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Volver a crecer: Sentido de realidad

martes, 25 de abril de 2017


El Mercurio

Jorge Marshall
Economista y Ph. D. Harvard

Sin señales concretas de reactivación, el debate sobre cómo volver a crecer está instalado en la campaña electoral, aumentando el riesgo de un análisis simple que termine sin un buen diagnóstico de lo que ocurre en nuestra economía. Sin ir más lejos, las intervenciones públicas de economistas ortodoxos vinculados al comando de Piñera no están aportando rigurosidad a este debate, por lo que es importante revisar las falacias que hay en las ideas que hasta ahora han formulado.

La economía chilena lleva mucho tiempo en una trayectoria de bajo crecimiento, un hecho que permite dividir en dos etapas el razonamiento de estos economistas antes de alcanzar su conclusión. La primera es que la causa del bajo crecimiento es la caída en la trayectoria de tendencia y no se debe al ciclo de la demanda (básicamente de la inversión minera). Este planteamiento oculta los cambios en el escenario externo, especialmente la caída en el crecimiento del comercio internacional, que más que duplicaba el crecimiento del producto mundial entre 1990 y 2013, y que ahora crece por debajo del producto. Además, esta premisa se hace asumiendo que el crecimiento es un proceso lineal explicado por "recetas universales", que se aplican en todos los países y en todas las circunstancias, entre las que está mantener impuestos bajos y mercados flexibles. Así, se excluyen del análisis las hipótesis diferentes a la ortodoxia neoliberal.

La segunda etapa argumenta que lo que está afectando negativamente la trayectoria de tendencia es el mal diseño e implementación de las reformas impulsadas por la Nueva Mayoría, que por cierto no están alineadas con las "recetas universales". Este juicio podría ser correcto en sí mismo, pero como parte de este razonamiento más amplio, se le asigna un efecto que lo convierte en un acto de fe más que en una afirmación seria.

Luego viene la conclusión:"Abandonaremos las reformas y volveremos a las recetas universales con lo cual se recuperará la confianza de los inversionistas, mejorará la productividad y se generará un impulso en la trayectoria de crecimiento". Los más audaces agregan un corolario pintoresco: "El alza en los precios accionarios demuestra que este razonamiento es compartido por el mercado, toda vez que Piñera lidera las encuestas".

La evidencia empírica muestra que este argumento está equivocado. Ningún país en el mundo ha pasado nunca desde el subdesarrollo al desarrollo por este camino. Se sustenta en una teoría del crecimiento económico que emergió en los 80 y alcanzó su apogeo en los "90, con el llamado "Consenso de Washington", cuando se convirtió en la doctrina oficial de los organismos internacionales (Fondo Monetario y Banco Mundial) y de los gobiernos de los países desarrollados. Pero, desde entonces solo ha perdido adeptos en los centros de pensamiento del mundo, aunque los economistas neoliberales chilenos aún mantienen intacta la adhesión a sus recomendaciones.

La experiencia de los procesos de desarrollo muestra que la transformación estructural es el rasgo distintivo del crecimiento sostenido. En todos los países exitosos se encuentra que el desplazamiento del trabajo y del capital hacia actividades de mayor productividad es la principal fuente de crecimiento. El buen funcionamiento de los mercados, la calidad de las instituciones, el comercio exterior y la inversión extranjera son todos facilitadores de esta transformación, por lo que cualquier estrategia debe aprovechar su potencial, pero ninguno de estos factores asegura que ocurra el proceso de transformación.

Por esta razón, la acción del Estado aparece en todos los casos exitosos como una herramienta indispensable para reforzar la transformación estructural (Alemania, países de Escandinavia, Suiza, Japón, Corea, entre otros). Pero esta acción del Estado necesita de un ambiente institucional de calidad, un sistema político comprometido con los objetivos del desarrollo y un contexto social que promueva los acuerdos y la colaboración. Sin estas condiciones, la acción del Estado es inútil y el país puede quedar entrampado en una trayectoria de bajo crecimiento.

Chile ha aplicado con disciplina las "recetas universales" del Consenso de Washington, lo que le ha permitido un alto crecimiento cuando las condiciones internacionales han sido favorables. Sin embargo, el país no ha experimentado un proceso efectivo de transformación en más de 30 años y la ventana de oportunidad que se presentó durante el súper ciclo de los productos básicos la dejamos pasar y en esos años el ambiente institucional se deterioró sensiblemente. Aún más, hablar de productividad sin referirse al cambio estructural refleja más la disposición a dejarse llevar por los prejuicios que por un razonamiento sólido.

El desafío de volver a crecer consiste en generar las condiciones para organizar la transformación estructural que el país necesita. El ambiente internacional para Chile es adverso, tanto por los cambios en la estructura como por el menor ritmo de crecimiento del comercio mundial. Además, en los últimos 10 años, las instituciones del país (Estado, sistema político, partidos, Estado de Derecho, liderazgos, organizaciones empresariales, etc.) se han deteriorado.

En síntesis, con un entorno externo como el actual y con el sistema político e institucional desgastado, las condiciones para volver a crecer no están disponibles. Con este panorama, lo que corresponde es adoptar un sentido de realidad a partir del cual se puede comenzar a levantar un nuevo futuro. El país no se construye con ofertas entusiastas, que no tienen fundamentos ni en las ideas ni en la capacidad de gobernanza que requieren.

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