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"La gaviota", de Antón Chéjov:

El fracaso de los artistas

viernes, 23 de junio de 2017

por Andrea Jeftanovic
Teatro
El Mercurio




"Los hombres comen, duermen, fuman y dicen banalidades, y sin embargo se destruyen". Esta frase es reveladora de las características de los personajes de la obra "La gaviota", de Antón Chéjov (con funciones en GAM hasta el 1 de julio). Una obra que habla sin adornos del fracaso del artista, de sus vulnerabilidades, de sus miserias. De hecho, el mismo Chéjov fracasó en el estreno, pues la pieza fue abucheada por el público y el autor se planteó no escribir más por un tiempo. Fue redescubierta por Stanislavski, que le dio un giro hacia el realismo psicológico. Y, desde entonces, es una de las obras más montadas. Yo misma he visto varias versiones en teatros chilenos: Teatro La María, Juan Carlos Montagna, Daniel Veronese, entre otras. El director Francisco Albornoz, que ya ha trabajado a Chéjov en "El jardín de los cerezos", propone una adaptación con economía de escenas y personajes y hablas locales.
La marca de la adaptación es el cruce de los espacios -Rusia y Chile- y de épocas: la Rusia de fines de siglo XIX y los tiempos actuales. Es que el fracaso de los artistas es algo transversal. Siempre hay en el oficio del arte contacto con el fracaso de un proyecto, de las aspiraciones de innovación, de la autonomía económica, el reconocimiento; y en un plano más íntimo, el fracaso de las relaciones afectivas, de sus deseos y lealtades.
La escena se abre una tarde estival en el campo. Podría ser el campo chileno por los modismos, pero la escenografía sugiere otro entorno. Pronto pasamos del libreto de ensayo de la obra a ser voyeurs de una reunión campestre que no tiene nada de bucólico-pastoril porque durante la tensa jornada, dividida en cuatro actos, aflorarán todo tipo de conflictos manifiestos y ocultos sugiriéndonos que algo va a estallar. El texto es la excusa que anima una discusión sobre el sentido de la estética realista y sus tormentos. Pronto estalla el disparo de intento de suicidio de Kostia, el personaje que porta la venda en la cabeza, esta vez no visible, que será la "herida abierta" que nos perturbará hasta el final.
Entre los múltiples nudos está el de la célebre actriz Irina Arkádina (una convincente Ximena Rivas) con su hijo, Kostia (Camilo Navarro), que detesta la frivolidad de la madre y sufre por la falta de reconocimiento de esta. Luego se sumarán la candidez y el atractivo de la joven Nina (una encantadora Montserrat Ballarin) como competencia de la ajada Irina. Está también la fama del popular autor Boris Trigorin (Álvaro Morales), del que se enamora Nina, a pesar de ser el amante de Irina. El acoso de Masha (María Jesús Marcone), hijastra del tosco terrateniente Shamrayev. El dueño de casa, Sorin (Francisco Reyes), hermano de Trigorin, que por no haber tenido una existencia plena ansía realizar en su vejez todo lo que no pudo hacer de joven, y el médico Dorn.
Más allá hay otra confrontación, propia de las obras de Chéjov: la tensión entre la gente de provincia y gente de ciudad. De hecho, son dos visitantes urbanos los que interrumpen las vidas apacibles y aburridas.
Todas estas tensiones se despliegan en un excelente elenco, sin duda el punto fuerte de este montaje que intercala generaciones y estilos de actuación. Ximena Rivas logra ser la insoportable Irina y se luce en su papel con sus arrebatos y chabacanería. Da gusto ver de nuevo en escena a Álvaro Morales y Francisco Reyes, sólidos y desenvueltos. A su vez, la dupla joven de Montserrat Ballarin y Camilo Navarro logra ser la savia nueva.
Puede ser que la puesta en escena comience algo lenta, pero hacia la mitad adquiere una atmósfera álgida entre la composición musical de Ángelo Solari, el juego de luces, como estados emocionales, de Andrés Poirot, y la escenografía vintage moscovita de Catalina Devia, también responsable del vestuario colorido de inspiración rusa. El uso de íconos, los instrumentos de una banda musical y el micrófono que se usa a lo stand up comedy van esbozando el sello propio. Porque en este momento se genera un ritmo en el que los personajes yerran, palpitan, observan, ríen, titubean, anhelan superar la pesadilla de su vida.
Dijimos que hay algo que está a punto de estallar. La dinámica tóxica entre ellos cobrará dos víctimas que son los chivos expiatorios de la vanidad, la ambición, la neurosis, de frustración, la banalidad. El primero es Kostia, que transitará por la línea frágil de la locura y la autodestrucción. La segunda víctima sacrificial es Nina, cándida aspirante a actriz que es seducida y luego abandonada por Trigorin, escritor de éxito pero infeliz.
En momentos de crisis y decadencia usamos lo cotidiano para esconder nuestra confusión, nuestro desorden, nuestro aislamiento e incomprensión. "La gaviota" es el retrato de unas vidas inútiles, tediosas y solitarias de unos personajes incapaces de comunicarse entre sí, y sin deseos de cambiar una sociedad errónea. Es el fracaso del artista, del artista experimentado, del artista joven con ilusiones, y también el fracaso de una sociedad que no valora el rol del arte y de sus creadores, que no puede abrirse a las nuevas formas.

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