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Agustín Edwards E: tributo de silencio y oración de los trabajadores de El Mercurio

miércoles, 26 de abril de 2017


El Mercurio

A la misma hora en que, en un ámbito familiar, tenían lugar ayer la misa y los funerales del Presidente de esta empresa, Agustín Edwards Eastman, se reunieron masivamente los trabajadores de El Mercurio para tributar un homenaje de recogimiento y gratitud en su memoria.
- Hernán Felipe Errázuriz: "El Mercurio", lugar de encuentro
- Carlos Peña: Agustín Edwards E: el último heredero
- David Gallagher: Un gigante de nuestros tiempos
- Alfredo Moreno Charme: Tres legados de Agustín Edwards

Dimensiones de una personalidad


Me unió a Agustín Edwards una colaboración entrañable que duró 33 años, hasta hace pocos meses, cuando sentí que mi tiempo de retiro era venido. Esto lo desconcertó y desagradó, porque a él le era consustancial una incesante actividad. Pude observarla muy de cerca, como una suerte de secretario, asesor, representante suyo en variadas instancias y, por cierto, en las tareas del diario.

Esa inquietud permanente tiene, desde luego, facetas conocidas, como la empresarial, gremial y, sobre todo, periodística. Priorizó esta última de entre cuantos rubros heredó. Con lo diarístico vibraba de modo personal, desde la innovación tecnológica de avanzada hasta los temas que preocupaban a los suplementeros -en muchas oportunidades recorrió el país completo para investigar el funcionamiento práctico de la distribución de periódicos-; desde la construcción de un nuevo edificio para "El Mercurio" hasta los diarios regionales o el casino para el personal. Y cuando en este a veces hacía la fila como todos para almorzar, no era un gesto demagógico: de verdad quería comprobar si los sistemas funcionaban de modo correcto. No era el dueño lejano, se vivía a sí mismo como parte inmediata y cotidiana del complejo organismo del diario.

En este como en otros campos destacan dos rasgos de su personalidad: la multiplicidad de ámbitos menos conocidos no solo de interés intelectual, sino de acción personal, y la conjunción de opuestos, incluso de contradicciones. Así, en el diario era el dueño total, pero sabía delegar en plenitud. Era desconfiado, pero también prodigaba su confianza... hasta que sentía llegado el momento de aplicar una cita que le gustaba repetir: "La confianza se pierde una sola vez". Exigía, como en todo, excelencia, pero otorgaba una libertad periodística irrestricta, sin interferencias. Si algún tema le preocupaba, lo planteaba como cualquier lector, pero los responsables del diario podían acogerlo o no, soberanamente. Mirado desde fuera es difícil creer esto, pero lo vi ocurrir muchas veces.

No obstante, cuando se proponía algo, era muy difícil distraerlo de su objetivo, a cuyo logro se abocaba con intensidad arrolladora y prurito de excelencia. Podía ser la botánica -una de sus pasiones-, y entonces no escatimaba tiempo ni recursos ni trabajo directo en, por ejemplo, la recuperación de especies nativas en riesgo, su preservación, la difusión de su conocimiento en Chile y el extranjero mediante libros de la más alta calidad. Si eran la fruticultura o la lechería o la cría de caballos chilenos, los respectivos productos debían ser, simplemente, los mejores. El agro chileno y su cultura eran otra de sus pasiones, y entonces el huracán de su energía movilizaba voluntades, creaba e instalaba en el país una Semana de la Chilenidad para cientos de miles de personas. Si era la bibliofilia, entonces su dedicación lo llevaba a constituir un archivo y una biblioteca excepcionales, hasta ser el único integrante latinoamericano (antes solo lo había sido su abuelo) del Roxburghe Club, el más antiguo y prestigioso del mundo. Preocupado por la delincuencia, o las consecuencias de la drogadicción, o la avanzada del saber científico y tecnológico, para atender esos rubros creaba y sostenía sendas fundaciones especializadas, en cuya gestión se comprometía personalmente. Con distintas manifestaciones, otro tanto vale para la Armada de Chile, la navegación, la apertura de oportunidades a niños, jóvenes y estudiantes de escasos recursos, entre otros. Algunas causas podían exceder con mucho sus posibilidades, pero no paraba mientes en eso.

Esa actividad multifacética se desplegaba en forma simultánea, a un ritmo abrumador que sus colaboradores no podíamos individualmente seguir. Obsesivo por la puntualidad -todos sabíamos que normalmente llegaría una hora antes de la fijada-, nunca fue la suya una vida corriente, programable, sujeta a horarios ni calendarios. Podía llegar desde las antípodas una llamada suya en medio de la noche, para resolver algún asunto que emergía, o expresar desconcierto porque antes de las ocho de la mañana de un domingo no conseguía encontrar a tal o cual jefatura en el diario.

Conjunción de diversidades también en lo cultural. Hombre globalizado y regularmente presente en muchos de los grandes foros internacionales, de clara afinidad con lo anglosajón, lo movía simultáneamente una chilenidad exacerbada. Podía dedicar horas a un grupo folclórico infantil patrocinado por él, y acto seguido estar partiendo a alguno de los más refinados templos de la música clásica mundial. Adorador de Mozart, a menudo decía que su obra predilecta era, sin embargo, el Requiem de Berlioz, ciertamente distante del modelo mozartiano. De gustos refinados, no se encerraba en ellos, sino que buscaba compartirlos con muchos, masificándolos si era posible; de allí, por ejemplo, su apoyo a la actividad cultural en Chile, mantenido a todo trance.

Su curiosidad universal tuvo algo de inspiración leonardesca, por su avidez de saber -de incansables lecturas, en su dormitorio y su escritorio, grandes pilas de libros sobre los temas más dispares desbordaban los muebles y se acumulaban en el suelo-, o fáustica, por aquello de "En el principio era la acción". Tuvo también algo de eso a que alude el giro "hombre del Renacimiento", en cuanto a sentido estético, a aprecio sensorial e intelectual por las bellezas y misterios de la materia. Y, al mismo tiempo, una contraposición más: una religiosidad inquieta, expresada tanto en el culto inmerso en música y estatuaria selectas, junto con largos retiros para exigentes ejercicios espirituales, de lo cual pocos estaban enterados.

Y otro contraste: unía a su timidez social una casi temeraria falta de temor al peligro físico, como -un ejemplo entre muchos- con ocasión del furioso desborde del Mapocho que inundó el entonces nuevo recinto del diario, cuando desoyendo las advertencias de prudencia, se acercaba una y otra vez al borde mismo del torrente para evaluar la situación.

No me mueve ánimo panegírico ni hagiográfico, sino de iluminación de algunas de sus muchas aristas ignoradas por la mayoría. Cometió errores, como todos, pero era capaz de arrodillarse -literalmente- para pedir perdón a un subordinado al que había ofendido sin razón. Vi ocurrir eso en una oportunidad, ante mis ojos, y me consta que no fue un gesto teatral, sino sincero.

Tuvo permanente conciencia del peso histórico de encabezar la quinta generación de una dinastía abundante en predecesores de envergadura. No sin angustias, pues se medía con ellos, supo responder a eso imprimiendo al capítulo que protagonizó un sello propio. No se doblegó ni detuvo ante la edad y sus dolencias. "Me gustaría vivir hasta 2027 -me dijo una vez, hace años, y creo que no del todo en broma-. Así celebraríamos juntos mi centenario y el bicentenario de "El Mercurio" de Valparaíso". No estuvo lejos de lograrlo.

Con lo diarístico vibraba de modo personal, desde la innovación tecnológica de avanzada hasta los temas que preocupaban a los suplementeros. Exigía, como en todo, excelencia, pero otorgaba una libertad periodística irrestricta, sin interferencias.Unía a su timidez social una casi temeraria falta de temor al peligro físico. Cometió errores, como todos, pero era capaz de arrodillarse -literalmente- para pedir perdón a un subordinado al que había ofendido sin razón. Obsesivo por la puntualidad -todos sabíamos que normalmente llegaría una hora antes de la fijada-, nunca fue la suya una vida corriente, programable, sujeta a horarios ni calendarios.


Francisco José Folch

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