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Rastros literarios de Nueva York

domingo, 30 de abril de 2017

TEXTO Y FOTOS: Pepa Valenzuela, DESDE ESTADOS UNIDOS
Reportaje
El Mercurio

Esta ciudad ha sido asilo para una interminable lista de escritores (y artistas en general), y una buena manera de recorrerla es seguirles los pasos: casas que albergaron a grandes como Henry James o Mark Twain; hoteles como el que reunía al legendario Vicious Circle, bares, cafés... Este es un recorrido por la Gran Manzana letrada, que todavía sigue viva. Y escribiéndose.



LOS HOTELES
Es un salón elegante el del hotel Algonquin, en la calle 44, a pocas cuadras de Bryant Park y Times Square, en pleno Midtown Manhattan. Digo que es un salón elegante por los colores y las texturas. Las alfombras mullidas, las maderas oscuras, los sofás de tapices azules y grises, las modernas lámparas de lágrimas de aluminio; los señores de traje que toman café y conversan seguramente sobre negocios en las mesas del lobby; los espejos relucientes y extensos en las paredes. Vajilla de porcelana, mozos de corbata, botones impecablemente uniformados. Y, colgando del muro central, el cuadro del Vicious Circle, la legendaria Mesa Redonda del hotel, un grupo de escritores, columnistas, guionistas y comediantes que entre 1919 y 1929 se reunía aquí a almorzar, beber y comentar los temas de actualidad.

Era el fin de la Primera Guerra Mundial y el siglo XX se mantenía agitado. La convulsión impulsó la creatividad de artistas y escritores. Quienes están en el cuadro del salón principal del Algonquin lo vivieron. Allí están: la escritora y poeta Dorothy Parker. Depresiva, alcohólica, trató de quitarse la vida tres veces; era una de las integrantes más reconocidas de la mesa redonda. "No me importa lo que se escriba de mí en la medida en que sea mentira", solía decir. Franklin Pierce Adams, columnista y padre de la mesa redonda. Robert Benchley, comediante que además escribía para el New Yorker y Vanity Fair. George S. Kaufman, guionista de obras de Broadway. Alexander Woollcott, crítico de teatro y comentarista radial, tenía además una columna en The New York Times. "Todas las cosas que me gusta hacer son inmorales, ilegales o engordan", dijo alguna vez. También estaba Harold Ross, fundador de The New Yorker: de hecho, esta revista se gestó en el hotel Algonquin y hasta el día de hoy quienes se alojan aquí reciben una copia de la famosa publicación.

Todos ellos eran parte de esta cofradía del Vicious Circle. Y eran también quienes le dieron al Algonquin su carácter de hotel "literario". Aquí hubo debate, intercambio de ideas y escritura. Corrió mucho café y también martini: aún se sirve el Dorothy Parker Martini, con vodka, Chambord y jugo de piña. Se alojaron grandes autores como Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. Nicholas Sciammarella, mánager del hotel, dice: "Todavía vienen muchos autores a escribir a este lugar, inspirados por su historia. Se queda frecuentemente una guionista de Broadway muy famosa y autores de renombre internacional. Aunque la mayoría de los huéspedes vienen por negocios, aún vemos a escritores, periodistas y dramaturgos por aquí".

A pocas cuadras del Algonquin está el Library, hotel boutique de 60 habitaciones, cuya decoración principal la ocupan las estanterías y -cómo no- los libros que tapizan los muros del lobby. Cada pieza tiene una colección. Los huéspedes pueden pedir una habitación con libros de su área de interés.

Pero quizá el más emblemático de los hoteles con historia literaria es el Chelsea: construido a fines del siglo XIX, fue -por un tiempo- el edificio más alto de la ciudad. Allí se alojaron desde estrellas de rock como Leonard Cohen, Patti Smith, Janis Joplin, Bob Dylan e Iggy Pop, hasta escritores de la talla de Arthur Miller -quien escogió una habitación del Chelsea para recuperarse de su quiebre con Marilyn Monroe-, Charles Bukowski o el poeta Dylan Thomas, quien pasó en el hotel sus últimos días de vida.

Ahora la fachada del Chelsea en la calle 23 está cercada por andamios de construcción: el hotel está en un proceso de renovación y va a reabrir sus puertas en 2019. Sin embargo, hay un conserje en el lobby que usa una polera estampada con el nombre del hotel, entregando cajas de cartón a una mujer de abrigo largo y azul y unos hombres de maletín que entran después de ella. "El hotel está cerrado, pero hay habitaciones con contrato de arrendamiento más largo y ellos siguen viviendo aquí", explica. Los hombres de maletín reciben unas cartas y desaparecen por la ancha escalera del vestíbulo sobre la que ahora cuelgan cables sueltos desde el techo.

LAS CASAS
El Washington Square Park es famoso en Greenwich Village por: ser el parque de la New York University (NYU) y por sus alumnos que almuerzan aquí cuando no hace un frío imperdonable y perverso; el arco de triunfo, réplica y regalo del gobierno francés a la ciudad; sus ardillas amigables, y sus shows callejeros que incluyen bateristas, jazzistas, gimnastas/humoristas afroamericanos que realizan saltos mortales y un señor que toca canciones de los Beatles rasgando una guitarra. Pero también es un conocido epicentro literario: sus alrededores están repletos de historia. En la casona de ladrillos de 21 Washington Square, ahora uno de los edificios de NYU, nació el escritor Henry James. Y a dos cuadras, en un edificio antiquísimo -82 Washington Place- se escribieron novelas tan importantes como Uno de los nuestros de Willa Cather, ganadora de un Pulitzer, y Black Boy, de Richard Wright, que relata su infancia como un afroamericano en el sur de Estados Unidos.

Muy cerca, en 14 W 10th Avenue, cerca de la Quinta Avenida, un grupo de obreros indios trepa los andamios en la que fue la casa de Mark Twain entre 1900 y 1901. "Solo estamos mejorando la fachada. Los residentes siguen dentro", dice uno. Al lugar le dicen "la Casa de la Muerte" porque, desde que se construyó en 1850, han muerto aquí 22 personas. El año 74 vivió en este sitio la actriz Jan Bryant Bartell, que escribió un libro sobre eventos paranormales: Bryant aseguraba que el lugar estaba habitado por espíritus, entre ellos el del escritor.
De camino en dirección al río Hudson, y pasando la Sexta Avenida, aún están en pie dos conjuntos habitacionales donde residieron escritores importantes: en St Luke's Place, una hilera de townhouses de ladrillo, de tres pisos y largas ventanas, vivieron Jimmy Walker, Sherwood Anderson y Marianne Moore. Aquí, hoy algunas señoras lavan el cemento de la calle con jabón. Otra remoja el marco de la puerta, mientras en la plaza de juegos que está al cruzar la calle, un grupo de menores con sus niñeras se columpia agitando los pies en el aire, abrigados con parkas, guantes y bufandas.

Patchin Place, a media cuadra de la Sexta Avenida, es un pasaje de casas de tres pisos que alguna vez fue hogar de distintos escritores como Theodore Dreiser, E.E. Cummings, John Cowper y Djuna Barnes. El espacio tenía fama de silencioso. Tal vez por eso en los 90 se transformó en lugar preferido para consultas de psicólogos y psiquiatras. Hoy Patchin Place tiene una reja en la entrada y permanece igual a como estaba en su época vinculada a las letras.

Del otro lado del East River, ya estamos en Brooklyn. A unas pocas cuadras del borde del agua, en el número 70 de Willow Street, hay una casona grande de ladrillos. Curiosamente ahora también hay remodelaciones y la calle está cubierta de conos y herramientas. Hace un frío que cala los huesos y el viento empuja. Pero en 70 Willow Street merece la pena el congelamiento: en esta casa vivió entre 1955 y 1965 el periodista y escritor Truman Capote, y aquí escribió una de sus grandes obras: Desayuno en Tiffany's. La casa entonces estaba en manos del diseñador Oliver Smith y tenía 28 habitaciones. En su ensayo A House On the Heights, Capote cuenta cómo convenció a su amigo de que lo dejara vivir ahí: "Nos sentamos en el patio a tomar martinis. Lo urgí para que tomara otro y otro. Se hizo tarde y él empezó a ver mi punto: sí, 28 piezas eran muchas, y sí, era justo que yo tuviera una de ellas".

Instalado ya en la casa, una mañana cualquiera Capote tomó un ejemplar del New York Times y leyó sobre el brutal asesinato de una familia en Kansas. Al día siguiente se puso a investigar para escribir la que fue su novela más conocida y una de las obras primas del Nuevo Periodismo: A sangre fría.

LOS BARES
Por la calle Macdougal, en una de las esquinas del Washington Square Park, los universitarios buscan un lugar para almorzar -una crepe, wrap o un trozo de pizza- al lado del famoso Comedy Cellar. De noche, la calle cambia y se convierte en una fiesta: hay bares, conciertos de jazz y shows de comedia. Entonces las veredas se repletan de gente, tacones altos, risas y pasos apresurados. En medio de todo eso hay un oasis de elegancia clásica e italiana: el Caffé Reggio, abierto en 1927, con sus cuadros de músicos, los bustos de filósofos, mesitas y sillas de tipo francés, y una vitrina de dulces y pasteles tentadores.

Caffe Reggio fue -y es- punto de encuentro para escritores y otros. Aquí solía venir a tomar el té Elvis Presley y también Jack Kerouac, y hoy se puede beber el mejor capuchino de la ciudad (dicen) o tomar una copa de vino o champaña.

Era la noche del 24 de enero de 1961. Entonces un joven delgado de 19 años se subió al pequeño escenario del Café Wha?, vecino del Reggio, en la misma calle Macdougal, y dijo: "Acabo de llegar del oeste. Mi nombre es Bob Dylan, me gustaría cantar un par de canciones. ¿Puedo?". Entonces cantó. Lo aplaudieron. El dueño del café Wha? entonces preguntó por el micrófono si alguien podía darle alojamiento en la ciudad al joven intérprete, hoy Premio Nobel de Literatura. Esa noche, Dylan durmió en el sofá de uno de sus primeros espectadores en NY. Por todo eso, el Café Wha? es otro de los clásicos de la ciudad: a lo largo de su historia, además de Dylan se han presentado allí nombres hoy famosos como Jimi Hendrix, Bruce Springsteen, Woody Allen o The Velvet
Underground. El Wha? también acogió a creadores de todo tipo de áreas, y continúa siendo un punto imperdible de la bohemia neoyorquina.

Un poco más cerca del río Hudson, ya en el West Village, Bill, un barman de barba blanca y piel rosada, sirve martinis y whiskies al público de la barra. Son las 4 de la tarde y el lugar está relativamente lleno: una pareja de señores mayores en una mesa del fondo, un grupo de amigos, caballeros de terno, una pareja que se toma de la mano sobre la mesa y vecinos del barrio que saludan a Bill con familiaridad. "¡Cómo está todo! ¡Lo mismo de siempre, por favor!". La barra del White Horse Tavern está decorada con todo tipo de botellas. Todos los colores, las formas y los tipos de tragos. Hay caballos blancos por doquier. Y, cómo no, fotografías y retratos del poeta Dylan Thomas, quien empezó a frecuentar este lugar en los años 50. Junto a otros escritores del sector le dieron su fama de bar de la bohemia literaria de los años 50 y 60. Por aquí pasó también Bob Dylan, además de Norman Mailer, Jim Morrison, Hunter S. Thompson y Jack Kerouac, quien solía emborracharse en este sitio. Cuentan que lo echaban del bar. Aún en el baño de hombres está escrito: "Jack, go home!".

En White Horse Taverna también ocurrió la última borrachera de Dylan Thomas: el 3 de noviembre de 1953, cuenta la leyenda que se tomó 18 cortos de whisky y regresó al Chelsea, el hotel donde estaba viviendo. Murió un par de días más tarde. Aún se cree que la causa fue haber tomado tanto ese día en el White Horse.

En la calle Bedford del West Village, escondido detrás de una pequeña carpa de entrada verde, hay un submundo: el Chumley's, un bar que nació durante la Prohibición, en 1922, y donde se juntaban escritores como Theodore Dreiser, William Faulkner, Edna St. Vincent, T.S. Eliot y John Dos Passos.

Chumley's fue quizás el bar con mayor tradición literaria de la Gran Manzana: su primer dueño, Leland Stanford Chumley, activista, caricaturista y editorialista, quería abrir un bar clandestino y como la mayoría de sus amigos eran escritores, transformó al Chumley's en un bar de poetas, escondido, oscuro, clásico, decorado con retratos de escritores famosos y portadas de libros. En 2007 Chumley's tuvo que cerrar por riesgos en su construcción, pero a fines del 2016 reabrió sus puertas. Jessica Rosen, su mánager actual, explica que decidieron mantener la decoración del lugar casi intacta. Contrataron a un archivista que investigó la historia del bar y recuperaron las paredes, y dejaron los retratos y las portadas tal y como estaban en los años 20. Pero Chumley's reabrió con un giro: cocina de autor. Y la autora es una chilena: la chef Victoria Blamey está ahora a cargo de la comida y ha ganado rápidamente reputación por sus platos, incluyendo el crudo y las hamburguesas que prepara. "Cuando cerró en 2007, este lugar era casi un bar deportivo. Olía a cerveza; no venías aquí a comer, sino a beber. Yo propuse un menú clásico, pero con un toque. Nada muy sofisticado, pero que tuviera un giro acorde con mi trayectoria como chef".

En las mesas aún vacías de Chumley's -abre todos los días a las 5 y media de la tarde- se puede ver su menú: la puerta secreta con cortina por la que se accedía cuando era un bar clandestino y el perfil de su primer dueño, dibujado por un cliente. En los muros, libros y sus autores que observan en silencio, desde otra era, a sus lectores y comensales de Nueva York.

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