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GANGES

Un viaje para morir sonriendo

domingo, 20 de agosto de 2017

TEXTO Y FOTOS: Luis Alberto Ganderats, DESDE INDIA.
Crónica
El Mercurio

Hasta 70 millones de fieles han llegado a la fiesta mayor del valle del Ganges, el Kumbh Mela, que este enero se repetirá en su versión menos masiva de Allahabad. La ciudad sagrada, Varanasi, vive su propio mini Kumbh Mela todos los días. ¿Qué hay detrás?



Ya no está pareciendo una simple casualidad. Hace poco asistí a un matrimonio hindú en Delhi, y quienes acompañaban al novio por la calle formaban un coro cargado de alegría. Ahora sigo la angarilla donde otros hindúes, aquí en Varanasi, llevan el cuerpo inerte de un abuelo, tal vez todavía tibio, para convertirlo en ceniza a orillas del Ganges. Y su canto no parece menos alegre.

Ellos tienen su explicación:

"Como el hombre deja los vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el espíritu abandona las cuerpos viejos y se interna en los nuevos. No debes llorar por él. En todo ser que nace hay muerte cierta, y en todo el que muere, nacimiento cierto. Siendo esto inevitable, no debes sentir tristeza".

Esta es la verdad absoluta para ellos. Pero no es verdad casi todo lo que nos dicen los libros y las tradiciones respecto del río Ganges. Tampoco lo de su ciudad milenaria, Benarés, encallada por más de dos mil años en sus orillas, que se llama Varanasi desde hace 60 años. Basta pasear por ella para saber que el río y la ciudad viven en el mundo de los mitos, de las leyendas, de las creencias que se repiten sin descanso y habitualmente sin verdad histórica. Pero ahora que la recorro, pienso que ojalá todo ser humano pudiera venir un día al Ganges y a Varanasi. No para tratar de entenderlos.

Solo para sentirlos.

Lo que se experimenta en medio de la multitud hace que nos encojamos como queriendo la protección del útero, pero al presenciar tanta fe terminamos con más esperanza en el género humano, algo que rara vez nos ocurre en Occidente.

Claves de fe y miseria

Tal vez no hay en el mundo una ciudad más sobrecogedora, y no digo algo que millones de seres humanos no hayan sentido antes. Hasta el más escéptico frente a la capacidad espiritual del Hombre titubea en Varanasi. Esa primera vez que estuve aquí era pura multitud. No había espacio para nada ni nadie. A orillas del mismo río, pero en la ciudad de Allahabad, muchos millones de peregrinos se habían reunido para celebrar una de las mayores ceremonias colectivas del planeta, el Kumbh Mela, que en una de sus versiones breves se repite por estos días en otras ciudades del valle del Ganges.

Aquella vez, muchos de los que celebraran en Allahabad se las habían arreglado para llegar también a Varanasi (casi vecinas, como Santiago de  Valparaíso). Traían las cenizas de sus muertos para depositarlos en el río, y así ayudarles a alcanzar un paraíso eterno. Miles de hombres desnudos -vestidos de aire, como dicen los jainistas- llevaban en sus manos las cenizas de quienes deseaban salvar del dolor.  Y se entiende: en otras latitudes la vida "es dura, pero no dura". Aquí, entre los hinduistas, es dura, pero dura demasiado: un sinfin de reencarnaciones.

Otros siguieron llegando ese día a Varanasi -como miles- a cumplir un mandato religioso: sumergirse en las aguas del Ganges con la certeza de hacer lo mejor para su vida eterna. Realizar abluciones -purificación ritual- y beber su agua pestilente, ya casi sin oxígeno, pero para ellos sagrada. "Esa agua no la tocaría ni con un palo", dice a mi lado una señora. Le encuentro razón.

"Lo que vemos ocurre por ignorancia", pensarán los que nunca olvidan que en la India hay unos 400 millones de analfabetos. Pero olvidan que las mismas rutinas de fe que ahora vemos las practican sabios y doctores, pobres y ricos. ¿Por qué lo hacen? Si no buscamos una respuesta a través de la fe, habría que retroceder mucho en el tiempo para acercarse a una improbable explicación histórica y sociológica (aventura que por ahora nos ahorraremos).

Estamos acostumbrados a repetir que India es símbolo de pobreza, como Europa es de riqueza. Pero hace apenas tres siglos, o menos, la situación era al revés. Mientras buena parte de Europa vivía azotada por las hambrunas, las guerras y el fanatismo religioso, en este valle del Ganges, con tres cosechas anuales, se vivía en la abundancia y en un riquísimo escenario cultural. Mucho ha corrido el Ganges desde entonces, y no hay una sola causa que explique por qué la India de hoy, debido a la pobreza de tantos, sea un territorio temido por muchos turistas. La causa más notoria es, sin embargo, que la explotación de gran parte del país fue entregada por la Corona Británica a una sociedad comercial privada en 1599. Tuvo ejército propio con un cuarto de millón de soldados. Una quinta parte de la población mundial llegó a estar bajo esa autoridad mercantil extranjera, que por sus abusos enfrentó guerras y motines.

Por eso, desde el siglo XIX la India debió pasar a depender directamente de la Corona, situación colonial que duró hasta después de la Segunda Guerra Mundial (1947). Más de tres siglos bajo la explotación británica no pueden considerarse anécdota cuando se habla de la pobreza de la India. Por largo tiempo, en muchas regiones se dejó de sembrar lo que alimentaba a la gente, para abastecer al Imperio de algodón, té o índigo. Las hambrunas de entonces -con millones de muertos- son parte de la historia negra de la Humanidad. La Revolución Industrial inglesa -ya lo sabemos- fue costeada por la India y el resto de esas colonias.

Quienes argumentan que la pobreza de hoy se debe al exceso de población se hallan lejos de la verdad. La densidad de habitantes del Reino Unido casi duplica a la de India. "Igual no iría ni amarrado", suelen decirme buenos viajeros chilenos, cuando me escuchan hablar con entusiasmo de un país que tiene mil caras apasionantes.

Sabemos que en la India y el Medio Oriente nacieron todas las religiones que han modelado la historia espiritual de la Humanidad. Eso sería suficiente como para mirar a este país con vivo interés, sin miedo, porque puede ser considerada reserva espiritual universal y ejemplo de convivencia religiosa en gran parte de su historia. Pero ¿qué ocurre? Es que la ignorancia no se expresa solo en esos 400 millones de analfabetos indios, sino también en cientos de millones de europeos y americanos que prefieren reducir a la India a una caricatura.

El periodista y escritor viajero Ryszard Kapuscinski -con quien tuve la suerte de compartir torrentes de café y sueños de vagancia- salió por primera vez de su Polonia natal para ir a la India y luego confesar: "Aquel encuentro extraordinario y fascinante fue a la vez una lección de humildad. Regresé con sentimiento de vergüenza por mi falta de conocimientos, por la insuficiencia de mis lecturas, por mi ignorancia".

Reunión de 70 millones

Kapuscinski se habrá asombrado si pudo ver la muchedumbre del Kumbh Mela. Cada doce años, nos dice un cronista, se estremece la India entera. Los pueblos se agitan, los monasterios se vacían. Para ir a Allahabad, de las cuevas del Himalaya descienden ermitaños desnudos cubiertos de cenizas; otros parten de la costa malabar, cerca de Sri Lanka; del golfo de Bengala, donde muere el Ganges, de la cordillera de Vindhya, que divide a la India en Norte y Sur, y del desierto del Thar... De cada rincón avanzan carros de toda clase, comitivas de monjes, grupos de indigentes, muchedumbres de leprosos, séquitos de rajás, palanquines abarrotados de mujeres ocultas por cortinas blancas, trenes repletos. Una muchedumbre hambrienta de esperanza. Hay cuatro millones de shadus o santones esparcidos por la India. Muchos llegan al Kumbh Mela como abejas al panal. Ellos le dan vida. En él predican hinduistas, budistas, jainistas, musulmanes. Hasta cristianos lo hacían en el siglo XIX.  Y tal vez ahora mismo. La celebración es también una desmesurada feria de comercio. Pero manda lo espiritual: los moribundos que llegan a terminar sus días saben que el propio dios Shiva llegó hasta aquí por un soplo de viento, y ahora se encarga de hablarles al oído prometiéndoles el fin de las miserias terrenales. Por eso, en Varanasi se advierte contento y no pesar por los moribundos.

Sanos, aunque ciertamente imperfectos, se ve la mayoría de los seres que llega. Repletan las escaleras que bajan hasta el río, los ghats, para limpiarse de culpas y calamidades. Las 80 ghats que vemos dan un enorme atractivo urbano a las orillas del Ganges. La mayor parte sirve para esos baños de limpieza y arrepentimiento. Media docena se destina habitualmente para cremar con fuego cuerpos de difuntos. Funciona además un crematorio eléctrico para reducir los cuerpos de los que no tuvieron dinero para comprar leña. En ambos crematorios no vemos escenas de dolor.

Por estos días de julio en nuestro calendario gregoriano, el mes de sravana -cuando el Sol y la Luna están en Cáncer, y Júpiter en Escorpio-, se celebra un breve Kumbh Mela cerca de Calcuta o Kalkata, en la ciudad de Nasik. Y un mini Kumbh Mela se repite año a año a 114 kilómetros de aquí, en Allahabad, donde el Ganges se junta con el Yamuna y con el Saraswati, un río que no existe (los hindúes "saben" que en alguna parte se encuentra). Y cada tres años un Kumbh Mela masivo se repite, por turnos, en cuatro ciudades del país en fechas determinadas por los astros. Este ciclo dura en total doce años, ya que durante doce años ("doce días y noches divinas") demonios y dioses combatieron por el control de un jarro que contenía el llamado "néctar de la inmortalidad", el amrita. En el fragor del combate, cuatro gotas cayeron sobre cuatro lugares, hoy ciudades donde se celebra el Kumbh Mela: Allahabad, Nasik, Ujjain y Haridwar. A ellas llegan los creyentes para sumergirse justo cuando el agua de sus ríos se convierte
otra vez en néctar de la inmortalidad. Están seguros que hacerlo limpiará de todos sus pecados a ellos y a 88 generaciones de antepasados.

Me advierte un asceta o sadhu: nadie de los que habitan su actual cuerpo podrá ir a la fiesta mayor del Kumbh Mela, que él llama Maha Kumbh Mela: se celebrará en la misma Allahabad dentro de... 133 años.  A la versión anterior, del 2001, llegaron 70 millones de personas. Se repite cada 144 años.

Nadie que se conforme con experimentar un mini Kumbh Mela deberá esperar tanto. Este 2 de enero será el día sagrado en Allahabad, con el correspondiente baño purificador en el néctar de la inmortalidad. Ya se empiezan a organizar visitas colectivas de viajeros que presenciarán y fotografiarán dicho suceso. El viaje incluye encuentros en la vecina Varanasi y otras ciudades del Ganges.

Ver lo que no se ve

Varanasi no es lo que puede parecer a primera vista: una ciudad solo para morir o para acortar las miserias de muchas vidas. Veamos lo que un viajero apresurado tal vez no ve.  Tiene tres universidades, numerosos colegios de distintos credos; una milenaria tradición en música, danza, filosofía, artes y letras. Sobresalen muchos templos notables, con sus características torres en forma de cono que nuestro acompañante beranesí pronuncia shikhhara. La moderna catedral católica de Santa María. También sobresalen los minaretes -faros antiguos de los caminantes- desde donde el muecín llama cinco veces cada día a la oración o a concurrir a las mezquitas. Si hay mezquitas, no pueden faltar aquí palacios de maharajás, aunque el actual Maharajá de Varanasi se dice descendiente de dioses hindúes. Y todo esto se transforma en un laberinto de callecitas estrechas que exigen un GPS para transitar.

Old Varanasi está formado por caminos estrechos que hacen de la visita una aventura mirando fachadas amarillas, blancas y azules, oliendo el humus y las berenjenas bien sazonadas, entre hindúes, budistas y también muchos musulmanes (un tercio de su población, que supera el millón de habitantes). Avanzamos entre vacas intocables y una multitud de perros, normalmente despreciados por los hindúes. Una pandilla de monos que parecen lanzas o escaperos se escabullen por los tejados con sombreros y hasta cámaras fotográficas. Vendedores de los más finos saris de seda de la India, astrólogos callejeros y pillos disfrazados de sadhus se hacen notar hasta cansar. Es el barrio de traficantes y pordioseros. El Chowk. Un shock para el viajero desprevenido.

Muchas construcciones viejas y destartaladas tiene Varanasi, pero no las tiene realmente antiguas. Arquitectónicamente no es siquiera medieval. Guerras, invasiones y rivalidades religiosas arrasaron con todo hace tres siglos. Quienes buscan arquitectura antigua, otra historia y otra fe, otra espiritualidad y... calma, las encuentran a 13 kilómetros de aquí. Hay templos y stupas de 1.500 años construidos durante la edad de oro en la vecina ciudad de Sarnath, donde un Buda casi desconocido habría dado su primer sermón.

Hay que ser hindú para entender bien lo que estamos viendo en Varanasi. Pero existe un estudioso español, Oscar Pujol, que lleva décadas en la ciudad y cree tener una respuesta. Hemos escuchado con atención sus explicaciones: "Más que buscar a Dios, aquí se busca acabar con el dolor. En estas religiones orientales hay más terapéuticas que teologías". Para presenciar y sentir el hinduismo más genuino no hay lugar mejor que el templo de Dunga. Y para tomar fotografías, el ghat Assi. La ciudad seduce a los visitantes, "porque descubren aquí mucho de su naturaleza más esencial". Pujol ya sabe, por haberlo vivido, que una vez descubierta, "es más fácil que un niño vuelva al vientre de su madre que el hombre abandone Varanasi para siempre".

Morir en Panch Kroshi

Al amanecer, las cremaciones se hacen notorias con sus cerros de leña, sus humaredas blancas y el olor a carne abrasada. Hoy, al menos, se ven más personas curioseando desde los botes que peregrinos haciendo sus baños purificadores.

Ahora es tarde -más de las 6 y media-, y presenciamos una ceremonia muy colorida en un ghat. Somos testigos de ruegos o pujas, oraciones y luces de lámparas de aceite. Una multitud sigue los ritos desde embarcaciones en el ghat Dasashwamedh, ritos dirigidos por cinco brahamanes. Nuestro acompañante nos informa sobre lo que dice uno de ellos: el hombre debe permanecer atento a sus placeres egoístas, debe tolerar los dolores repentinos y evitar vanidades, que destruyen toda humildad. Los ruegos y lámparas encendidas, las aarti, dan fervor a la multitud, que corea: Ramnam Satya he, "el nombre de Dios es la verdad".

Este ghat central es un auténtico espectáculo de lo incomprensible y del aparente caos. ("India es un caos que funciona", advierte un ex diplomático). Hay unos 700 templos y minitemplos en este ghat, la mitad de todos los que existen en Varanasi. Aquí empieza, o muere, la avenida principal. Y si uno cree haber entendido algo de la ciudad, aquí -cuando se pierde- comprueba que está equivocado. Nunca la entenderá.

A sus templos llegan exhaustos miles de peregrinos que hacen lo que todo buen peregrino quiere hacer al menos una vez en la vida: recorrer a pie el circuito de Panch Kroshi Yatra, en torno a Varanasi. Son días de caminata para cubrir sesenta kilómetros llenos de templos e imágenes de todas las corrientes hinduistas. El ritual se inicia con un baño en el Ganges. Y el circuito termina de la misma forma: con un baño ritual. Pero puede terminar de mejor forma: algunos mueren en el intento. Si han buscado de buena fe la liberación, lo último que hacen antes de cerrar los ojos es sonreír.

La India de los arios

Se sabe que el hombre llegó al Ganges solo ayer, pero no se sabe cuándo. Hace 75 mil años un suceso geológico borró casi toda huella humana en la superficie de la India y Pakistán. Bastó la catastrófica erupción del supervolcán Toba, para que el enorme territorio quedara bajo las cenizas, como Pompeya. Con el sol tapado por la ceniza, se produjo una era del hielo que habría durado siglos.

Expertos de Oxford postulan que unos 15 mil años antes de esa erupción, la India ya estaba habitada. ¿Quiénes eran? ¿De dónde llegaron? Nadie lo sabe. Poco después de ese desastre, se habría iniciado un segundo poblamiento del territorio, y mucho más tarde, lentamente, grupos de cazadores-recolectores  que dieron "un salto costero" desde África, se esparcieron por el Sudeste Asiático. Algunos pasaron a Australia,  y otros pudieron seguir la ruta costera hasta aquí. Supuestamente, estos eran parte de los aborígenes que vivían en este territorio cuando desde la vecindad del río Volga, Rusia, llegaron tribus semi bárbaras, unos 3.500 años atrás.

Eran los arios, conocidos hoy como indo-arios. Traían muchos de los dioses y creencias que sobreviven hoy en el hinduismo. O eso que nos deja perplejos, como la organización por castas. Otras corrientes de arios se instalaron en el actual Irán, dando forma a la civilización persa, y dejaron huellas en Europa, hasta España. Eran pocos estos semi bárbaros, pero bien organizados y guerreros eficaces. Utilizaron las aguas del Ganges, un Amazonas entre bosques, que fueron incendiando según sus necesidades. Los arios y los aborígenes se mestizaron, pero las obligaciones de casta, aunque hoy legalmente prohibidas, siguen.

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