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Dos homenajes a Jorge Díaz:

"Locutorio", bellas incertezas; "Fatiga de material", el final, pero alegre

domingo, 28 de mayo de 2017

Agustín Letelier
Teatro
El Mercurio




Los homenajes comenzaron este año con la publicación de "Jorge Díaz, el anarquista insomne", fundamental biografía escrita por el investigador y crítico teatral Eduardo Guerrero. A ella se han sumado el estreno de una renovada versión de "El cepillo de dientes", en funciones en el Teatro de la Universidad Católica; "Locutorio", que se presenta en el GAM, y "Fatiga de material", en el Teatro de la Corporación Cultural Las Condes.

Con la dolorosa poesía de "Locutorio", Cristián Plana creó una puesta en escena respetuosa del texto y le imprimió su estilo personal. Frente a ella, uno no puede sino admirar la elegancia del espacio construido con transparencias en las que los reflejos pasan a constituir la materia de una nueva obra.

Dos personajes se encuentran en un locutorio; en el texto original, ambos están separados por una reja, uno está internado y el otro lo visita, pero ambos creen ser la visita. Parecen ser marido y mujer, pero hacia el final aceptan estar inventando un pasado inexistente. Con el tiempo, los recuerdos se tornan borrosos o desaparecen. Los dos están ahí, y no quieren estar solos, eso es verdad, pero todo lo demás es inseguro. La pérdida de la memoria es una realidad dolorosa y da paso al temor de una demencia. Son personajes que se quieren, que se construyen un mundo con inseguros trozos de recuerdos, y que, aun con dudas sobre quiénes son, buscan la compañía del otro. Quieren salir de ese lugar, vivir en una pequeña pieza con vista al mercado, no necesitan mucho más, juntos se ayudarían. Pero eso ya lo dijeron hace 50 años y se ha desgastado. Todo son incertidumbres.

Cristián Plana transforma esas incertezas en reflejos. Una parte es verdad y otra no lo es. Los actores están ahí, pero los vemos duplicados por sus imágenes. Él y ella no están ahora en un locutorio, sino en transparentes espacios separados. Él está en el del fondo, ella nos da la espalda en el de adelante. Engañosos reflejos nos hacen verlos juntos. En un momento él la abraza, la acaricia, parecen bailar, y hacia el final, cuando él cree que ella duerme, cariñosamente la cubre, pero están en lugares separados. Lo improbable se acentúa cuando vemos que del movimiento de la falda de ella surgen tres figuras que danzan, y luego, sin que sepamos cómo, desaparecen. Algunos parlamentos apenas musitados nos sugieren que las palabras pueden esfumarse, pero queda la belleza de la escena.

La altura y elegancia de Alejandro Sieveking, junto a su sabiduría teatral, le permiten construir un personaje que es, a la vez, seguro y a punto de desaparecer. Millaray Lobos otorga un tono irreal a sus movimientos, sus brazos y sus manos parecen oleajes. La sinuosa curvatura de sus desplazamientos llega a ser danza.

La magia de las imágenes reflejadas surge del trabajo de los arquitectos Sebastián Irarrázabal, en la escenografía, y de Antonia Peón-Veiga y Matías López, en la iluminación. Los sonidos, a ratos apenas perceptibles, en otros momentos intensos, son de Diego Noguera.

Es una puesta en escena que nos lleva hacia el pesar por las carencias en la edad avanzada, nos coloca en medio de incertezas, pero nos deja la poesía de los parlamentos y la belleza de ese mundo compuesto principalmente por reflejos.

"Fatiga de material" nos lleva por un camino diferente. Es una consideración acerca de lo que es el teatro para los actores. Sus dos personajes también son de avanzada edad, tuvieron familias, amores ocultos, triunfos y temores, pero el centro fue siempre el teatro. Con humor, Jorge Díaz mezcla las ya improbables expectativas amorosas de María con el tono un tanto melodramático de Agustín, a quien le quedan pocos días de vida. El recuerdo de sus amores furtivos y los temores de Agustín de ser descubierto por la esposa, que financia sus obras, dan un tono gracioso a los diálogos. Pero el tema es lo que significa el escenario para el actor y el dolor ante la gradual desaparición de las formas tradicionales de su oficio. Sin embargo, no es una obra melancólica. El reencuentro de estos antiguos compañeros de trabajo, ambos retirados hace años, se da en un clima de humor. La siempre pícara María espera que Agustín no sea ahora un viejo reprimido, y en lugar de esperar que los obreros vengan a echar abajo el teatro, llena de risa, lo induce a escarparse juntos, porque nunca es tarde para un pecado nuevo.

El director Mauricio Bustos introdujo algunas modificaciones al texto original: a Justino lo llama Agustín, en homenaje a Agustín Siré; a Herminia la llama María, por María Maluenda y María Cánepa. Las escenas en que los personajes recuerdan sus actuaciones en obras de Shakespeare o Tennesee Williams, pasan a ser escenas de "La Negra Ester", "La pérgola de las flores", "El cepillo de dientes". Humberto Gallardo, que ya interpretó el mismo papel en el estreno del año 2006, da el tono justo a su Agustín, que sabe que va a morir muy pronto y ha querido reencontrarse con su amada y compañera de escena. Gaby Hernández tiene la gracia y el atractivo que la obra atribuye a María; se ve muy joven y con convincente picardía. Es la última obra de Jorge Díaz quien, al igual que su Agustín, sabía que le quedaba poco tiempo de vida, y con cálido humor, junto a gratos recuerdos, se acercó a personajes que él quería. Con claro sentido simbólico, estuvo con ellos en un escenario que pronto se derrumbaría.

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