Límites de velocidad en zonas urbanas

miércoles, 26 de abril de 2017

Opinión
El Mercurio

Señor Director:

Cada año, Chile aumenta sus fallecidos en accidentes viales. En los últimos, se han implementado políticas defectuosas que no han traído los resultados esperados. Esto es particularmente crítico para los usuarios vulnerables (peatones, ciclistas y motociclistas). En peatones, a pesar de ser un país OCDE, nuestra situación es asimilable a economías locales tan dispares como Bolivia, México o Panamá.

Días atrás se votó en el Congreso la Ley de Convivencia Vial, que entre sus definiciones principales considera bajar el límite de velocidad urbano, desde 60 a 50 km/h. Entre otros, aborda la inclusión de ciclistas y la incorporación de zonas de tráfico calmado. Sin embargo, este proyecto de ley carece de varios principios fundamentales, entre ellos:

1. Los límites de tolerancia física humana a las fuerzas experimentadas en los accidentes viales constituyen la norma en el diseño de sistemas de transporte vial seguro. Para la fragilidad de los usuarios vulnerables se recomienda utilizar una velocidad máxima de 30 km/h, en vías donde peatones o ciclistas pudieran ser embestidos por vehículos motorizados. A esa velocidad, el 90% de los peatones o ciclistas sobrevive. A 50 km/h, más de la mitad fallece.

2. La definición de zonas de tránsito calmado debe considerar los factores que determinan condiciones de riesgo y realizarse bajo criterios conocidos y aceptados. En la discusión de esta ley no se consideró la situación específica nacional, y no se indica claramente cómo se definirán estas zonas, solo se establece que las municipalidades podrán definir velocidades menores por "razones fundadas", previo informe de la autoridad regional de Transportes.

Finalmente, la ley está esencialmente enfocada a zonas urbanas. Y aunque la mayor proporción de viajes motorizados se concentre en estas áreas, donde suelen concentrarse también las medidas y recursos, la mitad de los peatones fallecidos ocurre en vías rurales, observándose tipologías de accidentes muy específicas. En esta desigualdad no equilibrada de recursos no solo incide la mala calidad o pobre estado de la infraestructura vial, sino que también otros problemas más profundos, como la carencia o precariedad de sistemas de salud y la cultura del consumo de alcohol.

En nuestra América Latina tendemos a "importar" sin "nacionalizar" medidas que funcionan en países desarrollados y, después, nos sorprendemos porque estas medidas simplemente no se aplican, no se obedecen, o ambas.

Francisco Frésard