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Reedición | Introducido por Martí

La vigencia de Whitman en Hispanoamérica

domingo, 27 de agosto de 2017

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

Su Obra escogida permite apreciar la influencia trascendental del poeta estadounidense durante todo el siglo XX. Gravitación que se prolonga hasta hoy.



Humilde, como la hierba, la edición de bolsillo de la Obra escogida, de Walt Whitman (Penguin Clásicos), es una buena nueva, sobre todo en estos lados, porque vuelve a poner al alcance de muchos la traducción de la académica y poetisa chileno-española Concha Zardoya (Valparaíso, 1914 - Madrid, 2004). Su versión apareció hace 50 años y está considerada una de las mejores, junto a la que Borges publicó en 1969. Y eso que traductores no han faltado, incluyendo al chileno Rodolfo Rojo y a los españoles León Felipe y Eduardo Moga, responsable de una edición íntegra, bilingüe, de Hojas de hierba , que supera las 1.500 páginas, pero también los $23.000.

El trabajo de Zardoya constituye una selección de textos bastante amplia, y su uso del vosotros propio del español peninsular no entorpece la lectura, pues se compensa con un estilo llano, rítmico, fluido y exento de casticismos. Pero lo mejor del volumen tal vez sea la magnífica introducción escrita por Edgardo Dobry. El poeta y ensayista argentino sintetiza, en apenas 17 páginas, las razones que explican la vigencia de Whitman. Porque el autor nacido en Long Island el año 1819 no solo es el padre de la moderna poesía norteamericana, sino de la poesía americana, "en sentido continental, no limitado a Estados Unidos", como recuerda Dobry.

Introducido por Martí en las letras hispanoamericanas, Whitman respira en los versos del último Rubén Darío, flota sobre las aguas de Residencia en la tierra , agita la rebelión de las vanguardias de Huidobro a Pablo de Rokha, subyuga en Suiza a un Borges adolescente, promueve la búsqueda de un decir "popular" en los poetas coloquialistas de mediados del siglo XX, con Nicanor Parra a la cabeza, y es redescubierto por Raúl Zurita, quien no duda en llamarlo "camarada nuestro".

"Mi compañero de Manhattan"

La compenetración entre Whitman y su medio fue completa. Era hijo de un carpintero y su tatarabuelo materno había sido un capitán de marina holandés. La casa natal de Long Island era la típica hacienda de campesinos prósperos en esos años: tenían una docena de esclavos negros y, cuando niño, Whitman se acercaba a conversar con ellos, en especial con un viejo liberto llamado Mose, según cuenta Babette Deutsch en la biografía Walt Whitman. Constructor para América (1941). Significativo título, pues contiene la idea, comúnmente aceptada, según la cual el crecimiento de Nueva York, y por extensión de Estados Unidos, fue simultáneo al de la maduración de Whitman como escritor, llamado a transformarse de periodista y escritor a sueldo, en el máximo cantor de su democracia. Whitman es a Estados Unidos lo que Dante a Italia, resumió Ezra Pound.

Uno de los retratos más penetrantes del bardo americano lo escribió Mahfúd Massís, en su ensayo Walt Whitman, el visionario de Long Island (1955). Vale la pena citarlo en extenso, por tratarse de un libro casi desconocido: "Ávido de realidad, buscador de hombres y de sucesos, no es el ente refractario de la soledad, sino que aspira el aroma primario de la vida, con la ansiedad con que sube el cetáceo a la superficie para respirar el aire necesario; se satura de contingencias, de emotividad, de experiencia humana; todos los episodios, sin discriminación, le penetran, con inusitada claridad, sin aturdirlo. Sus sentidos están abiertos, prestos, como una drosera fabulosa, para digerir la materia viva. Extraña máquina de absorción, irrumpe en la realidad, la vence, al incorporarla a sí mismo y al incorporarse a ella; todo ello sin razón ulterior, sin utilitarismo, solo para hartazgo de su pródiga naturaleza, pues el poeta que hay en él está dormido. Pero es una ingestión lenta, de animal paciente y agrario, seguro de su devenir y de su fuerza".

Massís cree que Whitman, a diferencia de sus contemporáneos románticos, se hubiera muerto en una torre de marfil. En efecto, más que un poeta, Whitman es una fuerza viva de la naturaleza. Un río americano, más ancho que el Misisipi y el Amazonas juntos, que inundó numerosas tierras de cultivo. "Su fuerza es tan avasalladora y tan evidente que solo percibimos que es fuerte", escribió Borges en 1929. James Woodall, biógrafo del escritor argentino, dirá que el descubrimiento de Whitman tuvo, hacia 1914, el efecto de una conversión. "Como ocurre en todos los encuentros literarios adolescentes con una nueva voz, creía que el poeta le hablaba directamente a él", escribe Woodall.

En el caso de Whitman, este efecto de identificación es mucho más acentuado, por su inédito empleo de la primera persona. "Yo me celebro y yo me canto", traducirá Borges en 1969. El propio Whitman explica el alcance ecuménico de este "yo" en el fragmento XVII del "Canto a mí mismo": "Estos son, en realidad, los pensamientos de todos los hombres/ en todas las épocas y en todos los países;/ no son originales ni solo míos;/ si no son vuestros también, tanto como míos, no son nada/ o casi nada". Dobry se admira de que el poeta estadounidense haga lo contrario de lo que anuncia en su título, convirtiendo el "sí mismo" en "todos los hombres y mujeres". El "yo" de Whitman "se expande en una proliferación verbal que tiende al infinito y a la integración del lector en el libro", en lo que será una constante de toda la poesía y narrativa americana, desde Gran sertón: Veredas , de Guimaraes Rosa, a Canto general y Zurita .

"Si mi poesía tiene algún significado, es esa tendencia espacial, ilimitada, que no se satisface en una habitación", escribe Neruda en sus memorias. "Yo tenía que ser yo mismo, esforzándome por extenderme como las propias tierras en donde me tocó nacer. Otro poeta de este mismo continente me ayudó en este camino. Me refiero a Walt Whitman, mi compañero de Manhattan".

No es de extrañar que Hojas de hierba gravite con fuerza sobre "Galope muerto", el poema inicial de Residencia en la tierra y su interminable catálogo de objetos disímiles, completado entre 1925 y 1935. Whitman es el único poeta mencionado en Altazor (1931), cuyo protagonista es "aquel que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman", según Huidobro. El poeta estadounidense asoma con fuerza en "Himno al mar" (1919), el primer poema que Borges publicó, aunque luego lo repudiaría porque le recordaba los años en que "trató de ser Walt Whitman".

Por la misma época, Pablo de Rokha le dedica al bardo americano un peculiar homenaje en Los gemidos (1922): "Como un dios que edificase poemas a bofetadas mentales, Walt Whitman está sentado y está parado sobre la majestad de la vida con el entendimiento del corazón en Yanquilandia, la pierna derecha en Pekín y la pierna izquierda en Berlín, todo el cuerpo sobre todo el mundo". El chileno lo imagina jugando póker con los muertos sobre el cielo mientras lo saludan "los mendigos, los parlamentarios, las vacas, el Presidente, los caballos, los obispos, los cocheros, la luna...". Delirante se torna esta enumeración caótica, uno de los recursos predilectos de Whitman, según advierte Dobry en su introducción, donde recuerda que el crítico Leo Spitzer consideraba esta vieja figura retórica, ya presente en las letanías cristianas medievales, el mejor recurso para expresar el "panteísmo sensualista", ya que la diversidad de los elementos catalogados queda absorbida por una unidad superior, que los contiene a todos y los iguala.

Podemos estar seguros de que sin Whitman no hubiera existido "El Aleph", de Borges, al menos en la forma que lo conocemos, ni tampoco el motivo que reitera en sus cuentos el escritor argentino: "Cualquier hombre es todos los hombres". Borges creía también que el lenguaje poético de Whitman, formado a mediados del siglo XIX, era "un idioma contemporáneo" y que pasarían centenares de años antes de que fuera una lengua muerta. En 1969, Nicanor Parra declaraba en una entrevista que leyó al norteamericano en sus "primeras incursiones hacia un lenguaje más democrático y hacia una poesía más de la calle". Por esto, el crítico Niall Binns no duda en incluir a Whitman en el artículo "Parra y sus precursores". El antipoeta lo leyó, sobre todo, entre 1943 y 1945, cuando fue a estudiar Mecánica Avanzada en la Universidad de Brown. Escribió una serie de poemas bajo su influencia, publicados más tarde con el título "Estudios retóricos". Sin embargo, Parra dice que un día, mientras contemplaba su foto, se le reveló el lado flaco del maestro: "Whitman no tenía humor. Era un saco de papas. Entonces me bajé del carro".

Binns concluye a partir de aquel testimonio: "Los poetas fundadores de la América española se buscaban y se encontraban en Whitman. Parra, en cambio, que ha rechazado siempre los proyectos poéticos fundacionales, tuvo que rechazarlo para encontrar su voz". En esto, sin embargo, no hay diferencia con lo que, de acuerdo con Harold Bloom, hicieron Borges y Neruda ("el auténtico heredero de Whitman", llamó al chileno). Inicialmente, los tres fueron discípulos del poeta estadounidense, pero a continuación lo criticaron y, en sus últimas obras, practicaron un singular revisionismo. Manuel Silva Acevedo advierte una fuerte incidencia del poeta norteamericano en "Soliloquio del individuo", texto incluido en Poemas y antipoemas (1954). Treinta y un años después, en 1985, las Hojas de hierba todavía asoman tras las Hojas de Parra , a pesar de la ironía, el escepticismo y una desconfianza en el futuro, que, para Whitman, era todavía el tiempo de la promesa.

La promesa imposible de Whitman

¿Pero cuánto pesa el autor estadounidense entre los poetas chilenos vivos? Consultado por "El Mercurio", el premio nacional de Literatura Manuel Silva Acevedo recuerda: "Fue el primer poeta que me interesó cuando tenía 15 años, en la Academia de Letras del Instituto Nacional. Me atrevería a decir que en mi poemario Día Quinto hay un guiño a Whitman, quien sostuvo: 'Creo que podría marcharme a vivir con los animales, pues/ son tan plácidos y tan sufridos.../ ninguno se muestra descontento ni ganado por la locura/ de poseer cosas' ".

En los poemas zoológicos de Silva Acevedo se cumple, efectivamente, la observación de Massís sobre Whitman: "El hombre, la naturaleza; la naturaleza, el hombre. He aquí sus grandes pasiones. Muchos artistas se refugiaron en la naturaleza para huir de los hombres; busca Whitman ambos elementos, para interrogarlos, para hacer sentir sobre ambos su presencia, humanizando a la naturaleza, y haciendo sentir a los hombres, a través de su verso pasmoso, poderosos y telúricos efluvios".

Juan Carreño (1986), autor de los libros Compro fierro y Bomba bencina , rescata la capacidad de Whitman para nunca dar por terminado su libro. Si la primera edición de Hojas de hierba (1855) contenía apenas 12 poemas y no alcanzaba las cien páginas, en las sucesivas ediciones "iría creciendo como un árbol", según la expresión de Dobry. Una idea moderna, sin duda, mucho más orgánica de la obra literaria. "¿Sabes lo que siempre me llamó la atención de Whitman?", dice Carreño. "El hecho de editar varias veces el mismo libro con cada publicación, el no casarse estrictamente con lo publicado; observar esa vertiente maleable del lenguaje me sirvió mucho cuando adolescente, y el hecho de que Gonzalo Millán, con La ciudad , hiciera lo mismo, siempre lo consideré fundamental al momento de enfrentarse al acto creativo".

Finalmente, Raúl Zurita, el más directo heredero de Whitman en la actual poesía chilena, escribió el breve pero agudo ensayo "Walt Whitman, camarada nuestro" (2000), recogido este año en Verás (Ediciones Biblioteca Nacional). A partir de los célebres versos "Camarada, esto no es un libro./ Quien lo toca, toca un hombre", escritos por el autor estadounidense, Zurita comenta la imposibilidad absoluta de la bella promesa whitmaniana. "Porque efectivamente los muertos viven en nosotros, mejor dicho, vuelven a vivir en nosotros y cada uno es el puerto de llegada de un tránsito que inexorable se cumple, pero se cumple a costa de darnos cuenta de que aunque tengamos vestigios, aunque recordemos el gesto exacto de un rostro ya ido, incluso aunque queden las esquirlas del poema, ese ser no está".

El poeta chileno concede que, en este sentido, Hojas de hierba es "el más profundo y vasto poema que la literatura norteamericana le ha entregado a la deriva humana", pero la resurrección que menciona es impracticable. "Te amo, me repito entonces, pero mi amor no sirve. Es eso; al musitar en voz baja esos versos que dicen precisamente que no son versos sino un cuerpo vivo, como en una paradoja burlona, lo que hacemos es sepultar ese cuerpo, agregarle otro sepulcro más al peso de esa infinidad de tumbas, de infinitas miradas, de ojos y de amores muertos, bajo los que el autor de Hojas de hierba yace".

Aunque triste, es un gran epitafio para Walt Whitman.

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