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Un gigante de nuestros tiempos

miércoles, 26 de abril de 2017

David Gallagher
Nacional
El Mercurio




Agustín Edwards fue de esos hombres a los que en inglés se les dice "larger than life": en español, literalmente, más grande que la vida.

O fuera de serie.

Un gigante que abarcó un enorme trozo de nuestra historia.

Era de los chilenos más internacionales que podría haber. Hablaba inglés como nativo, habiendo cursado su educación primaria en Inglaterra. Pocos chilenos eran más conocidos, y queridos, en Estados Unidos o Europa. "¿Cómo está Duny?" me han preguntado amigos una y otra vez, en Londres o Nueva York, como si él era la única referencia que tenían de Chile. Pero a la vez, Agustín era muy, muy chileno. Los que teníamos la suerte de visitarlo a él y a Malú del Río, su magnífica mujer, en Graneros, sabíamos que hasta la comida iba a ser muy chilena. Mucho más probable una cazuela, o porotos granados, que un coq au vin. Para qué hablar de su pasión por los caballos chilenos, el rodeo, y en general las tradiciones del campo. O de su forma criolla de hablar, como si fuera un huaso más.

Agustín tuvo muchas pasiones, siendo un hombre múltiple, de esos cuya conversación es memorable por variada y multidimensional. Le fascinaba la botánica. Presidía la Fundación Claudio Gay, y en su isla en el lago Ranco creó una rica zona de preservación de flora y fauna chilena mucho antes de que Tompkins viniera a enseñarnos a hacerlo. Reunió incontables libros en sus inmensas bibliotecas. Libros contemporáneos que cualquiera quisiera consultar, e invaluables libros antiguos, entre ellos preciosos manuscritos iluminados de la Edad Media, en que se destacaban sus libros de horas. Era fanático de la música clásica, de la historia, de los coches antiguos, de la navegación. Y sobre todo, fanático de Chile, que le preocupó desde muy temprano.

Vayamos al Chile de hace 50 años, en que se conjugaba el populismo con el corporativismo, con, como consecuencia, una penosa combinación de estancamiento e inflación. Preocupado, Agustín se dedicó a que hubiera mejores políticas públicas. En 1964, creó el Centro de Estudios Socio-Económicos (Cesec), un instituto cuyo fin era la propagación de ideas liberales en un país en que los empresarios tendían más bien a favorecer la protección, para preservar sus monopolios. Lo que predicaba el Cesec iba, en el fondo, contra muchos intereses del mismo Agustín, pero él lo apoyaba porque era bueno para Chile.

Sin duda, la época más controvertida de su actuación pública comienza con la elección de Allende en 1970. Me imagino que, como muchos otros chilenos, temía que Chile se convirtiera en Cuba, y que por eso tomó contacto con el gobierno de Estados Unidos, así como después los opositores a Pinochet tomarían contacto con todos los gobiernos posibles en su legítimo esfuerzo de derrocar al dictador.

Estos quehaceres no fueron buscados. Agustín era más bien un hombre de bajo perfil. Algo tímido, tal vez. Muy modesto. Una vez me dijo, al pasar, que de niño en Londres jugaba en el palacio de Buckingham con las princesas Isabel y Margarita. Me lo dijo al pasar para contar una cómica travesura que había cometido en el palacio. Pero no era fácil sacarle cosas de ese tipo, porque nunca se jactaba de nada.

Sencillo, cariñoso, muy buen amigo de sus amigos, tenía muchísimo humor. En la biblioteca de su casa en Graneros había juguetes para los numerosos niños que llegaban. Entre ellos, si recuerdo bien, sapos, conejos y chanchos que volaban, no sé si con cuerda o batería. De repente, uno tenía que esquivar el vuelo rasante de un chancho que Agustín había lanzado al aire para que nos riéramos un poco.

Hacia 1998, yo tuve la loca idea de que sería bueno tener un museo Guggenheim en Chile. Agustín y Malú se entusiasmaron y con el tiempo hubo reuniones entre el director del Guggenheim en Nueva York y el Presidente Frei. Después, una con el Presidente Lagos. El entusiasmo de Agustín por el proyecto no tenía límites, y con Malú le dedicó mucho tiempo. Pero fue llegando la hora del realismo: nos fuimos dando cuenta de que Chile todavía no estaba listo para una hazaña de esa magnitud.

Unos años antes, la filantropía de Agustín se había manifestado en la creación de Paz Ciudadana.

Eso era lo público. Casi desconocida es la filantropía calladísima que ejercía a cada rato. Por ejemplo, para ayudar en la rehabilitación de drogadictos. Para mejor entender el problema de estos, dejaba su cómoda casa en Lo Curro para pasar la noche en la casa de un drogadicto, en alguno de los barrios más pobres de la ciudad. No es que lo hizo una vez. Lo hacía a menudo.

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