La conferencia se detiene abruptamente y el público se pone de pie para aplaudir. El Presidente egipcio aparece, rodeado de una decena de guardias, y la moderadora le ofrece la palabra para que comente sobre el tema que esté sobre la mesa: las diferencias culturales, el rol de la mujer, la economía o el desarrollo sustentable. La escena se repite una y otra vez en el Foro Mundial de la Juventud de Sharm el Sheikh, y Abdel Fatah el Sisi, el hombre fuerte de Egipto, está cómodo, porque tiene el diagnóstico claro y la solución en la punta de los dedos. El Sisi, un ex jefe de la inteligencia militar que llegó al poder hace poco más de tres años, tras el derrocamiento del primer Presidente islamista cuando él era comandante en jefe de las FF.AA., quiere ser el líder que le devuelva la gloria al país de los faraones. Para eso, el ex mariscal tiene un plan político (consolidar su poder con una posible reelección el próximo año) y uno económico (centrado en la infraestructura, el desempleo juvenil y la apertura a nuevos mercados), que ya corren por vías paralelas. Aun sin que haya hecho un anuncio oficial, todo indica que El Sisi va a conseguir otro gobierno, porque el Presidente ha logrado movilizar a un electorado fiel que está juntando firmas rápidamente para su candidatura. Pero también, porque la oposición islamista ha quedado en silencio, con muchos de sus líderes encarcelados, acusados de varios delitos por sus acciones dentro y fuera del gobierno. Además, hay activistas prodemocracia y críticos de la administración que han terminado en prisión. Entre las denuncias documentadas por el último informe de la ONG internacional Human Rights Watch, en septiembre, hay casos de presos políticos, de arrestos arbitrarios (estimaciones de varias organizaciones llegan a unos 40 mil detenidos), de torturas, acusaciones de parcialidad política en la justicia y de un excesivo uso de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad, que están suprimiendo libertades civiles. El gobierno rechaza el reporte, así como en marzo rechazó los cuestionamientos del Departamento de Estado de EE.UU. sobre los abusos a los derechos humanos. Figura omnipresente El Sisi en la paleta publicitaria de un hotel en la calle. El Sisi en un cartel que da la bienvenida a los turistas. El Sisi auspicia el foro de jóvenes (que pagan los bancos). El Sisi va a los paneles, a los eventos nocturnos, inicia maratones, ofrece discursos, consejos y entrega premios. El Presidente parece estar en todas partes, en un encuentro de unas 3.200 personas al que él mismo convocó. Es que se está jugando la carta de su legado político. El evento fue coordinado entre funcionarios nerviosos y un equipo de seguridad que involucra a casi todas las fuerzas nacionales: hay soldados en vehículos blindados vigilando en el desierto, policías fuertemente armados, puestos militares de control para camiones, buses y autos, helicópteros que sobrevuelan la ciudad y hasta agentes de civil en las veredas, cada unos 500 metros. Las calles se cierran al paso de su comitiva. Las prevenciones son necesarias, dicen, pero la distancia con el líder se alarga. "Para mí, nuestro principal desafío es enfrentar a los grupos terroristas que vienen aquí desde otros lugares y que nos atacan porque no aceptan nuestro estilo de vida", dice a este diario Osama (27), funcionario de la oficina del Primer Ministro, en una conversación de pasillo, en referencia a los ataques perpetrados por grupos afines al Estado Islámico (EI). Después de las dos revoluciones -cuando cayó Hosni Mubarak, en 2011, y las protestas que llevaron al derrocamiento de Mohamed Mursi, en 2013-, el aumento del terrorismo islámico terminó por dejar en el piso la economía egipcia. Golpe al turismo El golpe de los extremistas al turismo -un sector que es la principal fuente de divisas extranjeras y que representa el 13% del PIB y de los empleos- fue total, especialmente tras el derribo de un avión comercial ruso por el EI en 2015. En Sharm el Sheikh, en la costa del Mar Rojo, varios hoteles quedaron a medio construir y las aerolíneas rusas (responsables por la llegada de miles de turistas) suspendieron todos sus vuelos. Muchas tiendas cerraron y los locales siguen desocupados. En el Bazar El Sherif -que ofrece fragancias egipcias, incluyendo las de Nefertiti y Cleopatra- cuentan que los dueños tuvieron que deshacerse de varias de la decenas de tiendas que tenían repartidas en el país. A eso se sumó un declive del comercio internacional, que ha disminuido los arribos por el Canal de Suez, otra fuente principal de ingresos para Egipto. Pero para el Presidente, ese no es el principal problema. El desafío más serio de Egipto es el crecimiento de la población, que va demasiado rápido y se está convirtiendo en un obstáculo para el desarrollo, advirtió esta semana en Sharm el Sheikh. "En otros países no piensan en si van a poder alimentar a sus hijos, sino qué oportunidades les van a dar. No se trata solo de la comida", comentó El Sisi. Cerca del 65% de los egipcios tiene menos de 35 años y 60% está bajo los 30, de acuerdo con los primeros datos del último censo, realizado este año. Un tercio de los jóvenes no tiene trabajo (el mercado laboral se ha mantenido por años entre 12 y 13%) y la mayoría carece de una buena capacitación que los ayude a construir una mejor vida que la de sus padres. Con una tasa demográfica que avanza al 2,4% según el censo, y una expansión económica de 4,5% (proyectada para este año por el FMI), Egipto no puede acomodar a los nuevos trabajadores en el mercado laboral. Más allá de las causas coyunturales, dice Ibrahim Awad, profesor de la American University en El Cairo, los problemas son arrastrados por "motivos más estructurales", como un déficit presupuestario estatal crónico y una deuda pública que crece constantemente, que dejan un "espacio fiscal muy limitado" para adoptar profundas políticas estatales de desarrollo, mientras que el sector privado tampoco ha tenido las condiciones para lanzar proyectos productivos de envergadura, que permitan crear empleos de calidad. Al final, las labores que se ofrecen no son para trabajadores cualificados, lo que explica la enorme cantidad de profesionales egipcios que dejan el país, probablemente frustrados, en busca de mejores oportunidades. "El problema no es que construyamos una escuela, es encontrar a alguien bueno que pueda administrarla", planteó El Sisi en una de las conferencias del foro, en el que era tan común encontrarse con uno de los egipcios que viven fuera como con los que se quedaron. El plan maestro La respuesta del gobierno es ambiciosa: poner a Egipto entre los 30 países líderes en áreas económicas y sociales, con una estrategia progresiva de desarrollo sustentable. Bautizado "Visión de Egipto 2030", el plan incluye proyectos de infraestructura (carreteras, puentes, la ampliación del Canal de Suez -en el que invirtió US$ 8 billones- y recursos hídricos), el fomento a las pymes, el fortalecimiento del Estado de Derecho y el mejoramiento de todos los indicadores de calidad de vida, que han caído por la crisis económica y de seguridad. El gobierno, además, ya introdujo rápidas y muchas veces dolorosas reformas económicas, entre ellas, la liberalización de la libra egipcia, que hizo subir los precios (la inflación ronda el 30%), justo cuando se recortaron los subsidios a la energía y a los productos alimentarios. "Queda por saber si las medidas de políticas, esencialmente monetarias, pero también fiscal, resultarán en una mejoría económica que genere empleos de buena calidad", sostuvo Awad. Balal Omar, quien participa del Programa de Liderazgo de la Presidencia (un plan para capacitar a jóvenes y darles experiencia real en el gobierno), lo resume de otra forma cuando responde sobre los retos del país: lo principal es "encaminar en el rumbo correcto las capacidades de los jóvenes que ya hicieron dos revoluciones".