el espíritu original de la iglesia -había sufrido varias intervenciones con el paso de los años-; se amplió para dar cabida a 700 personas sentadas; se crearon nuevas instalaciones como velatorio, bautisterio, salón parroquial y guardería infantil, entre otras; y, quizás uno de los más anhelados logros, la recuperación del enorme mural tras el altar. 
"Al mantenerlo, sienten que aún es su casa", comenta Carlos Fernández, coordinador del comité de traslado del mural, que integraron, entre otros, Eduardo Guzmán, Rodrigo Mujica y Juan Pablo Covarrubias.
Fue monseñor Carlos Ezzati quien reparó en la necesidad de reconstrucción. "No estaba en condiciones de acoger a tanta gente", explica Martín Hurtado, quien lideró el proyecto de arquitectura, luego de que se declarara desierto el concurso al que llamó la parroquia con la venia del arzobispado.

 La comunidad no aceptó ninguna de las propuestas -la mayoría muy ajenas a la imagen original- por cuanto no se rescataban los elementos esenciales como la fachada y el mural. Hurtado, entonces, invitó a algunos de los arquitectos, que habían sido parte del concurso, para que trabajaran en equipo  un nuevo diseño: Samuel Claro, Patricio Schmidt y Cazú Zegers,  y junto al consejo parroquial y el párroco Juan Cristóbal Lira desarrollaron un proyecto participativo que interpretara los deseos de los vecinos. "Hay que recordar que aquí hay cuasimodistas, está el rodeo, la gente es apegada a las tradiciones. Trabajamos con sencillez y austeridad", dice Hurtado.

El proyecto -la ejecución fue dirigida por Gabriel Barros- mantuvo solo el muro que da hacia Raúl Labbé, reforzándolo y recuperando el zócalo de bolones de río, ya que desarrolla una nueva parroquia, de planta cuadrada, con una nave central de marcada verticalidad -18 metros- y dos naves laterales que responden a la altura del muro ya existente. Sin embargo, la tarea tuvo un desafío titánico: conservar el mural, pintado al fresco, que realizó Juan Echeñique posterremoto de 1985. "No había forma de crecer sin sacar el mural", dice Hurtado.

Según explica Fernández, después de analizar diversas posibilidades, la opción más segura era cortarlo en bloques, protegiendo la pintura -la restauradora María Eugenia van de Maele participó en el proceso-, para después volver a instalarlo en la nueva construcción. "Rodrigo Mujica, ingeniero calculista, diseñó unas estructuras para que, al cortar los bloques, no se soltaran los ladrillos. Confinamos las caras y trasladamos los bloques a una bodega, donde se trabajó también en la consolidación de las pinturas", cuenta. No sin antes conseguir la maquinaria adecuada para la tarea. Luego vino el proceso de montar las piezas, con una precisión matemática para hacer calzar las figuras y sellar perfectamente las uniones. Hoy el mural destaca detrás del altar. 

Por fuera el equipo de arquitectura optó por reconstruir el pórtico barroco -fachada de la construcción original de los años 30-, pero con un aire contemporáneo, y replicar esa figura calando el muro en la nueva fachada, ofreciendo un diálogo entre la nave principal y una de las laterales. De esta manera, la parroquia, consagrada a fines de agosto, recupera su esencia y con grandes mejoras para los feligreses.