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En nueva York

Los sueños rotos de Los dreamers chilenos

martes, 19 de septiembre de 2017

Por Paula lópez Wood, desde Nueva York
Reportaje
El Mercurio

Más de mil 800 jóvenes chilenos llegaron como niños indocumentados a Estados Unidos buscando el sueño americano. Son los dreamers (o soñadores) que, tras la reciente suspensión por el gobierno de Trump del programa conocido como DACA, ahora deben repensar su futuro en un país en el que no eligieron vivir y que los amenaza con una inminente deportación.



Es una mañana de domingo en el tranquilo pueblo de Brentwood, Long Island. La casa de dos pisos, la bandera flameante de Estados Unidos y el garaje ocupado por dos jeep familiares parecen indicar que en la casa de los Olivera Bustos se ha cumplido la promesa del sueño americano. Desde la amplia terraza, Luisa Bustos cosecha porotos chilenos para cocinarlos a un grupo de refugiados que ha llegado de emergencia desde Miami escapando del huracán Irma. En Brentwood vive con su marido, Juan Carlos, y la menor de sus cinco hijos:  Catalina Olivera, de 24 años, la única dreamer de la familia.

Mientras su madre reparte pan amasado, Catalina recuerda su historia. Su familia llegó a Estados Unidos en 1998, proveniente de Conchalí.  "Yo llegué a los cincos años. No tenía conciencia de que era una inmigrante, porque llevaba una vida normal o, al menos, lo que para mí era normal: ir al colegio público, ser girl scout, ir a clases de piano y violín".

La primera vez que Catalina Olivera se dio cuenta de que había pasado toda su infancia como indocumentada fue durante la secundaria, cuando sus compañeros comenzaron a sacar licencia de conducir y a preparar su entrada a la universidad. "Yo pensaba que me iba a tocar a mí, pero no me había dado cuenta de que si bien todos mis hermanos manejaban, ninguno tenía licencia. Sentí frustración, porque todos mis amigos manejaban y yo no podía. Lo mismo cuando mis compañeros empezaron a postular a becas para entrar a la universidad. Nada de eso podía hacer yo. Nada me aseguraba que podría obtener un diploma o un título si seguía indocumentada".

Fue en 2012 cuando el sueño de Catalina Olivera y toda la generación de dreamers se volvió realidad. El programa que había promulgado el ex Presidente Barack Obama para proteger a esos 800 mil jóvenes indocumentados menores de 16 años que llegaron a los Estados Unidos antes de 2007 permitió que desde ese momento fueran personas protegidas de la deportación. También les entregó beneficios como sacar la licencia de conducir, tener un número de Seguro Social, entrar a la universidad y trabajar temporalmente con sus papeles al día. En pocas palabras, llevar una vida normal.

DACA le permitió a Catalina Olivera entrar a una universidad del Estado y pagársela mientras trabajaba en una pizzería argentina. Con los años, su madre pasó de limpiar mansiones a tener su propia tienda de decoración de interiores en Ocean Bay, Long Island. También creó una organización de caridad, donde envía ayuda para cada una de las catástrofes que ocurren en Chile, como el terremoto del 27-F o los incendios en Valparaíso. "De alguna forma, creo que lo hago para devolver a los demás todo lo que he recibido en mi vida", dice Luisa Bustos.

Su hija es menos optimista: "Cuando hablo con mis amigos que son ciudadanos, no pueden entender que lleve más de veinte años aquí y todavía no tenga residencia ni ciudadanía. Pero es que no entienden lo difícil que es. Es cosa de ver cómo hablan de los inmigrantes, como alguien que entra escondido, que venimos a quitarles los trabajos, o como dice Trump, que somos asesinos, que violamos a las mujeres. Y que, al final, no tenemos nada bueno que entregarle a este país. Pero nosotros somos buenas personas. Yo voy a la escuela, soy bilingüe, trabajo, ayudo a la comunidad, he sido voluntaria por años, entonces, ¿por qué no me dan una residencia? Yo no pedí venir aquí, a este país, para vivir todo esto. Yo no le dije a mi mamá: 'por favor, llévame de Chile'. Si pudiera elegir, pediría que no me hubiesen traído nunca, porque no tiene sentido. Es como si no fuera de ninguna parte, de ningún país. En Estados Unidos no me quieren, en Chile no tengo a nadie, y no conozco su cultura. Así me siento. Flotando".
 
Vivir con miedo

La enfermera Camila Riveros, chilena de 28 años, estaba por terminar su turno en la sala de emergencias del Hospital Montefiore, al norte de Nueva York, cuando supo la noticia. Esa tarde del 5 de septiembre, el fiscal general Jeff Sessions anunciaba en una rueda de prensa de quince minutos, que se acababa el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. La orden ejecutiva conocida como "DACA" por sus siglas en inglés (Deffered Action for Children Arrival) le había permitido llevar a Camila Riveros una vida sin tener que sentirse perseguida. Una vida sin miedo a que la deportaran.

La tarde en que el fiscal Jeff Sessions -uno de los miembros del gobierno con posición más dura en inmigración- anunció que el DACA se derogaba, el sueño de Danae Paniagua también se derrumbó. "Nunca pensé que me iba a sentir en un hoyo, sin poder respirar, como en el último año de colegio, cuando vi cómo empezaba un gran muro en mi vida porque no iba a poder estudiar ni trabajar. DACA me quitó ese peso de encima, con él logré sacar mi certificado para ser profesora de español y pude colgar mi diploma. Ahora, todo eso se acabó", dice en su casa de Long Island, donde vive con sus dos hijos y su marido salvadoreño.

Camila Riveros pasó veinte años de su vida indocumentada, por eso, le tiembla la voz al hablar de la suspensión del DACA. "Para mí, ser una dreamer y tener mi DACA significaba no sentirme perseguida, era la posibilidad vivir una vida tranquila, de hacer el deseo del corazón, porque nuestros padres se vinieron para tener mejores oportunidades", cuenta en una entrevista telefónica desde el hospital en el que hace turnos de 16 horas diarias.
 
Soñadores sin raíces

Con la derogación del DACA, el futuro de los dreamers parece suspendido en un limbo que no tiene fácil resolución. DACA les permitía gozar de beneficios como estudiar o tener un permiso de trabajo por dos años, pero había otros asuntos que se dificultaban, como viajar fuera de Estados Unidos, ya que existían altas posibilidades de que les denegaran la entrada a su regreso. Con el tiempo, la angustia a ser deportados se sumó a la impotencia de no saber cuál era su lugar de pertenencia. Por una parte, se sentían de Estados Unidos, el país donde crecieron en calidad de ilegales y con el que se sienten culturalmente identificados; por otra, de Chile, su país natal, lugar del que apenas conservan recuerdos y con el que no sienten arraigo.

"Me acuerdo de Pucón, de la nieve de Los Andes, del faro de La Serena, pero nada más", dice Camila Riveros de sus escasos recuerdos antes de partir para siempre de Chile. Como la mayoría de los padres de dreamers -que llegaron con visas de turista para quedarse indefinidamente-, el padre de Camila comenzó a trabajar en la construcción y su madre, limpiando casas y oficinas. Era el sacrificio para soñar con un futuro luminoso para sus hijos en los Estados Unidos.

"Lo que hizo Trump es simplemente cruel, tenemos tanto que perder, nuestra educación, nuestra vida. Llegué a los ocho años y no salí más de Estados Unidos. No conozco Chile ni su cultura; entonces, ¿a dónde voy a ir? Yo trabajo en una sala de emergencias reviviendo muertos. He dado mi cumpleaños, la Navidad, el día de Acción de Gracias para devolverles el pulso a personas de este país. Entonces, esta noticia me quiebra el alma. Porque no importa cuánto éxito haya tenido, cuántas vidas haya salvado, para este país no es suficiente", dice Camila Riveros.
 
Un golpe más

Durante su campaña presidencial, Donald Trump prometió anular el DACA en cuanto llegara a la Casa Blanca. Tal como recuerda Catalina Olivera, también entonces se refirió a los inmigrantes latinos con palabras como "criminales, violadores y drogadictos". El día de la derogación del DACA, Jeff Sessions habló de este programa como "inconstitucional" y que había que cortarlo porque "les quitaba los trabajos a los americanos".

"DACA fue resultado de muchísimos años de jóvenes organizándose en comunidades por el movimiento del "DreamAct". Solo podían postular los que cumplían con los requisitos educativos y no tenían delitos criminales, pero como fue una orden ejecutiva y no una ley, el Congreso nunca llegó a pasar la legislación para proteger a los soñadores. Por eso, desde que Trump asumió, sabíamos muy bien que el DACA entraba en riesgo", cuenta Yasmine Fhrang, abogada experta en migración de la agrupación de apoyo a inmigrantes "Make the Road", durante una marcha contra la suspensión del DACA en el barrio de Jackson Heights, en Queens, la semana antepasada.

Trump entregó la responsabilidad al Congreso, el único con poder para cambiar el sistema migratorio, para que se hiciera cargo del tema. La decisión del Gobierno no entraría en vigor hasta el 5 de marzo de 2018, dentro de seis meses, período en el que el Congreso tiene que encontrar una solución para regularizar la situación de los jóvenes indocumentados. "Esto significa que hay muchísimas personas a las que les quedan unos pocos meses con DACA, y si lograron renovarlo hace poco, un máximo de dos años. Después de eso, pueden perder su permiso de trabajo, su departamento, pueden perderlo todo. Esto va a tener un efecto increíblemente negativo en la comunidad, porque aunque hay personas que podrán mantener su permiso de trabajo por un tiempo, el impacto psicológico y emocional es inmediato", agrega la abogada.

"Antes del DACA éramos indocumentados, pero ahora, con el gobierno de Trump, perder esta protección significa algo mucho más terrible", cuenta Patricia Morales, dreamer de 35 años que vive sola con su hija de 17 años en Amityville, al norte de Nueva York. Patricia Morales trabaja como administradora de un centro de acupuntura y afirma que eventos como el ocurrido en Charlottesville, Virginia, que enaltecen la ideología de la "Supremacía Blanca", han evidenciado el racismo hacia los inmigrantes. "Siento miedo de ir a comprar a la tienda, siento miedo que cuando termine mi DACA, como el gobierno tiene mis huellas digitales y guarda información de nosotros, lleguen a mi casa a deportarme o a hacerme algo mucho peor", agrega.
 
Un escenario complejo

"Desde que llegamos, tuvimos que hacer cosas especiales para pagar los impuestos, no podíamos ir a Chile a ver a mi abuelo. Si salíamos de vacaciones en auto era con miedo a que nos detuviera la policía, todo porque no teníamos papeles", recuerda Lisette Candia Díaz, de 23 años, quien llegó desde Maipú a los seis años junto a sus padres y sus tres hermanos a vivir a Nueva York.

Lisette Candia Díaz hoy trabaja como asistente de abogado en el barrio de Wall Street, investigando casos sobre migración. Se graduó de Harvard con un pregrado en Estudios Sociales, donde estudió gracias a una beca. "Trabajé, estudié mucho. Mi mamá me decía que la única manera de que yo pudiera estudiar aquí era con beca completa de una universidad privada, porque como éramos ilegales, no podía postular a ninguna ayuda financiera del Estado", dice a revista Ya, mientras hace un alto en su horario de almuerzo.

Antes de la noticia de la suspensión del DACA, sus planes iban por continuar sus estudios para transformarse en una abogada experta en inmigración, pero ahora debe volver a pensar qué hará de aquí a que termine su permiso. Lisette está nerviosa. "Me preocupa mi trabajo, pero sobre todo, me preocupa el escenario que hay detrás de todo esto. Yo veo lo que está ocurriendo con DACA como un juego político, una manipulación de Trump con el Congreso. Trump puede decir, les damos los papeles, pero a cambio, pedir plata para abrir más cárceles para inmigrantes o para procesar gente y deportarla. Las mismas cosas que nos van a ayudar a nosotros, después las pueden usar para deportar a mi mamá o a mi papá. La gente tiene que estar preparada, atenta, organizarse en comunidades. El racismo ha existido siempre, pero estaba escondido y ahora se ha vuelto algo público".

"En Estados Unidos no me quieren, en Chile no tengo a nadie y no conozco su cultura. Así me siento. Flotando", dice Camila Olivera.

"Lo que hizo Trump es simplemente cruel. Llegué a los ocho años. No conozco Chile ni su cultura; entonces, ¿a dónde voy a ir", dice Camila.

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