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El escucha

lunes, 22 de mayo de 2017

Dr. Alejandro Goic De la Academia Chilena de Medicina
Opinión
El Mercurio

"...no infrecuentemente surgen desde los pacientes voces críticas por la solicitud de una variada lista de exámenes complejos y de alto costo sin previo interrogatorio y examen físico completos...".



Hasta comienzos del siglo XIX, para examinar los pulmones y el corazón el médico aplicaba su oído directamente sobre la superficie del tórax del paciente. Esto era ineficiente en obesos, ofendía el pudor en mujeres y no era atractivo en pacientes desaseados.

En 1816, el médico francés René Laennec inventó el estetoscopio, que permite escuchar sonidos en diversas áreas corporales sin contacto físico del examinador con el cuerpo del enfermo. Atendiendo a una joven muy pudorosa enrolló una suerte de cuaderno, le dio forma de cilindro aplicando un extremo sobre la región del corazón: descubrió que escuchaba con mayor claridad los ruidos cardíacos que con la auscultación directa: había nacido el futuro estetoscopio moderno y la auscultación indirecta.

En Chile se atribuye a los doctores Germán Schneider o Wenceslao Díaz la introducción del estetoscopio en las décadas finales del siglo XIX. Hacia 1940 era aún frecuente que los facultativos utilizaran un lienzo de lino aplicado sobre el tórax y sobre el cual colocaban su oído para auscultar. Lo llevaban en el bolsillo del delantal y se conocía como "el escucha".

Proveniente del latín, escuchar significa aplicar la oreja, y auscultar es escuchar con atención. En medicina, escuchar no es solo utilizar el estetoscopio para explorar áreas anatómicas. Un momento diagnóstico clave es escuchar el relato del enfermo con atención, interés e intención, sin apuro ni interrupciones, con preguntas pertinentes y oportunas.

No infrecuentemente surgen desde los pacientes voces críticas por la solicitud de una variada lista de exámenes complejos y de alto costo sin previo interrogatorio y examen físico completos.

Hace algunas semanas fui testigo de una singular atención médica. La dueña de casa preguntó a un viejo doctor que la visitaba si estaba disponible para atender a un adulto mayor con diagnóstico incierto. Accedió gustoso diciendo: ser médico imprime carácter y uno lo es hasta el fin de sus días. Médico y paciente conversaron en el living, cara a cara, sin interferencia de un escritorio, delantal blanco o computador. Mediante el mero interrogatorio el doctor descartó que el enfermo hubiese padecido de una grave afección digestiva diagnosticada meses antes. Luego nos sorprendió al preguntar a la anfitriona si tenía un paño de cocina limpio. Examinó al enfermo en un dormitorio y, a falta de un estetoscopio, utilizó el paño como improvisado escucha. Comprobó una acentuada hinchazón de ambas piernas sin signos de enfermedad cardíaca, hepática o digestiva que lo explicara. Revisó los numerosos exámenes de laboratorio practicados, incluida una injustificada ecografía de ambas piernas.

Concluyó que su enfermedad era de origen renal. Le explicó el diagnóstico en términos simples, comprensibles y tranquilizadores, dándole algunas indicaciones y aconsejándole consultar a un nefrólogo.

Convengamos que en medicina la tecnología ha significado una ayuda diagnóstica y terapéutica extraordinaria, pero no define la naturaleza de una enfermedad: solo muestra imágenes que requieren ser interpretadas o identifica lesiones que demandan un examen microscópico. Tampoco reemplaza los conocimientos, habilidades semiológicas y experiencia clínica, el raciocinio o la moral del médico.

El arte de la medicina consiste en formular una hipótesis diagnóstica emanada de un interrogatorio inteligente, un examen físico minucioso y un razonamiento lógico, apoyado complementariamente por exámenes pertinentes. Este método clínico permite diagnosticar correctamente la gran mayoría de las enfermedades. La misión sustantiva de una Escuela de Medicina es formar estudiantes versados en el arte médico, incentivando su vocación de servicio y un comportamiento ético.

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