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Rosana Caicedo

el equilibrio de una canoísta

martes, 17 de octubre de 2017

Fotografías: Manuel Herrera
Entrevista
El Mercurio

Le tiene miedo al agua y alergia al sol, pero cuando se sube a la canoa se olvida de todo y solo piensa en ganar. Así es la representante más destacada de nuestro país en la categoría junior del canotaje. Ganadora de tres oros en el Sudamericano de abril pasado, tiene 18 años, es colombiana y vive en el Sename. Hoy quiere conseguir la nacionalidad para representar a Chile en grande.



Le tiene miedo al agua. Teme que la escena se repita. Su canoa en la mitad de la laguna Chica de San Pedro de la Paz en Concepción. Las nubes que súbitamente lo cubrieron todo. La lluvia que formó olas. El viento que la hizo perder el equilibrio y volcarse. El remo que no le servía para nada. Las frases que se repetían en la cabeza. Que se acordaran que estaba ahí, sola, sin chaleco salvavidas que pudiera ayudarle a regresar. Su canoa llegando, sin ella, a la orilla. Su pelo hasta las caderas, negro y afro, asomándose en el agua. La lancha que la saca del agua como bulto y la lleva a orilla.

Desde ese accidente, que pasó hace dos años, la canoísta colombiana Rosana Caicedo le tiene miedo al agua. Pero el recuerdo no la paraliza cuando está sobre su embarcación. Ni cuando entrena, ni cuando compite. A los 18 años, se dice a sí misma que es la mejor, que va a ganar.

-Siempre me acuerdo del sacrificio que me significó estar ahí.

Para esa vez aprendía canoa canadiense. Su entrenador en Concepción, el cubano Gualberto Mesa, estaba seguro de que sus ganas llegarían hasta ahí, que después del incidente no regresaría al agua.

Pero, al otro día, con pánico, Rosana Caicedo estaba entrenando. Es el deporte que hoy domina en aguas tranquilas en la modalidad de los doscientos metros, con un récord registrado de 49 segundos en categoría junior. La ha convertido en la más destacada canoísta en su edad y le ha dejado el máximo de sus logros deportivos: tres oros (en bote equipo en quinientos metros, en bote equipo en doscientos y en single doscientos) en el Sudamericano que se hizo en abril, en Colombia, donde le ofrecieron competir por ese país -su país-, pero ella se negó.

Es miércoles y Rosana Caicedo cruza, arriba de su canoa, la laguna Carén, impulsada por un remo de plástico que proyecta sus 1,67 metros de estatura y sus brazos musculosos. Rema descalza. Está acostumbrada. Es la intensidad de su entrenamiento. Ha llegado a remar hasta 16 kilómetros haciendo 30 paleadas por minuto.

El entrenador nacional de la Federación chilena de Canotaje, el cubano Pablo Yera, dice:

-Lo que tiene ella es hambre. Hambre para salir adelante.

Siempre lo hace cuando está navegando: se olvida de todo lo demás. Incluso las veces en las que le ha brotado la alergia al sol que hincha su cara al punto que no la deja ni ver. La enfrenta con medicamentos que le costea la residencia perteneciente al Sename en Concepción, donde vive hace tres años. Ahí algunas de sus compañeras la han confundido por brasilera. Incluso por haitiana. Pero su acento es chileno. Lleva  cuatro años viviendo aquí y  se siente -dice- más chilena que otra cosa. Por eso representa a Chile en canoa. Aunque sin nacionalidad -trámite que, dice, el Seremi de deporte pidió y que está en proceso- y, por eso, sin beca deportiva, estuvo concentrada en el CAR hace unos meses, entrenando por las mañanas en la laguna Carén y por las tardes en el gimnasio. Esto para participar en las modalidades de bote equipo y single en el Campeonato Mundial junior y sub 23 en Rumania en julio pasado, donde consiguió el séptimo lugar y el octavo, respectivamente.

Las competencias en el extranjero son constantes. Hace unos días participó en los Panamericanos específicos en Ecuador. Una antesala de lo que ve ella -y los que la entrenan- como un objetivo posible: llegar a Tokio 2020.

Será la ocasión en la que por primera vez en la historia este deporte pasará a ser olímpico y la razón por la que cada vez hay más competidores.

Pero sin nacionalidad un reglamento internacional le permite a Rosana Caicedo competir solo por podios específicos. Pero no, por ejemplo, en juegos oficiales, como los Odesur, los Panamericanos y Juegos Olímpicos. Esto la frustra porque sabe que es buena.

El entrenador de la Federación Nacional de Canotaje, el cubano Pablo Yera, se lo dice: que a pesar de su corto tiempo, su baja hemoglobina y su cuadro alérgico, tiene proyecciones.

-Se ha ganado su puesto para estar en la selección-dice Pablo Yera.

-Yo me siento una persona afortunada -agrega Rosana Caicedo-. Las cosas me están saliendo como quiero. Este año es el mejor de mi vida.
 
Destino: Chile

En Chile no hay nada que le recuerde a Pereira, la ciudad donde vivió hasta los trece años con su papá, policía de profesión, un hombre hoy de 66 años, quince años mayor que su madre, y sus medio hermanos paternos.

Hasta esa edad solo vio a su madre una vez al año, cuando ella iba a visitarla. La mujer emigró a Chile, después de separarse de su padre, cuando ella tenía 5 años. En ese tiempo, se vino con su hija más grande, Katherine Mosquera, cinco años mayor que Rosana.

Rosana recuerda las visitas que le hacía su madre en Colombia. Los regalos. La moto recargable o la muñeca de Sirenita que una vez le regaló, y que le hicieron pensar que el día que su padre enfermó de un cáncer, la vida que tendría con ella, en Chile, sería mejor.

-No fue cómo esperaba -dice Rosana-. Pensé que iba a irme, estudiar y volver a Colombia.

De la familia que su madre había formado en Chile -de su marido chileno y las hermanas mellizas, diez años menores que ella- se enteró antes tomar el avión rumbo a Concepción.

En 2013, cuando llegó a esa ciudad, no había tantos inmigrantes como hoy. Le costó adaptarse. Rosana Caicedo recuerda que ese año su entorno familiar cambió y un tribunal decidió que era mejor que viviera en una residencia del Sename. Ahí llegó en enero de 2014, donde ya vivía Katherine Mosquera -Katy-, su media hermana mayor, interna años antes.

Consultada por revista Ya, la madre de Rosana Caicedo no quiso dar entrevista para este reportaje.

Para Katy la llegada de su hermana fue difícil.

-Hacía tiempo que no teníamos comunicación. No nos llevábamos bien al principio pero, con el tiempo, mejoró la relación.

Su vida en la residencia no es algo que ella cuente.

Tiene sus razones.

-Todos creen que las personas del Sename somos necesitadas y no. Tengo mis cosas personales. Tengo salud, alimentación y me siento privilegiada en cosas de estudio. Veía a compañeras sin sus útiles porque sus papás no se los podían pagar y yo lo tenía todo. No es como todos piensan. Al principio sentía que ciertas tías estaban contra mí, pero ahora, pensando las cosas mejor, siempre quise hacer lo que a mí me pareciera y ahora sé que no siempre tiene que ser así.

La psicóloga Katalina Labra, directora de la residencia donde vive Rosana, recuerda su proceso de adaptación.

-Cumplía con ir a clases y nada más. Las chicas aquí tenían actividades domésticas, pero ella solo hacía lo que quería hacer. No había mucha empatía.

A fines de 2015, Rosana Caicedo contó lo que le pasaba en Ciudad del Niño, una fundación colaboradora del Sename. La  asistente social Claudia Urrutia, integrante del PIE, un programa de intervención especializada, al que ella había sido derivada desde Tribunales de Familia, decidió ayudarla.

-Ella comentó las ganas que tenía de aprender un deporte- recuerda Claudia Urrutia, quien coordinó su visita al Centro de Deportes y Recreación Náutico de San Pedro de la Paz.

Rosana estaba entusiasmada con aprender un deporte acuático.

-Tenía fibra para el deporte-dice Gualberto Mesa, su entrenador de canotaje en Concepción.

Descubrir un mundo

Rosana Caicedo iba a entrenar solo los fines de semana, pero cuando aprendió a mantener el equilibrio sobre su canoa empezó a ir todas las mañanas.

-Al principio solo observaba -recuerda Claudia Urrutia-. Tenía una desconfianza muy grande del mundo adulto.

Coincidió que las clases en el liceo de niñas de Concepción -donde cursa su escolaridad- se volvieron vespertinas. Hoy, gracias a las facilidades que le ha dado su liceo para terminar el año, podrá compilar dos semestres en uno para competir.

Al inicio en las carreras no le iba tan bien como en los entrenamientos. Rosana Caicedo sabe lo que pasaba: No sabía dosificar la distancia. Y ganaba a todas sus contrincantes hasta poco antes de llegar a la meta, entonces se le acababa la fuerza. Le pasó varias veces. Hasta la competencia preparatoria hacia los Panamericanos, que se hizo en Argentina el año pasado, donde ganó pero fue descalificada por salirse del carril. El viento la llevó. Ahora ella dice:

-Agradezco haber perdido, más ganas me dieron de ganar.

En noviembre pasado vinieron los aciertos: el triunfo en el Campeonato Nacional de Velocidad, los controles selectivos y en abril, los Sudamericanos. Para Gualberto Mesa es buena señal.

-Está pensando en el mundial, quiere estar dentro de las mejores del mundo. El deporte ha sido su válvula de escape. Ha sido parte importante para su desarrollo, donde se ha sentido valorada.

En la residencia ya han visto cambios.

-La veo feliz. Tiene mucha motivación. Siempre me habla del deporte, de lo que hace, de lo que tiene que mejorar -dice Katy, su hermana.

Katalina Labra, directora de la residencia, dice que, en su momento, Rosano no se sintió apoyada.

-Se frustraba mucho. Le acomplejaba vivir en una residencia y ella no quiere que la estigmaticen. Pero, con el tiempo, se ha sentido más comprendida. Es una chica con las cosas claras. Exige sus derechos. Sabe lo que quiere.

A Rosana Caicedo a veces le dan ganas de volver a Pereira, en Colombia, pero no a quedarse. Solo a pasear. Aunque todavía enfermo, su papá sigue viviendo allá y ella le manda videos de las veces en que se ha subido al podio. Su mamá, en Chile, la ha visto remar en algunos entrenamientos, nunca en competencias.

Rosana Caicedo, por ahora, repite que remar es lo que más le gusta en la vida y Chile es el lugar para hacerlo.

Su profesor en Concepción, Gualberto Mesa, comenta que le hace clases con chaleco salvavidas para enfrentarse al que sigue siendo uno de sus miedos: El agua que a veces se enturbia y amenaza con volver a botarla. Dentro de su embarcación sigue siendo todo distinto. Pase lo que pase afuera, ahí el equilibrio no depende de nadie más que de ella.

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