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Estudios sugieren un aumento de casos:

Los niños también pueden sufrir de colon irritable

domingo, 23 de abril de 2017

C. González
Vida Ciencia Tecnología
El Mercurio

Con síntomas similares a los de los adultos, el tratamiento incluye intervenciones psicosociales, cambios en la dieta y actividad física.



Se trata de una patología que puede afectar hasta al 20% de los adultos y cuyo diagnóstico no siempre es sencillo. El síndrome de intestino o colon irritable provoca molestias gastrointestinales que afectan la calidad de vida de quien lo sufre, incluso niños y adolescentes.

"Muchos niños padecen de dolor de estómago, pero ese generalmente no es síntoma de ningún problema médico grande y a menudo se resuelve sin ninguna intervención. Sin embargo, cuando el dolor de estómago perdura en el tiempo, entonces hay que sospechar", dice el doctor William Faubion, gastroenterólogo de la Clínica Mayo en Rochester, EE.UU.

Estudios en ese país precisan que el síndrome de intestino irritable (SII) sería cada vez más frecuente en la población infantil. Las razones no se conocen -quizás un mejor diagnóstico, sugiere Faubion-, pero las posibles causas son las mismas que llevan a la aparición del problema entre los adultos: estrés, ansiedad y genética.

"Se clasifica como un dolor abdominal funcional, es decir, no es un dolor que se acompaña de lesiones orgánicas, sino que responde a causas psicológicas", explica el doctor Francisco Alliende, gastroenterólogo infantil de la Clínica Alemana.

De hecho, no hay inflamación del intestino, sino una hipersensibilidad de las terminaciones nerviosas que controlan los músculos intestinales.

Lo habitual es que se presente dolor o malestar abdominal -habitualmente diurno-, además de trastornos en la deposición, hinchazón o distensión del abdomen.

Según los especialistas, más de la mitad de las consultas en gastroenterología pediátrica son por dolor de guata, y entre ellos, un porcentaje importante es por SII. "No es un problema infrecuente, pero, como en los adultos, no es fácil llegar al diagnóstico. Hay que basarse en la historia clínica y el examen físico", precisa Alliende.

Lo importante es descartar otras patologías con sintomatología similar, agrega la doctora Bernardita Romero, gastroenteróloga infantil de la Clínica Universidad de los Andes. "Hay síntomas que pueden confundir y otros que son una señal de alarma, como alteraciones en el peso, hemorragias digestivas, diarreas o vómitos, por ejemplo".

Aquellos pueden ser signos de problemas como úlceras, enfermedad celíaca o mal de Crohn que, aunque menos frecuentes, también han aumentado en la población infantil, según un estudio canadiense (ver recuadro).

Cuando se logra establecer el diagnóstico, el tratamiento apunta a intervenciones biopsicosociales, evitando el uso de fármacos. "La idea es manejar la sintomatología que tiene tratamiento y ofrecer apoyo conductual y psicológico, en especial frente a la presencia de factores ambientales, como estrés, maltrato o bullying ", dice Romero.

Aunque no está comprobado que sea una causa, hay estudios que muestran que cambios en la dieta pueden ser útiles, como eliminar alimentos irritantes o flatulentos, que agravan las molestias. Asimismo, aplicar técnicas de relajación y potenciar la actividad física de manera regular ayudan al bienestar del niño.

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