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Con Obama, las relaciones fueron cálidas. Ahora el panorama es incierto:

Descifrar el pensamiento de Trump sobre América Latina

jueves, 12 de octubre de 2017

The Economist
Internacional
El Mercurio

Estados Unidos tiene muchas políticas, y ninguna.



Es un misterio que ha desconcertado a los funcionarios estadounidenses y cubanos por meses. ¿Quién y qué estaba detrás de lo que el Departamento de Estado llama los "ataques de naturaleza desconocida", que provocaron pérdida auditiva y dolores de cabeza a 18 empleados y cuatro cónyuges de la embajada de Estados Unidos en La Habana? Sin respuesta, el 29 de septiembre, el Departamento de Estado anunció que se retiraba al personal de La Habana, salvo el de emergencia. Observando que algunos de los "ataques" ocurrieron en hoteles, también aconsejó a los estadounidenses no visitar Cuba. La semana pasada expulsó a 15 diplomáticos cubanos de Washington.

A pesar de esto, la administración de Donald Trump no contradice la afirmación de Cuba de que no tiene nada que ver con los incidentes. Cuba ha permitido que el FBI investigue. Aun así, el extraño episodio está ayudando a revertir la apertura a Cuba que fue un elemento central en la política latinoamericana de Barack Obama, el predecesor de Trump.

Esto se suma a la dificultad de descifrar el enfoque del Presidente hacia la región. En lugar de una política latinoamericana, el panorama emergente es de una administración que, más que la mayoría, adopta enfoques diferentes hacia diferentes países a instancias de diferentes actores en Washington. Con Obama, especialmente en su segundo mandato, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina fueron más cálidas de lo que habían sido desde mediados de los años 90. Ahora el panorama es más incierto.

Tome Cuba primero. En junio, el señor Trump fue a Miami para promover lo que, de hecho, era solo un modesto retroceso de la política de Obama. Dijo que los estadounidenses podrían viajar a la isla solo en grupos y prohibió las transacciones con las compañías controladas por el ejército. La reacción estadounidense a los misteriosos ataques podría tener mayores consecuencias. La administración tiene el deber de proteger a sus diplomáticos. Pero la advertencia generalizada de viaje parece una reacción exagerada. Si los aseguradores retiran la cobertura de viajes, el golpe a la industria turística cubana y su sector privado naciente podría ser grande. Los líderes latinoamericanos están observando los acontecimientos cautelosamente. Cualquier movimiento para romper relaciones diplomáticas volvería a crear una irritación de larga data para la región.

Marco Rubio, un senador republicano de Florida, que fue rival del señor Trump para la Presidencia, estaba de su lado en Miami. El señor Rubio también ha sido influyente en la política hacia Venezuela. La administración impuso sanciones a una veintena de funcionarios venezolanos, prohibió a su gobierno dictatorial recaudar fondos en Estados Unidos y prohibió a algunos empleados del gobierno viajar allí. Ha consultado a líderes latinoamericanos sobre estas medidas. Pero estos se horrorizaron cuando Trump dijo en agosto que estaba considerando una "opción militar".

Luego está México. El señor Trump sigue siendo extremadamente hostil hacia el vecino del sur de Estados Unidos. Sí, envió equipos de rescate después del terremoto del mes pasado en la Ciudad de México. Pero su primera reacción ante la oferta de ayuda de México después del huracán Harvey fue ignorarlo sin gracia. Su insistencia, para complacer a su base política, en la construcción de un muro entre los dos países y su discurso de romper el Tratado de Libre Comercio de América del Norte son insultos para un país orgulloso. Los optimistas dicen que el muro nunca se materializará y que el Nafta podría lograr una actualización útil. Ninguno de esos resultados es seguro.

Valores compartidos

En cuanto a otras partes de América Latina, las relaciones contarán con "una continuidad algo desigual", dice Juan Gabriel Valdés, embajador de Chile en Washington. Los funcionarios de la Casa Blanca aún hablan de una relación importante, basada en valores compartidos de democracia y libertad. La administración continúa un programa de la era de Obama dirigido a prevenir la violencia y la emigración de Centroamérica, que John Kelly, el jefe de gabinete de Trump, ayudó a elaborar en un puesto anterior. El apoyo para ayudar a Colombia a combatir las drogas e implementar un acuerdo de paz con ex guerrilleros continuará, pero a un nivel reducido. El señor Trump ha reactivado los desacuerdos sobre las drogas, dejando de lado el mantra de sus tres predecesores inmediatos de que los países productores y consumidores deben compartir la responsabilidad del problema.

Varios líderes latinoamericanos dicen que ha desaparecido un sentido de ambición en Washington. Martha Lucía Ramírez, candidata presidencial conservadora en Colombia, ve un "retorno a una agenda pasada", en lugar de planes para avanzar en "prosperidad, educación, ciencia y tecnología". Para México es peor. En otros lugares, la historia del gobierno de Trump puede ser una oportunidad perdida. También hay un riesgo más insidioso. Es que el señor Trump relegitima el nacionalismo populista que está en remisión en gran parte de América Latina. Hablar de valores compartidos podría ser ahogado por un coro de "Mi país primero".

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