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Víctor Alarcón dirige a estudiantes de la UC:

Bocado de cardenal

sábado, 22 de julio de 2017

Jaime Donoso A.
Cultura
El Mercurio




El miércoles, en el Templo Mayor del Campus Oriente de la UC, cuatro jóvenes estudiantes de la cátedra del tenor y profesor Rodrigo del Pozo, más dos invitados, dieron vida a la versión completa del Libro IV de Madrigales (1603) de Claudio Monteverdi, conmemorando así los 450 años de su muerte.

Los participantes fueron las sopranos Vanessa Rojas y Javiera Saavedra (invitada); la mezzo Javiera Lara; los tenores Diego Arellano y Bryan Ávila (invitado), y el barítono Pablo Santa Cruz. Como narradora, Catalina Menares, todos bajo la dirección de Víctor Alarcón.

En el afán de desentrañar los afectos más recónditos de los textos, después de Monteverdi solo los románticos, más de 200 años más tarde, lograrían con el Lied alcanzar las cimas de la perfección. La particularidad de Monteverdi reside en que, como un dios Jano, tiene una cara vuelta hacia la herencia polifónica del pasado (la prima pratica ) y la otra, nutrida de la poesía amorosa secular, de lleno hacia un futuro audaz, experimental y polémico (la seconda pratica ).

El Libro IV está constituido de 20 poemas de autores reconocidos (Guarini, Rinuccini) y de anónimos o atribuidos (Arlotti, Gatti, Moro, Boccaccio, Tasso). Todos comparten un rasgo común: una poesía alambicada con el tema del amor. Cada poema tiene un afecto básico, pero en su intimidad está poblado de afectos e imágenes en los versos y palabras que son los que dan vida a la música de Monteverdi: "Te abandono y no muero, pero experimento el dolor de la muerte"; "¿qué venganza puede haber que sea más grande que tu propio dolor?"; "tus lágrimas son mi sangre y estos suspiros son mi espíritu"; "mis ojos te han mirado, tus ojos me han herido"; "huye del ardor pues en estos ojos no habrá primavera para ti"; "no más guerra, ten piedad, ¿por qué os armáis contra un corazón ya rendido?". En ocasiones, la imaginería alcanza un desatado erotismo (" Sí, ch'io vorrei morire "). Para lograr esto, Monteverdi explora a cada paso las fricciones disonantes, el cromatismo e insólitas relaciones modales, algunas de portentosa "modernidad".

Ya al promediar el segundo madrigal, uno podía olvidarse de que los intérpretes eran alumnos. Su desempeño, en lo vocal, expresivo y estilístico, fue óptimo, sin dudas proveniente de la experta dirección de Alarcón, quien ya nos tiene acostumbrados a sus propuestas arriesgadas y grandes resultados.

El público parecía saber muy bien a qué iba, y sus largas ovaciones así lo demostraron. En suma, un refinado bocado de cardenal.

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