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"Pompeya": Las cenizas de un sueño colectivo

viernes, 15 de septiembre de 2017

Andrea Jeftanovic
Teatro
El Mercurio

"El humor y la ironía son también los logros de esta puesta en escena".



La problemática travesti en el teatro tiene un referente crucial en "La manzana de Adán", la investigación realizada por la periodista Claudia Donoso y la fotógrafa Paz Errázuriz (Premio Nacional de Fotografía 2017), que fue llevada a escena por Alfredo Castro en el Teatro de la Memoria. La pieza "Pompeya", en cartelera en centro GAM hasta el 30 de septiembre, escrita por Gerardo Oettinger y dirigida por Rodrigo Soto, toma ese referente y suma material testimonial actual y pasado de trabajadoras sexuales travestis, transexuales y transgénero. Además, ambas piezas coinciden en contar con el actor Rodrigo Pérez, en esta ocasión interpretando a Zuzu, la travesti vieja que ha organizado una familia de iguales dedicados al comercio sexual en un apartamento estrecho en el centro de Santiago, donde le reza a la virgen de Pompeya.

A medida que se presentan los personajes, es imposible no recordar a la Manuela, la entrañable travesti protagonista de "El lugar sin límites", escrita en 1966 por José Donoso, que cuestionaba las categorías de género y familia con un tono lúdico e irreverente desde un traje de bailadora de flamenco en un pueblo perdido en el sur de Chile. Y, por supuesto, también reconocemos a los travestis de las crónicas de Pedro Lemebel, quien escribió sobre el personaje de "la loca" arriesgando la vida, y el cuerpo, en una ciudad que la desea y rechaza.

La obra parte con una intriga de suspenso, del género thriller: ¿qué pasó con Kena, que no da noticias hace días? ¿La mataron? ¿Se escapó con un cliente? Las elucubraciones acerca de su destino liberan todo tipo de miedos y prejuicios de acuerdo a las generaciones a las que pertenecen. Esto conecta con la esencia política de la interesante dramaturgia de Oettinger ("Al volcán", "Bello futuro"); por ejemplo, con "La Victoria", obra basada en el testimonio social sobre las mujeres y las ollas comunes.

Zuzu es la antigua transformista, ahora enferma, que recuerda un Chile pre y post golpe, cuando era considerada un artista, había códigos de honor y una utopía colectiva. Las travestis más jóvenes, en cambio, son más individualistas y arribistas. Leila (Gabriel Urzúa) es ultraxenófoba: asegura que Kena fue asesinada por las colombianas y eso le da la excusa para atacar a una. La Beyoncé (Gastón Salgado) sueña con ganar un concurso de talentos y operarse de mujer. Y Lucho (Guilherme Sepúlveda) se viste de hombre para ofrecer tarjetas de saunas por las calles, y enfatiza una y otra vez sus deseos de emprendedor, declarándose proclive a trabajar con travestis colombianos o peruanos, por ser más eficientes.

De este modo, cada una aspira a un paradigma distinto. Zuzu insiste en recuperar cierta conciencia de clase y, por consiguiente, solidaridad, considerando a los nuevos migrantes como sus pares. Leila está desencantada del sistema y solo le interesa sacar de la calle a sus colegas extranjeras que, siente, le arruinan el negocio, y conseguir su droga. Beyoncé es frívola y conservadora.

Sin duda, un punto fuerte de este montaje es la actuación; es un gusto ver en escena a estos actores talentosísimos que perfilan con convicción y particularidad sus estrambóticos roles y son capaces de improvisar e interpelar al público (juego que debería ampliarse en pos de lo provocador). Es el caso con la espectadora de risa estruendosa, sentada delante de mí, que ríe cuando nadie ríe. En un momento la felicitan por no lanzar carcajadas en un momento solemne. Es que la verdad, el humor, la ironía, son también los logros de esta puesta en escena. Gabriel Urzúa, como Leila, destaca por su desplante físico y desparpajo. Es un actor joven pero de mucho oficio, que viene descollando en otras obras ("Piaf", "Bowie"), y cuyo personaje tiene una visión incrédula: "Ahora todos están politizaos, informaos, son veganos, izquierdistas, pero cuando la cosa se pone difícil, todos esos iluminados eligen la plata. La democracia sin pueblo ganó pos loco, esta hueá es una democracia de puros consumidores".

Guilherme Sepúlveda ("Demonios", "Inútiles") está irreconocible en su rol de cafiche y lo hace muy bien; también su personaje pone el dedo en la llaga, por ejemplo, cuando dice "¿Querís más leyes? Soi entera fascista: la ley es pa reprimir chilenos pobres... Como el chileno inmigrante en su propio país. Por eso estamos como estamos. Porque vivimos esperando que nos arreglen las cosas... Tenemos que hacer negocios entre losotros. Un mundo paralelo". Proponer un "mundo paralelo" es una idea sugestiva, porque la figura del travesti, si superamos el estereotipo y la risa fácil, es una categoría que desordena los absolutos. Donoso lo pensó como un "lugar (un infierno) sin límites", y varios críticos literarios han pensado el sujeto travesti, aquel que no abandona su sexo original impostando un cuerpo contradictorio, como un desafío epistemológico a las categorías binarias del pensamiento. Esta reflexión se extraña un poco en la obra, pues es la arista más poderosa de la discusión de la identidad de género como un acto de habla, como un acto diario de reconstrucción e interpretación entre la biología y la cultura. Una identidad que es una inédita síntesis de los significantes masculinos y femeninos, elementos opuestos que conviven con la tensión, despertando incógnitas. Cosa que la escenografía pudo haber inspirado con un tratamiento menos realista.

Al final, la obra retoma el motivo del suspenso y propone un final sorpresivo que se aleja un poco de la visión de sujetos que cruzan la urbe con una libido salvaje o de un sujeto que impone límites peligrosos burlándose de la vigilancia del Estado, el mercado y la ley. Las cenizas finales, como las de la ciudad arrasada por el volcán Vesubio en el 79 d.C, sí apuntan a pensar esta figura como alguien que concentra o representa los lugares agredidos (como los inmigrantes) y dejados de lado por una maquinaria neoliberal que deja cuerpos chamuscados en una ciudad detenida en el tiempo en moldes obsoletos.

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