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Érase una vez MACONDO

domingo, 28 de mayo de 2017

ROBERTO CAREAGA C.
Artes y Letras
El Mercurio

El 4 de junio de 1967 empezó a llegar a librerías Cien años de soledad, la novela cumbre de Gabriel García Márquez y la más emblemática del boom latinoamericano. Medio siglo después, aún está en sus páginas la intención de retratar el mito original de América Latina. Para bien y para mal.



El tren estaba pintado de celeste y decorado con imágenes de mariposas amarillas. Mientras avanzaba entre selvas bananeras del norte de Colombia, la gente de diferentes pueblos se asomaba a la línea para saludar. Viajaban autoridades, músicos y artistas, todos acompañaban al invitado estelar: después de 24 años, Gabriel García Márquez regresaba a Aracataca, su pueblo natal, en el que fue bautizado como el "Tren Amarillo de Macondo". Allá lo esperaban decenas de niños con globos amarillos y, para que nadie tuviera dudas, una enorme pancarta en la que se leía: "Bienvenido al mundo mágico de Macondo". Corría mayo de 2007, García Márquez acababa de cumplir 80 años, su más célebre novela, Cien años de soledad, llegaba a los 40, y las leyendas daban para todo. Una década después, siguen brotando.

Hace casi 50 años, exactamente el 30 de mayo de 1967, salía de una imprenta en Buenos Aires la primera tirada de Cien años de soledad. Eran 7.940 ejemplares que editorial Sudamericana empezó a poner en las librerías argentinas unos días después, el 4 de junio. Antes de que terminara el mes se agotaron. Fue un estallido con efectos planetarios: medio siglo más tarde, el libro ha vendido unas 50 millones de copias en el mundo. La cifra es contundente, pero no es capaz de dimensionar el impacto cultural del libro. El éxito de la novela cristalizó el boom de la literatura latinoamericana, poniendo en el mapa mundial a autores como Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Y si eso no da para un antes y un después, hay algo más: en la historia de la familia Buendía, que también es la del origen, esplendor y decadencia de su pueblo, Macondo, García Márquez cifró a fuego la imagen exótica y mágica de América Latina.

"Cien años de soledad es la primera historia de América que se ha escrito", dijo en 1968 el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, aludiendo a una idea que con los años se volvió insistente: que al escribir una novela con el mismo tono de las historias familiares que escuchaba de niño en Aracataca, García Márquez le dio forma al mito de lo latinoamericano. En palabras de Vargas Llosa, que se doctoró en Francia, en 1971, con una investigación sobre la obra del colombiano (Historia de un deicidio), la novela es una "de esas creaciones demencialmente ambiciosas que compiten con la realidad real de igual a igual". Y añadió: "Su historia (la de los Buendía) condensa la historia humana, los estadios por los que atraviesa corresponden, en sus grandes lineamientos, a los de sociedad, y en sus detalles, a los de cualquier sociedad subdesarrollada, aunque más específicamente, a las latinoamericanas".

Instalado entre los textos canónicos de la literatura en español, Cien años de soledad también generó una ola de resistencia. La novela fue menospreciada en su momento por autores como Octavio Paz; en los 80, el argentino Fogwill empezó a hablar de "García Marketing", y a mediados de los 90, los chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez comandaron una embestida ante la hegemonía del realismo mágico con la antología de cuentos McOndo(1996). Lo inesperado de este último ataque es que ocurriera con el siglo XXI a la vuelta de la esquina, en un continente donde la magia había sido reemplazada por la violencia vacía y la aspiración total de modernidad. Pero hoy el escritor Juan Gabriel Vásquez, compatriota de García Márquez, sospecha de un efecto impensado y aún vivo generado por los Buendía.

"Creo que ese mito del continente mágico ha tenido el efecto colateral e indeseable de edulcorar nuestras realidades más arduas para hacerlas más digeribles", dice Vásquez desde Bogotá. "Todavía no hemos entendido hasta qué punto la influencia potentísima de la novela ha tenido un efecto curioso: hacer aceptable, para el primer mundo, lo que en el primer mundo sería inaceptable. Se me ocurren varios políticos, europeos o norteamericanos, que elogian o toleran ciertos comportamientos (ciertas violencias, ciertos ataques a las libertades) porque 'América Latina es así'", añade.

El hechizo

Iban camino a Acapulco cuando por la carretera se les cruzó una vaca. Corría enero de 1965. Fue entonces que, como una descarga eléctrica, a García Márquez le llegó la iluminación: "Ya tengo el libro", habría dicho en ese mismo momento el escritor, según contó . Iba junto a su familia de vacaciones, cuando apareció la inspiración que venía buscando hacía años: después de las novelas La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande, García Márquez planeaba un libro que no terminaba de cuajar hasta que, de golpe, cuajó: "La tenía tan madura que hubiera podido dictarle allí mismo, en la carretera de Cuernavaca, el primer capítulo, palabra por palabra, a una mecanógrafa", contó después.

Lo que vino es casi tan legendario como la novela misma: García Márquez suspendió todos sus trabajos -en publicidad, en periodismo- para dedicarse exclusivamente a la escritura de la novela. Su esposa, Mercedes Barcha, corrió con los gastos y se preparó para lo que iban a ser seis meses de escritura sin descanso. Con la ayuda de Álvaro Mutis, Barcha reunió cinco mil dólares. Al final, García Márquez demoró al menos 14 meses en la escritura del libro. Día tras día. En la tarde terminaba atontado, según le contó él mismo a Vargas Llosa, más por los cigarrillos que por darle sin parar a la máquina de escribir Olivetti. Lo movía una revelación que iba más allá de lo literario y así se lo contó a la revista cubana de La Casa de las Américas en 1971: la cotidiana irracionalidad latinoamericana.

"Me di cuenta de que la realidad es también los mitos de la gente, es sus leyendas; son su vida cotidiana e intervienen en sus triunfos y fracasos", le dijo a la revista. "He llegado a creer que hay algo que podemos llamar pararrealidad, que no es ni mucho menos metafísica ni obedece a supersticiones ni especulaciones imaginativas, sino que existe como consecuencia de limitaciones de las investigaciones científicas y por eso todavía podemos llamarla realidad real. Te hablo de los presagios, de la telepatía, de muchas de esas creencias premonitorias en que vive la gente latinoamericana, dándole interpretaciones supersticiosas a los objetos, a las cosas, que vienen de nuestros ancestros más remotos", añadió.

Cuando García Márquez le expuso su visión de América Latina a la revista cubana, esta ya estaba cautivando al mundo: en marzo de 1970 apareció en The New York Times una reseña de Cien años de soledad, en la se planteaba que aquella "novela sorprendente" era irresistible, incluso, para los estadounidenses: "Ante este relato lleno de criaturas y eventos cautivantes, el lector norteamericano difícilmente puede resistirse a caer hechizado ante el espectáculo. Es una Génesis de Latinoamérica". Y eso era lo que iba a perdurar: en el relato de Macondo, desde que el "mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre", hasta que los huracanes amenazan con arrasar al pueblo para siempre, García Márquez trazó la trayectoria del continente y para que no hubiera dudas del simbolismo de su novela, en el mismo libro hay un espejo de su intención: los pergaminos de Melquiades, que narran la historia de los Buendía con cien años de anticipación.

"En efecto, Cien años de soledad puede leerse como un mito latinoamericano", dice el crítico literario peruano y profesor de la Universidad de Brown, Julio Ortega. "Pero es también un mito moderno, porque convierte nuestra historia, hecha de violencia, y nuestra política, hecha de fracaso y corrupción, en una fábula crítica. Nuestro pecado original, nos dice, es la soledad; somos incapaces de fundar un relato de solidaridad. Por eso, la estirpe condenada a cien años de soledad requiere desaparecer en un mito más ilustre: el Apocalipsis. Pero el lector no es redimido por una lección ética, sino por la ironía. Y un mito irónico se gesta en la cultura popular. Lo que nos redime es la risa de la tribu, la carnavalización del poder", agrega Ortega.

Aunque el tiempo también promovió sus ironías en torno a la novela y al escritor: mientras García Márquez se elevó como una celebridad latinoamericana, que recibía el Nobel de Literatura vestido con un traje tradicional colombiano, el "liquiluqui", y conversaba de tú a tú con Fidel Castro y también con Bill Clinton, Macondo se convertía en una marca comercial: en 2004, las autoridades de Aracataca intentaron que el pueblo cambiara su nombre a Macondo para atraer turistas, pero no resultó. "El realismo mágico se ha convertido en una especie de marca latinoamericana; tanto es así que la oficina de turismo colombiana la utiliza en su propaganda. Su origen está en lo que antes se llamaba el mestizaje cultural de América: la confrontación y fusión de la cultura europea con la indígena y africana. Que su visión haya perdurado se debe al talento, más bien el genio, de García Márquez", dice el británico Gerald Martin, el biógrafo del colombiano.

Autor de Gabriel García Márquez. Una vida (2008), Martin sostiene que la genialidad del escritor fue cruzar en su novela una serie de mitos típicos latinoamericanos: "La soledad, la novedad, el aislamiento, el machismo, la exuberancia sexual, la espontaneidad e improvisación, el fenómeno dictatorial, el sentido poético, la musicalidad", enumera. Y así, no solo en escritores hispanoamericanos se lee su influencia -Isabel Allende, Laura Esquivel-, también  en autores como el británico Salman Rushdie, el turco Orhan Pamuk o el chino Mo Yan aparecen rasgos de realismo mágico. Todavía. Aún hoy, cree Juan Gabriel Vásquez, el retrato de García Márquez perdura: "Tengo buenas razones para creer que García Márquez nunca se propuso construir un mito latinoamericano para consumo primermundista. Sí tuvo la ambición de cifrar un mundo entero en su relato, y esa maravilla que es Cien años de soledad no tiene la culpa de las miopías y los reduccionismos con que ha sido leída por quienes creen que Latinoamérica se acaba en el Caribe. He conocido a más de un lector europeo que debe esforzarse para aceptar que Bioy Casares o José Donoso compartan ese gentilicio, latinoamericano, con Macondo", dice. "Odio Cien años de soledad", llegó a decir García Márquez en 1991. Odiaba que su impacto lo hubiera vuelto famoso, pero también las sobrelecturas que se habían hecho del libro: "Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Y está escrita con todos los trucos de la vida y con todos los trucos del oficio. Sus claves son simples, yo diría que elementales", aseguró. Quince años después, cuando regresaba a Aracataca, en un tren con dibujos de mariposas amarillas, se le vio feliz. No se ocupó en corregir esa pancarta que decía que entraban a Macondo.

"El mito del continente mágico ha tenido el efecto colateral de edulcorar nuestras realidades más arduas ante el primer mundo", dice Juan Gabriel Vásquez

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