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Crítica de Arte Museo Nacional de Bellas Artes, Galerías Artespacio y La Sala:

4 premios nacionales

domingo, 28 de mayo de 2017

Waldemar Sommer
Críticas
El Mercurio




Un cotejo interesante propone el Museo Nacional de Bellas Artes, a través de cuatro premios nacionales nuestros, mención pintura. Resultan autores bastante contemporáneos respecto de edad -nacidos entre 1923 y 1930-, en tanto que la abstracción derivada de Kandinsky envuelve, en mayor o menor medida, sus respectivas obras. La exposición parte en el sector del museo dedicado exclusivamente a uno de estos participantes. Es la rotonda la que reúne la producción más temprana del cuarteto. Como símbolo de la influencia de Burchard, un cuadro suyo maravilloso -El cardo- preside el lugar. Por lo que ahí se observa, llama la atención en qué medida Roser Bru resulta ella misma desde sus comienzos -Tarde en Melipilla (1961)-, una naturaleza muerta personalísima. La figuración se deja ver en la Gracia Barrios de 1953, mientras la abstracción domina a José Balmes ya en 1958-1960. En todo caso, más adelante el elemento reconocible rara vez deja de ausentarse en los cuadros, mayoritariamente en gran formato, de estos dos últimos.

Sin duda, acá brilla Balmes. Y acaso durante la década del 60, donde 1965 constituye una auténtica cumbre. De aquel tiempo apreciamos la violenta esplendidez formal, el vigor expresivo, el sintetismo de afiche de sus pinturas con papel de periódicos pegados y capaces de suministrarles sentido conceptual. Añadamos a tan dramáticos trabajos el díptico magnífico, en blanco, grises y negro, de 1967, cuya potencia visual se advertía ya desde cuatro años antes. De los críticos años 70 destaquemos el NO rojo -este junto al mango de una carabina negra-, magnífica transfiguración de mensaje político. Asimismo, de entonces, cinco serigrafías sugerentes demuestran el talento gráfico del autor. Después, en una imagen impresionante se convierte el lienzo con cuerpo humano, amarrado y colgante, de rostro esbozado dentro de un simple trazo cuadrado (1980). Tampoco cabe dejar de mencionar, de los 90, las telas tan chilenas El luche y El pan.

Entretanto, Barrios se vale de lo abstracto para cuajar con personalidad propia sus figuras de multitudes -las dos América, no invoco tu nombre en vano, de 1970- o individuales, pero arrancadas del tumulto callejero: La pobladora (1972). Si hermoso cuelga L'Exile (1979), en potente dúo con Balmes nos entrega, asimismo, una de las pinturas de mayor formato que se hallan visto en nuestro principal museo: La universidad violentada (1986). ¡Cómo se complementan ambos artistas!

Mediante su continuada línea estilística, el sentido gráfico de Bru se concentra sobre todo en afiladas efigies femeninas que, pronto, individualizan rostros en una serie de homenajes a diversos personajes destacados del pasado lejano y cercano. Si aquí se entregan unos pocos y característicos paisajes de los 60, entre 13 y 15 años después comienzan aquellos protagonistas que se han vuelto tan suyos. Al mismo tiempo, nos propone tres tapices -el cuarto se halla desaparecido-, que ornaban un gran edificio público capitalino; apelan a sus personajes anónimos, cuyos varios brazos evocan movimiento indeciso. De trayectoria menos constante que la de los tres artistas anteriores, Guillermo Núñez llama la atención por sus predominantes formas punzantes, agresivas, que sugieren carnalidades internas y quebradizas osamentas. Aunque más abstracto, durante los 60 quizá tiende a acercarse a Matta y, entre las décadas del 70 y el 80, a Bacon, por su aproximación trágica a lo relativamente reconocible. Todo eso no impide que en uno de sus trabajos más conocidos, Héroes para recordar (1969), la realidad se vuelque transmutada en impulso irrefrenable de afiche poderoso. Por el contrario, de 2006 a 2017, su obra evoluciona hasta una abstracción basada en estallidos multicolores de formas.

González y Dörr

Plumas en papel o seda y que, por momentos, llegan a identificarse con hojas vegetales constituyen los personajes multitudinarios de Verónica González Ugarte, en Galería Artespacio. Definen una especie de tapices o, en estado natural, se integran como simple fondo de los tres grabados Botánica, de delicadeza casi oriental, cualidad de herbario y muy superiores a la monotonía de los de Pajarero y de Botánica japonesa, todos sin plumaje. Decididamente aire de Medio Oriente muestra Tapiz de verano. Si bien la expositora ofrece, globalmente, un manejo atractivo del color, Estructura viviente, en grises, negro y blancos amarillentos se convierte en su mejor aporte, imponiendo la firmeza del dibujo y el dinamismo de sus franjas horizontales. De tres trabajos en menores dimensiones y que incluyen bordados, destaca la mirada maliciosa de Ave del alma (Ba).

Sólidos volúmenes de granito presenta, en Galería La Sala, el escultor Juan Luis Dörr. Cuanto más se aleja él de lo figurativo, más interesa. Por ejemplo, Caballo indio resulta muy superior a sus otras cabezas de animales, sobre todo a su grueso Toro. Cierto expresionismo, algún aire surrealista y, en el plano formal, los bordes acanalados de sus superficies, la acertada conjugación de pulido y grano grueso, podrían considerarse características suyas.

4 Premio Nacionales Balmes, Barrios, Bru y Núñez

una buena ocasión para comparaciones

Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes

Fecha: hasta el 21 de junio

Fibras elementales

Entre plumas y hojas, aporte actual de Verónica González

Lugar: Galería Artespacio

Fecha: hasta fines de mayo

Tiempo de piedra

Un escultor que ya sigue un positivo camino propio

Lugar: Galería La Sala

Fecha: hasta el 6 de junio

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