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EN TATE MODERN Novedosa retrospectiva del genial artista:

Giacometti y su mirada de la realidad del hombre

domingo, 28 de mayo de 2017

CECILIA VALDÉS URRUTIA
Artes y Letras
El Mercurio

Más de 250 piezas integran la mayor muestra de Giacometti inaugurada en Londres, en 20 años. La antología posiciona facetas más desconocidas y desmitifica otras sobre el seguido artista del siglo XX, quien buscaba comprender su visión del ser humano, según decía este gran amigo de filósofos y poetas. Dio vida a figuras misteriosas y seductoras, llevadas a su mayor síntesis.



En un sobrio taller, montado en el sótano de la Tate Britain de Londres, en 1965 en plena Guerra Fría, Alberto Giacometti pasaba horas y días trabajando algunas de sus piezas. Ello, mientras el museo exhibía una de las muestras más comentadas en su historia: la del propio Giacometti, con sus misteriosos y estilizados personajes que parecían transitar por las salas y pasillos del antiguo museo, junto a rostros -pintados o esculpidos- que miraban desafiantes al público. Pero al artista suizo poco le importaba el reconocimiento, menos el dinero. Mantuvo siempre su austeridad; así como conservó el taller de sus inicios en París, en la rue Hippolyte Mandrion (durante la Segunda Guerra Mundial se lo cuidó su hermano Diego), hasta donde llegaban filósofos, poetas y artistas seducidos por su obra, como André Breton, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jean Cocteau y otros.

Hijo de un reconocido pintor suizo de su tiempo, que sobresalía por sus profundas inquietudes, enorme cultura y por su "biblioteca monumental", que le permite a Alberto Giacometti (1901-1966) conocer diversas civilizaciones. Desde joven reafirma su pensamiento esencial centrado en el ser humano y que rehúye la fatuidad y el materialismo. Hoy tendría 117 años y lo más probable es que se hubiera incomodado al límite ante los desbordantes precios que alcanzan sus obras en las subastas, superando los 140 millones de dólares, algunas de ellas, como lo fue una de sus versiones de "Hombre caminando I".

En cambio, lo que sí le habría gustado y mucho, seguramente, es la antología de su obra inaugurada en la Tate Modern, este mes. La primera que se realiza de esta magnitud en Londres, desde 1965, cuando permanecía en ese estudio montado en el subterráneo, un año antes de su muerte.

La retrospectiva realiza una lectura novedosa y exhibe piezas extraordinarias, algunas no mostradas antes. Comisariada por la propia directora del museo británico, Frances Morris, muestra facetas más desconocidas de él. "Es lo que Giacometti habría buscado en sus ojos", afirma la curadora.

Se adelanta a su tiempo

La antología -organizada junto a la Fundación Giacometti de París- reúne 250 piezas entre esculturas, pinturas y los excelentes dibujos, desde su fase cezanniana y cubista hacia esa extraña realidad que plasmó el artista nacido en 1901, en el pueblo suizo italiano de Borgonovo.

Giacometti se trasladó a París, en 1922, donde cultiva la abstracción, influido por Brancusi, y toma de las tradiciones artísticas de África y Oceanía, a las que la Tate les da énfasis, como la relación de su trabajo con el Antiguo Egipto, en frisos y cabezas.

Su obra "La esfera suspendida" (1930-31) llevó a que Breton se fijara en él y lo invitara a ingresar en el movimiento surrealista. Giacometti fue seducido por ese rechazo a la tradición y la fascinación por el subconsciente. Pero luego, lo abandona para centrarse en su propio lenguaje.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo sorprende en Ginebra, mientras visitaba a su madre. Giacometti pasará la guerra encerrado en un hotel de esa ciudad. Aunque sigue creando y sus esculturas se achican cada vez más hasta llegar a la miniatura, de las que se exhiben alguna "joyitas", destacadas especialmente por Frances Morris.

En Ginebra conoció a Arnette Arm con quien se casó. Ella se transforma en su modelo principal. Le ayuda a traducir el cuerpo femenino en esa iconografía de figuras alargadas, sin carne, misteriosas y seductoras en su estética. Alberto Giacometti rechaza la perspectiva clásica para restituir el modelo, esculpe la figura femenina lo más neutra posible y lleva a esos cuerpos a su mayor síntesis y liviandad.

Una de las grandes novedades en la Tate Modern es que se exhiben juntas -por primera vez en 60 años- la serie de nueve esculturas "Mujer de Venecia", en yeso, que hizo para la Bienal de 1956 y que la Fundación Giacometti restauró especialmente.

"Esas piezas fueron después moldeadas en bronce, pero no tienen la virtud de la luminosidad y fragilidad de estos yesos que exponemos y que evocan otra faceta de él", subraya Morris.

La Tate Modern reposiciona el placer de Giacometti por la sensualidad y la ductilidad de los materiales blandos. La importancia que significan en su creación. "A él se le conoce mucho más por sus obras en bronce, pero ese era el resultado final. Lo que más le gustaba era la fluidez del barro y del yeso (también trabaja la madera), los materiales cálidos y humildes. Esto fue algo revolucionario en su tiempo. Se anticipó a los escultores de los años 60 y 70", resalta la directora de la Tate Modern .

"Un medio para ver"

Para Alberto Giacometti, la mirada y el mirar eran la esencia de la vida humana. "No trabajo para crear esculturas o pinturas bellas. El arte es solo un medio para ver", decía. Contó, incluso, que en una ocasión al ir al Museo del Louvre "no pude soportar más estar ahí, no por las obras, sino por la verdad de los rostros que se exhibían".

"Para mí, la escultura, la pintura o el dibujo han sido medios para comprender mi propia visión del mundo exterior y, sobre todo, del rostro y del conjunto del ser humano. O sea, de mis semejantes y especialmente de aquellos que están más cerca de mí".

Y puntualiza algo esencial de su propuesta: "La realidad nunca ha sido para mí un pretexto para crear obras de arte, sino el arte un medio necesario para darme más cuenta de lo que veo". El mismo aparece en un supuesto autorretrato en la escultura "El bosque", donde mira inserto en esa mágica composición en la que los árboles en bronce son mujeres y las piedras son cabezas.

Sus obras de la posguerra se relacionan con la preocupación de la época por la marginación y el aislamiento de los seres humanos. La Tate lo aborda. Pero el tema de la supuesta soledad queda claro. El mismo artista aclaró al historiador del arte italiano Antonio del Guercio: "En mi trabajo nunca pienso en el tema de la soledad. Cierto que son muchos los que insisten en ello. Habrá razones. Pero no existe en mí el propósito de ser un artista solitario, ni siquiera hay una tendencia a ello. Como intelectual, como ciudadano, pienso que la vida es lo opuesto a la soledad. Lo que importa justamente es un tejido de relaciones con los demás...". Y puntualiza que esa "condición solitaria de búsqueda como artista, como ser humano, no está necesariamente ligada a una poética de la soledad".

Sartre: ¿fin de un mito?

Sin embargo, esa realidad que busca capturar, en especial en sus singulares esculturas delgadas, es "imperfecta", lamenta. "Pero es la mía". Sartre fue uno de sus más fervientes admiradores. Giacometti lo esculpe, mientras el filósofo existencialista escribe de él y presenta una de sus muestras, consignando: "Una exposición de Giacometti es un pueblo. Esculpe unos hombres que se cruzan por una plaza sin verse; están solos sin remedio y, no obstante, están juntos".

Giacometti compartió mucho con filósofos de su época. Salía a comer con ellos y se reunían en su taller. Y en particular discutía sus motivos y conceptos de la figura con Sartre y Simone de Beauvoir. Esa sintonía y amistad con ambos conduce a algunos a insertarlo en la corriente existencialista. La Tate reconoce el "clima existencialista de la época", pero solo eso. El mito de que Giacometti fuera un existencialista es muy débil hoy. Además, en su momento, Giacometti confidenció: "Mi posición está llena de malos entendidos. Dicen que soy un artista moderno, muchos de mis conocidos son abstractos y cuando les digo que copio una cabeza, no me creen. Mi interlocutor sabe ya qué es la realidad, y yo les gusto porque piensan que no soy banal. Para mí, en cambio mi pintura y mi escultura están por debajo de la realidad. Para ellos, la realidad es mísera; para mí, es mísera mi obra... Aunque si lograse hacer una cabeza como realmente la veo, seguramente los otros dirían que es banal".

El artista -en su interés por la mirada y el entorno- fija una distancia y un ángulo en que se deberían ver sus personajes. Se aplica en las protagonistas de la Tate Modern, las "Mujeres de Venecia". En una de sus versiones, la tipología funciona de frente (por los costados es solo una lámina), mientras las otras pueden verse por todos lados.

Los formatos -hay piezas que superan los tres metros de altura- también tienen su gracia: transmiten de una singular manera. Para su obra más famosa y hasta ahora la más cara, "Hombre caminando I", realizó antes varias figurillas mínimas que emanan la misma fuerza, resalta la comisaria. Ello se siente en terreno, en el Bankside de la Tate Modern junto al río Támesis, no lejos de la antigua Tate Britain, donde, en 1965, un sesentón y atractivo Giacometti daba, en el subterráneo de ese museo, los últimos toques a esas piezas que parecen gravitar en el espacio. Mientras un ávido público -como ahora- disfrutaba de la mayor antología montada de su obra.

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